mientras que en tierras catalanas fallecía una anciana real a la que la compañía de luz y gas le había cortado el suministro por impago, otra anciana, esta vez de ficción presentaba en todas las teles, un anuncio con el aviso de que el 22 de diciembre se sortearán millones de euros en una nueva edición de la famosa lotería de Navidad; y en esta ocasión el spot cuenta con bellas, rítmicas y cuidadas imágenes la alucinación de una anciana de guion televisivo que confunde el 21 con el 22 de diciembre y cree que le ha tocado el Gordo y la familia, amigos y pueblo se convierten en cómplices de esta gran mentira/equivocación, que podría ser realidad y así todo queda en potencial. Es la estúpida historia de la ilusión frente a la brutal realidad de los desheredados de la fortuna en una crisis que no remite y sigue llevándose por delante a los más desfavorecidos, indefensos y parias de esta sociedad nuestra que se anestesia todos los años con la visión de una historia tierna, navideña y soñadora que esnifamos con creciente ansiedad esperando que el milagro, la improbabilidad matemática, la veleidosa fortuna nos toque con su varita mágica y arregle el rumbo de nuestras inciertas derivas humanas. Y así de forma silenciosa, agazapada y embaucadora van apareciendo los signos anunciadores de unas fechas navideñas, consumistas y desvariadas que los ciudadanos sienten y sufren con distinta catadura, unos como infantil sueño de espumillón y rutilantes luminarias, otros como momento para recuerdos cargados de heridas que el paso del tiempo ha dejado en el personal zurrón. Cada apostante a la lotería de Navidad tiene una entre 100.000 probabilidades de ser tocado por la esquiva fortuna. Compartir es lo más importante. Realidad matemática y estadística frente a ficción televisiva en un momento del año en el que todos deseamos más o menos disimuladamente que nos toque el Gordo. Pues suerte.