El nuevo año le trae un nuevo viaje a tierras africanas para trabajar en la enseñanza musical aún siendo consciente de que la vivencia es también un aprendizaje para él. De hecho, esa faz pedagógica ya se le ha podido ver en Gasteiz no hace mucho, una ciudad en la que ha pisado escenarios de todo tipo, desde el Gora hasta el Azkena Rock. Esta vez es la sala Jimmy Jazz quien espera, estando las entradas a la venta para este viernes por 15 euros en anticipada (subirán a 18 en taquilla).
Con la tontería ya ha llovido desde su primer concierto en Vitoria tras The Sunday Drivers. ¿En algún momento se ha parado a pensar en ese instante en el que comenzó esta apuesta en solitario, en todo lo que arriesgaba?
-En realidad, uno nunca deja de arriesgar. Es verdad que tengo que estar contento porque, al final, he podido sacar tres discos, he podido contar con grandes músicos... Pero al principio costó mucho. Cuando empiezas un proyecto, todo son gastos, no tienes un duro y o aguantas o se va todo al garete. Eso me pasó, además con un primer disco que tenía un montón de instrumentación, coros... no tenía tanto dinero para pagar a tanto músico de gira. Así que iba solo o a trío para defender canciones que tenían dos guitarras, Hammond, piano, tres coros... Claro, iba a algunos sitios y venían 15 espectadores. No me daba. Me iba endeudando de una semana a otra. Pero aguanté como pude. Es que esto es lo que más me gusta hacer en la vida.
El de Vitoria es su último concierto del año.
-Sí. Ahora estamos viendo un poco cómo planteamos el final de gira porque yo me voy a ir un mes a África de profesor de música para niños. Luego tenemos pensado tocar en el extranjero y tal vez volver a dar algún concierto aquí, pero ya veremos.
Vamos, un 2018 movido.
-Sí, sí, si paras no pagas el pan. No soy Mick Jagger. Aún no he generado ni siquiera un gran éxito que me haga estar tranquilo en ese sentido (risas). A mí me gusta estar en mil cosas, grabar, colaborar con gente... si te quedas anclado en lo tuyo, si no tienes una visión conjunta, no aprendes. Yo quiero seguir aprendiendo. Por eso también, por ejemplo, tengo The JM’s, con los que hago versiones o paso mis temas al latin jazz o al swing.
En el caso de África, ¿a dónde va en concreto?
-A Ghana.
¿Es con la misma idea con la que desarrolló el taller en Vitoria hace unas semanas?
-Bueno, cambia porque, para empezar, ellos tienen durmiendo más ritmo que nosotros despiertos. Tienen un contacto con el ritmo que es increíble. En todos los actos sociales la percusión tiene un papel importante. Claro, los niños eso lo tienen metido. Mi papel es enseñarles algo de música de aquí y lo que puedo conocer de lo que se hace en América, realizar talleres... la verdad es que estoy muy emocionado con esta historia. También te digo una cosa que tengo muy clara: el que más va a aprender voy a ser yo.
Antes de irse está el paso por la Jimmy Jazz dentro de la gira de un ‘Somewhere, Somehow’ que le ha dado unas cuantas satisfacciones, ¿verdad?
-El tercer disco marca, casi siempre, una pauta para establecerse o desaparecer. Pero tampoco le quiero dar tanta importancia. Voy a seguir sacando discos (risas). De todas formas, sí te diré que ahora es cuando lo he escuchado.
¿A qué se refiere?
-No suelo escuchar mis álbumes hasta que no pasa un tiempo. Cuando acabas una grabación estás odiando todo lo que has hecho y no quieres saber nada. Además, soy muy crítico conmigo mismo y cuando grabo un disco, me parece todo una mierda. Es como mirarte al espejo y ver la imagen real, y hay cosas que no te gusta ver. Con todo, es verdad que Somewhere, Somehow ha funcionado muy bien. Es un disco más reposado que el anterior, más intimista, abriendo las puertas un poco más a los sonidos diferentes.
Como curiosidad, ¿cuánto suele esperar a escuchar un disco después de grabarlo?
-Bastante. Ahora ha pasado un año, por ejemplo. Hombre, ya entiendes que me refiero a sentarme tranquilamente. Éste lo escuché el otro día medio tumbado en el sofá.
Lo que no espera, seguro, es la necesidad de seguir componiendo.
-Es necesidad y trabajo. Aún así, hay ocasiones en las que me tomo mi tiempo antes de acercarme al piano.
Por cierto, antes hablábamos de niños, de las nuevas generaciones y me pregunto si ve al rock, al soul... a los géneros con los que usted trabaja con futuro en este siglo XXI.
-No quiero ser derrotista en la respuesta, siempre hay que buscarle el lado positivo a las cosas. Pero hay que reconocer que en los conciertos de folk, blues, jazz, country, rock y funk no ves a gente por debajo de 30-35 años. No ves gente joven porque, por desgracia, la industria musical ha buscado ganar dinero y en este mundo, en cuanto tu prioridad es el dinero, la música pasa a un segundo o tercer plano. Eso afecta día a día al funcionamiento de los músicos. Si te das cuenta, estos programas que hay como La Voz y similares son un negocio para cuatro artistas que ya están consolidados en sus compañías. No están fomentando la música de aquí, salvo sus temas, los que quieren vender para que los niños y los jóvenes los canten. A eso hay que sumar toda la historia de la SGAE con el caso de La Rueda... Son muchas cosas las que influyen en la vida de un músico. Por ejemplo, Spotify, que no cobras un duro a pesar de que pones tu música. Hay muchas cosas que nos perjudican. Aún así, hay circunstancias que te llevan a ser un poco más optimista. Pasa con las escuelas de música que se están creando en los últimos tiempos por parte de músicos que han encontrado aquí una forma de intentar cuadrar las facturas. Son sitios alternativos donde se está formando a las nuevas generaciones en jazz, rock, soul... Creo que, aunque tengan que pasar unos años, ahí se está generando un caldo de cultivo que puede llegar a ser interesante. Ahora el momento es malo, pero, como en todos los trabajos, hay que levantarse con una sonrisa, hacer tu curro lo que mejor que puedas, tirar para adelante, defender lo que crees a hierro y ayudar a la gente que está empezando.