In illo tempore, la programación de TVE en la noche de los sábados era un espectáculo continuado de variedades de la mano de afamados presentadores, como Laura Valenzuela o Joaquín Prat, que se llevaban de calle audiencia y reconocimiento popular.

La batalla por la sabatina noche era intensa a la hora de triunfar en la pelea por la mayoría de televidentes. Los actuales gestores de la tele pública estatal no acaban de acertar con las parrillas de programación que salvo un par de programas de entretenimiento y los informativos, sucumben frente a las ofertas de las teles privadas.

Acaba de comenzar el programa No es un sábado cualquiera, que busca acertar en el gusto de las mayorías y sucumbe en medio de un empacho mediático que ofrece una fórmula ramplona, caduca y pasada de estética, ritmo y contenidos. Un programa de entretenimiento conducido con más pena que gloria por Fernando Gil, que trata de hacerse con el pulso de las actuaciones y naufraga en comentarios, insinuaciones y chistecillos de escaso calado y que en audiencia le colocan, tras tres entregas, en un 5,5% frente al 16,9% de Sálvame de luxe.

Presenta No es un sábado cualquiera una estética perdida en el tiempo que pretenden revitalizar y no es empeño fácil, por mucho Bosé, Javier Fernández, Estopa o sonoros nombres que desfilan por al plató, en un intento desesperado de elevar cuota de televidentes, que de mantenerse tan ralas, enviarán al espacio a dormir el sueño de los justos en un nuevo intento equivocado.

TVE ha puesto toda la carne en el asador y la nómina de cantantes, compositores y artistas que pretende llevar al plató de NSQ es apabullante, y bien empastados y articulados podrían ser materia prima de éxito. Pero visto lo visto, la cosa no carbura y el invento no acaba de despegar. Y es que el programa huele a conocido, rancio, visto, y engancha poco y emociona nada.