Que la Noche Góspel funciona en taquilla -también es la cita en Mendizorroza con la entrada más barata- es algo evidente cada año. Este martes por la noche también. El pabellón tenía más o menos tres cuartos de su aforo lleno. Negar que el personal se lo pasa en grande dando palmas, haciendo sus pinitos corales, poniéndose de pie y sintiéndose imbuido por el espíritu, sería de tontos, de necios o de ambas cosas al mismo tiempo. Que sería un error poner en duda la aptitud y la actitud de The Brown Sisters, está fuera de toda duda. Pero que lo que se vio y vivió en el polideportivo una vez más en el primer día del Festival de Jazz de Gasteiz fue lo mismo de siempre, con los mismos temas, los mismos juegos, la misma fórmula y el mismo resultado es tan cierto como que, por supuesto, sonó Oh happy day.

Al primer tema, el grupo se lo dejó claro al público: “vamos a cantar canciones para dar palmas, para que os levantéis y para que estéis más tranquilos escuchando”. Dicho y hecho. Cuando el manual de instrucciones está sobre la mesa a las primeras de cambio, todo va por la senda señalada. Nada nuevo, nada distinto, nada diferente. Entretenido, sí. Disfrutable, también. Pero tal vez no sería malo pensar en espaciar esta noche para celebrarla cada dos años, por ejemplo.

Energía e interacción. Son las dos bases sobre las que siempre se tienen que sustentar unos conciertos en teoría cargados de espiritualidad, aunque siempre es posible que se cuele una versión de Up where we belong del añorado Joe Cocker. No fue la única vía de escape dentro de un repertorio que regaló algún momento más significativo, como un King Jesus is a listening en el que las hermanas y sobrina supieron llegar a mostrar todo lo que tienen dentro, que es mucho.

Eso sucedió antes del perceptivo descanso para que tanto el grupo como el público se tomase un respiro (con el descanso, la noche duró unas dos horas), volviéndose a juntar en un tramo final que fue fiel por completo a lo vivido en la primera parte, más allá de que la formación no pudo resistirse a hacer el juego de cuáles de las hermanas son gemelas y a sacar fotos con el móvil. Es más, hasta hubo reparto al azar de dos CD.

Entre tanta fiesta y algarabía, entre tanto canto al Señor y tanta palma, entre las coreografías compartidas con el respetable -alguno se ahorró el gimnasio del día siguiente-, en definitiva, entre tanto envoltorio, The Brown Sisters demostraron dos cosas. La primera, que tienen un amigo para toda la vida en el organista Jason Taylor, que supo estar en un segundo plano incluso en los saludos, pero cuyo aporte fue fundamental (lo que sobró fue el piano). La segunda, que, además de saber controlar la parte emocional e interactiva de estas actuaciones, lo imprescindible es contar con un conjunto de voces capaces de transmitir calidad y sentimiento. Y en eso, a este grupo, no hay nada que objetarle.