Vitoria - Aunque los dos planos de la acción principal de Los ritos del agua (Planeta) se sitúan tanto en la actualidad como en 1992, Eva García Sáenz de Urturi plantea en esta segunda historia de Kraken algo que, por desgracia, es tan antiguo como el ser humano, la violencia y su ejercicio, además, con respecto a aquellos que son más cercanos, a quienes conforman el núcleo familiar. Todo ello relatado en una novela negra que viaja de Gasteiz a Santander pasando por espacios y localidades como San Juan de Gaztelugatxe y Deba, en la que toman parte personajes ya conocidos por los seguidores de El silencio de la ciudad blanca pero también otras caras nuevas. Mientras tanto, la tercera entrega de Kraken sigue completándose.

‘El silencio de la ciudad blanca’ todavía sigue vendiendo. Va usted por la decimoquinta edición y el libro sigue su camino.

-Y a lo bestia. En Euskadi, durante todo este año siempre ha sido o la novela más vendida o la segunda, y en el resto del Estado siempre ha estado entre los diez primeros libros como mínimo. Lo complicado es que se esté manteniendo porque hay libros que suben muy rápido, casi tanto como bajan y eso suele ser bastante habitual. Pero que en estos doce meses, El silencio de la ciudad blanca siga en la lista de los más vendidos y no se baje es algo que ocurre con muy pocos libros. Tengo la sensación de que no ha acabado la gira de Kraken I y ahora estoy empezando la gira de Kraken II, mientras estoy escribiendo Kraken III. Aún así no tengo sensación de cansancio. Para nada. Lo que siento es que está marchando todo rodado, que todo está cogiendo fuerza. Todas las noticias que vienen son buenas y cada vez más grandes.

¿Sabe cuándo Atresmedia empezará a dar detalles sobre la versión cinematográfica?

-Es que la gente y los medios me están poniendo de cara visible de un proyecto que no es mío. Eso lo tendrá que responder Atresmedia. Planeta ha vendido los derechos para hacer una versión y Atresmedia Cine la hará. Espero que sea fiel al tono de homenaje que hay a Vitoria en la novela, que es lo que más me interesa. Y también, por supuesto, que no se rompa la trama ni la continuidad con Los ritos del agua. Pero yo no tengo ni voz ni voto en ese proyecto.

Dejando a un lado al inspector López de Ayala, en esta saga le está haciendo pasar a varios personajes, como Alba y Germán, situaciones de todo menos agradables.

-En una novela, si no hay conflicto, no hay novela. Si no les metes a tus personajes en situaciones difíciles, comprometidas, no van a sacar su personalidad, no van a enganchar al lector. No se trata de ser dura sin razón. Se trata, como escritora, de tratar el conflicto de manera adecuada y distribuir los pesos en el personaje principal y en los secundarios. Al final, es cuestión de que todo aporte a discurrir por el tema principal de la novela que, en este caso y como dice el personaje de Héctor del Castillo, es la existencia de una cadena de violencia que se remonta al paleolítico. Toda la trilogía, en realidad, trata de eso, de cómo cada uno, si ha sido víctima, decide perpetuar o no esa cadena de violencia. Los personajes secundarios siempre están al servicio de dar otro punto de vista sobre ese tema principal al protagonista. Es lo que hacen Germán, Alba y el asesino tanto de la primera novela como de esta segunda, dan su visión sobre el tema principal, la perpetuación de la violencia.

Bueno, y está también el eje de la familia.

-Sí, sí, ése es el segundo tema principal, totalmente.

De hecho, ‘Los ritos del agua’ describe situaciones que, por desgracia, de una forma u otra se siguen dando dentro de las familias hoy.

-Sólo tienes que leer los titulares de cualquier periódico. Son más crudos que cualquier novela. En Vitoria hemos tenido no hace mucho un caso bastante duro que si lo metiese en una novela tendría gente diciéndome que me estoy pasando y que soy muy dura. El tema que trato ha pasado, pasa y pasará. Si en una novela puedo concienciar a lo largo de 400 páginas igual puedo conseguir más que un anuncio de dos minutos. El hecho de que te metas en la situación del personaje, del entorno, de quienes miran hacia otro lado, de quienes no creen o prefieren no creer, puede suponer que se remuevan conciencias. Es mi forma de posicionarme. No quiero escribir libros vacuos. Quiero que el lector se lo pase bien cuando me lea. Pero cuando tenga 80 años y vea todos mis libros, quiero coger Los ritos del agua y pensar: pues mira, me posicioné y si removió alguna conciencia, si le sirvió de algo a alguien, el trabajo habrá merecido la pena. No quiero hacer libros-juego, libros-puzzle por jugar con la novela negra. Quiero, sin dejar de entretener y sin horrorizar, posicionarme con respecto al tema de la violencia dentro de la familia y darle visibilidad. Por suerte, en lo personal, no conozco a nadie que haya pasado por eso, pero sí es una cuestión que me remueve.

Por cierto, ¿dónde estaba usted en el 92?

-Por aquí, en el Casco Viejo, igual que Unai, de juerga. En el Rojo, en el Segundo, en el Aldapa... (risas).

Porque en esta segunda novela el lector se va a encontrar con el Kraken adolescente, con esa época de descubrimientos personales en muchos sentidos.

-Sí, pero su adolescencia no tiene que ver con la mía. Los lectores tienden a asociarte con el personaje que más se te parece en género y en edad. Me pasó con La saga de los longevos y me sucede ahora. Pero bueno, como a otros escritores, como si Reverte fuera Alatriste. Es una simplificación que al principio, no creas, duele un poco porque te cuesta tanto crear y parir a estos hijos literarios, y dotarles de un pasado, de unas peculiaridades, de una manera de expresarse, que el hecho de que luego te asignen a ti cada rasgo es complicado de asumir. Luego, cuando llevas unos cuantos libros, esa situación no te lastra porque lo que te interesa es tratar los temas que quieres y ya está. Si no lo hiciésemos así, todo serían autobiografías. Así que el pasado de Unai no tiene nada que ver conmigo salvo que pasa los fines de semana en Villaverde como yo, y que su abuelo es el mío.

El abuelo, el verdadero protagonista de esta trilogía...

-(Risas) No, no, es Kraken. Él es un mentor.

¿Qué diferencias encuentra o cómo de distinta se ha sentido usted entre la primera parte de la saga y ‘Los ritos del agua’?

-Creo que Los ritos del agua es más novela. El tema es menos ligero. Entiendo, por lo que está pasando en estas primeras jornadas, que el libro va a volver a ser una novela que la gente va a devorar en dos o tres días. El lector me exige mucho: que si casa a los personajes, que si no, que si ambienta la historia sólo en Vitoria, que si... Pues con esta novela yo también les he exigido madurez para tratar un tema determinado. Vamos a jugar, os lo vais a pasar bien, os vais a evadir, va a seguir ese tono de homenaje a Vitoria y a Álava, pero sólo tengo una vida, sólo tengo una carrera literaria, y quiero escribir de algo que nos sea vacuo, vacío. En este sentido te digo que es más novela, tiene más poso. No sé si la palabra es madura...

¿Asentada?

-Podría ser, sí.

Mencionaba antes esta reflexión que cita uno de sus personajes sobre la violencia como una característica del ser humano desde el paleolítico...

-Desde que el hombre es hombre y somos anatómicamente modernos.

... lo que habla muy mal de nosotros como especie.

-Venimos de ser animales y los animales son violentos. Partiendo de ahí, se supone que nos hemos humanizado en el sentido de que usamos más palabra que los actos físicos. Pero insisto en esa tesis que dice el personaje de Héctor del Castillo: existe una cadena de violencia que se remonta al paleolítico. Cuanto más criminología he estudiado, más lo he visto. Un tío abusador ha sido un niño que ha sufrido abusos. Y ha sido abusado por un padre abusador que fue un niño abusado... Todo está en la libertad de cada uno cuando se convierte en adulto o tiene la fuerza física suficiente como para ejercerla sobre otro. Es ahí cuando tiene que decidir entre romper esa cadena o no, entre decir: he sido una víctima pero voy a utilizar esto precisamente para que no se repita o voy a repetir todo lo que me hicieron.

¿En ese escenario, se puede ser positivo?

-Sí. Cada uno tenemos la posibilidad de elegir entre quitarnos la mochila que llevamos para no reproducirla o no. Esa es la lección de la novela y la elección de Kraken.

Ayer estuvo firmando libros en Gasteiz, hoy toca Bilbao, luego Santander... Llega una época de ir y venir. Hablando de familias, ¿cómo lo lleva la suya desde Alicante?

-Me acompaña siempre que puede. Desde que en 2012 comencé con los longevos, esto ha ido subiendo. Son ya cinco novelas, cinco lanzamientos, cinco giras de promoción... así que te da tiempo para ir adaptando las rutinas a este tipo de vida para que nada se resienta. Nosotros lo llevamos con normalidad. El núcleo familiar, tanto el de aquí como el de Alicante, está adaptado.

El tercer Kraken está ya bastante avanzado. ¿Con ‘Los ritos del agua’ llega un paréntesis en ese trabajo?

-No, aprovecho en el AVE o en los hoteles por la noche. Como dicen en marketing: haz algo todos los días que te acerque a tu objetivo.

¿Esa tercera novela será la última o...?

-De momento es una trilogía, pero todo depende del reto que me suponga. La idea de Kraken se me ocurrió en 2012 y es algo que tengo muy reciente. El personaje y todo el universo que he creado me sigue quitando el sueño y mientras eso siga pasando, sé que tengo más cosas para transmitir. Así que mientras me suponga un reto habrá todos los Kraken que me apetezca escribir. Lo mismo que con los longevos. De hecho, tengo la mitad de la nueva entrega ya escrita, la terminaré y habrá todos los longevos que me apetezcan. Y con Kraken, lo mismo. Donna Leon con su comisario Brunetti en Venecia lleva 22 novelas. Me encanta eso, me parece un matrimonio literario de primer nivel. Mientras yo esté contenta y Kraken esté bien en su mundo, seguiré escribiendo.