la actualidad semanal ha estado marcada por el maratón mediático del debate de la moción de censura presentada contra el Gobierno que ha deparado un puñado de horas televisivas de lo que acontecía en el Congreso; desde las nueve mañana del martes hasta mediodía miércoles, docenas de horas en un ejercicio de tele previsible, aburrida y repetitiva.
Este tipo de retransmisiones se guía por el principio de imágenes, planos, secuencias y tiempos tasados con lo que está más a buscar equilibrio de presencia de los actores que dar una visión fresca, directa, informativa de lo que ocurre en el hemiciclo.
Lo visto en días pasados debe suponer el fin de un modo de hacer parlamentarismo mediático trasnochado y oficialista; en el caso de que se repitan modos, duraciones e intervenciones aburridas, el personal terminará dando la espalda al consumo de semejante ladrillo conceptual, visual y político.
Es de dirigentes trasnochados lanzar discursos de dos o más horas en una estrategia pensada para acercarse a la emisión de los telediarios de las cadenas y pillar hueco informativo de primera y ensombrecer la presencia del adversario. Cuentan de Fidel Castro la capacidad oratoria para hablar durante cinco o más horas y que en esta ocasión ha sido copiada por dirigentes de Podemos. Esfuerzo baldío para captar la atención de los oyentes, que demandan claridad, rigor y precisión; de lo contrario se convierten en tochos infumables de difícil seguimiento que meten mucho ruido pero aportan poco a la comprensión ciudadana, ya que donde realmente están es en la tele, no en la tribuna de oradores. La esclerotizada retransmisión debe cambiar para acercar política al consumo ciudadano, que es lo que quieren y dicen de boquilla los barandas del negocio. En la tele cambia todo, menos los plenos parlamentarios que aburren mucho.