Detrás, proyectada sobre la pared, la reproducción de una fotografía con el rostro de Lauaxeta. La misma imagen que tantas veces ha sido utilizada cuando de él se ha hablado. Justo esa instantánea que también aparece en estas páginas. Delante está Bernardo Atxaga, recordando la obra y la figura de Estepan Urkiaga Basaraz ante un público que no deja ni un sólo hueco libre. Es más, hay gente que se queda fuera y sigue la intervención a través de las ventanas abiertas. Lo que hace de verdad especial al acto -que se produce dentro del festival Poetas en Mayo- es que se lleva a cabo en una de las estancias del convento de los Carmelitas de Vitoria, el mismo edificio que en plena Guerra Civil se utilizó como cárcel, prisión en la que el poeta y periodista vizcaíno pasó sus últimas semanas de vida.
“Cuando he ido alguna vez por Vitoria y he pasado cerca del convento o del cementerio de Santa Isabel siempre me he acordado mucho de mi padre. Falleció en el 96 y si hubiera vivido todos los reconocimientos que se han hecho después a la figura de su hermano, sobre todo por el centenario del nacimiento en 2005, se hubiera emocionado tanto que no puedo ni describirlo. Adoraba a su hermano” recuerda Miren Sorkunde Urkiaga, la única sobrina de Lauaxeta que está viva. Con ella y con los escritores -junto a otras facetas- Jon Kortazar e Inazio Mujika Iraola, es hora de recordar aquellos últimos meses que, por desgracia, terminaron con el fusilamiento del autor a manos del ejercito franquista, un asesinato en la capital alavesa del que el próximo día 25 se conmemorarán 80 años.
A buen seguro, muchas de las personas que ahora pasan cada día frente al convento donde hace unas semanas tuvo lugar el acto mencionado, al principio no son del todo conscientes de lo que allí sucedió. De hecho, sólo un busto del escritor vizcaíno colocado en la plaza exterior recuerda parte de aquella historia que muchos quieren recuperar y otros se empeñan en tapar. No fue, eso sí, la única cárcel que Urkiaga Basaraz pisó en Vitoria.
Al encierro en la capital alavesa, Lauaxeta, militante del Partido Nacionalista Vasco, llegó tras ser detenido el 29 de abril de 1937 en Gernika. “Sabe francés y está allí haciendo trabajo de traducción para el periodista Georges Berniard de La Petite Gironde ya que le manda Juan Ajuriaguerra. Cuando llegan, hay un capitán de gudaris que les pide que no pasen de un determinado punto puesto que las fuerzas golpistas ya han ganado terreno. Aún así, ellos siguen y llegan hasta el árbol pero en esa zona les detienen. En concreto, en el portal del convento de las clarisas que está al lado” describe Kortazar. “Claro, Berniard había cubierto la guerra en el bando franquista y al ser capturado en el bando leal, en el republicano, automáticamente tanto él como Lauaxeta son considerados espías. En cualquier caso, a Berniard le sueltan con la condición de que escriba a favor del bando franquista, unos artículos que se terminan publicando en La Petite Gironde y que se añaden en el expediente del juicio a Lauaxeta”, añade el catedrático.
Detenido en un convento y trasladado a otro, al de los Carmelitas. Allí pasa casi todo su cautiverio hasta el último momento. “De algún modo tiene que pasar el tiempo, así que escribe y dibuja”, apunta Mujika Iraola, que hace un año realizó para la Universidad del País Vasco un artículo sobre los textos que Urkiaga Basaraz realizó durante su estancia en la capital alavesa, documentos que hoy tiene la Fundación Sabino Arana en el Museo del Nacionalismo Vasco. Entre lo encontrado hay poemas patrióticos y religiosos hechos tanto en castellano como en euskera, “y un boceto de lo que podía ser un libro de poemas”. También la reproducción de un escrito de un poeta guatemalteco de principios del XX llevado a cabo horas antes de ser ejecutado. Sin olvidar, dos autorretratos. “En uno está de un perfil. Y con barba. Y luego se dibuja sentado en una esquina con una cruz encima” que se acompaña con un esbozo de un soneto. ¿Cómo salió todo aquello de la cárcel? “Imposible saberlo pero lo más seguro es fuera a través de algún compañero de celda y de algún cura carmelita”.
Según el testimonio que, en los años 80 del siglo pasado, la hermana de Lauaxeta le trasmitió a Kortazar -cuya tesis doctoral versó sobre la obra poética de Estepan Urkiaga- hubo un primer intento serio de canjear al poeta y periodista por una persona cercana al bando franquista que se encontraba en la cárcel de Larrinaga. “De hecho, el cambio debía estar bastante hecho porque la familia salió el 6 de mayo para San Juan de Luz, donde esperaban que llegase Lauaxeta. Pero eso nunca sucedió”.
Así, el 24 de junio de 1937, es trasladado de los carmelitas a la cárcel ubicada en la calle La Paz. “Ahí le da la extrema unción una persona que había sido compañera suya en los jesuitas, el padre Moreno, al cual también pude entrevistar en los 80. Me comentó que intentó hacer otro canje, pero que Lauaxeta le comentó que en aquel momento él comprendía que Dios era amor y que no iba a estar mejor preparado para la vida eterna que en aquella situación”. Al día siguiente, el 25, fue llevado al cementerio de Santa Isabel, frente a cuyos muros fue ejecutado a los 31 años de edad por varios guardias “que lo enterraron en el panteón de los Abaitua, una familia nacionalista de la que procede el novelista Mikel Hernández Abaitua”.
En la capital alavesa, el cuerpo permaneció hasta mediados de los años 70, cuando la familia consiguió los permisos para recuperar los restos óseos. Un coche fúnebre los llevó desde Gasteiz hasta Ubide, donde se hizo el traslado a otro vehículo del mismo tipo preparado por sus allegados. “Yo era muy niña, pero cuando por fin se llegó a Mungia recuerdo que se llevó a cabo un acto multitudinario en el que hubo un oficio religioso, aurreskus, bertsos... y se hizo una procesión con los restos desde la iglesia hasta el cementerio. A la tarde, en el frontón, se siguió con las actividades, aunque apareció la Guardia Civil a pararlo todo. No sé quién fue el que habló con ellos, pero consiguió que se pudiera seguir”, describe su sobrina.
Eso sí, allí no terminó el viaje ya que la familia no tenía panteón propio y los restos se introdujeron en uno cedido por unos amigos. Ya en 2005, con motivo del centenario del nacimiento, el Ayuntamiento de Mungia habilitó un espacio específico, se volvieron a mover los restos “y ahora está él solo en una zona del cementerio donde también hay una escultura. Un sitio en condiciones, con una entidad”.
Miren Sorkunde Urkiaga cree que, como sucedió con motivo del centenario, todavía tienen que conocerse más escritos realizados por su tío y que pueden estar en archivos privados. Además, “hay muchos textos que hizo y que están custodiados por los jesuitas en Loiola, aunque no dejan acceder a ellos. Por lo menos sabemos que están en buenas manos y que seguro que se preocupan de conservarlos”, comenta la sobrina, a lo que Mujika Iraola añade que “me imagino que serán poemas hechos en latín, primeros ejercicios con la poesía: supongo que no serán gran cosa, pero que no dejen verlo...”.
El donostiarra -a cuyo recuerdo viene un jaialdi en el año 77 en el que escuchó hablar de la historia de Lauaxeta a Antton Valverde- señala que “junto con Lizardi y Orixe, Urkiaga Basaraz es uno de los tres grandes poetas de la República. Después de la guerra tampoco les supera casi ninguno hasta que llega Aresti. Lauaxeta es un adelantado dentro de la poesía, entronca con lo que se hace en Europa. Es un hombre muy bien informado sobre la poesía y abierto con respecto a ella, más allá de que en política es una persona muy ortodoxa”. “Cuando muere es un poeta joven, es decir, en formación y eso se nota. Sigue muy de cerca a sus maestros e intenta hacer una poesía moderna, que conecta con los simbolistas franceses y el modernismo español. Él intenta traer al País Vasco lo que llamamos la modernidad burguesa. Incluso puede verse en alguno de sus poemas un poco de vanguardia”, suma Kortazar.
A ello añade su sobrina que era “un innovador. Si hubiera seguido, hubiera terminando entrando en contacto con la Generación del 27. Y como era una persona muy culta, hubiera tenido relación con escritores de otras nacionalidades”, aunque esa es una historia que no se pudo escribir. El punto final se puso hace 80 años en Vitoria.