Vitoria- Tras una larga carrera en la que destaca su participación en La Vacazul y Amparanoia, Jairo Zavala ha encontrado en DePedro un vehículo musical personal en el que marida rock, África y Latinoamérica. El sábado 29 presentará su último disco, El pasajero (Wea), en la sala Jimmy Jazz. “Me encantan las lentejas pero no las como a diario; necesito influencias y sabores nuevos”, dice Jairo.

Su ‘pasajero’ remite a Iggy Pop y ‘The passenger’.

-El de Iggy era más el conductor de su bus de gira. El mío es una persona que viaja y se abre a las historias que vive a su alrededor.

El viaje está muy presente en sus temas, no deja de ser su reflejo.

-No puedo dejar de ser honesto y reflejar los encuentros que tengo en el planeta. Es un imperativo para el músico. (Duda). Bueno, o para mí.

Un viaje “entre el cielo y el lodo”, canta.

-Desde luego. Hay muchas historias y no todas son bonitas aunque sean parte de la vida. Es un tópico pero hay que tratar de disfrutar de la vida porque es finita. Y si además puedes hacer disfrutar a la gente? ¡pues perfecto!

¿Aboga por viajar para “llenar de energía mi mente vacía”?

-Las historias, vivencias y los acordes de mis amigos son alimento para el alma. Aunque, a veces, el mejor viaje es el interno y personal; que es también el que más nos cuesta.

El CD también alude a la amistad. Al frente, está el dúo Calexico.

-Sí, son muchos años tocando juntos. Lo importante no es tocar con músicos increíbles sino encontrar la mágica sinergia de la lonja del local de ensayo. Tras casi diez años con ellos, tenemos un lenguaje común.

Ellos son el carburante rítmico que propulsa su último disco.

-Es que llevan juntos casi tres décadas. El disco me ha costado mucho tiempo porque tuve un bloqueo y han pasado casi tres años desde el anterior. Un viaje a África, que se verá en un documental, me abrió las puertas a la composición. Acabadas las canciones en lo básico, me fui a Tucson y allí nos sacó la sangre el productor Joel Schumacher. El disco está grabado en analógico porque te pone en un precipicio, tocando en directo y tratando de no estropear cada toma. No paramos hasta llegar al momento mágico y lograr emocionarnos, algo que no es fácil tras tanto tiempo y tanta costra. Más orgánico sería imposible. Hay sudor en él.

El disco es hermano de sus mayores. Conecta África con el continente americano, el rock, el funk/zouko y el rock y soul de los 50.

-Me encantan las lentejas pero comerlas todos los días? Necesito influencias y nuevos sabores pero hay un mimbre común, una conexión entre los temas. El sonido es dispar porque mi vida es así, fruto de mis viajes. Voy de tocar con Toumani Diabate a Tony Allen o a Hank Williams en Estados Unidos.

¿Canción fronteriza o canción global? ¿Qué hace usted?

-Me da igual si hablan de mí. Aunque sea mal (risas). Las fronteras son encuentros entre culturas, no quiero ver su lado negativo. La idea de globalidad casa conmigo.

Canta también con Bunbury, otro que se regenera en la carretera.

-Enrique es ejemplo de una ambición musical sin límites y de no acomodarse en sus muchos roles. Y ha sido muy cariñoso y natural.

La guatemalteca Gaby Moreno, a las voces, lo borda en su disco.

-Es uno de los aciertos de producción. Da elegancia a los coros y es una cantante top, además de humilde. Cometí el error de no pedirle que cantara conmigo una canción.

‘La casa de sal’ estremece con sus cuerdas.

-Las he grabado anteriormente, pero ahora quería darles protagonismo y llamé a Tom Hagerman, de DeVotchKa, los de la banda sonora de la peli Little sunshine, y a los músicos de la Sinfónica de Tucson.

Vivir “despacio, sin prisa, sincero, sin tiempo”. ¿No es un autopía?

-Puede, pero hay que luchar por ello. La vida hay que vivirla y si lo haces rápido no te da tiempo.

Habla en una canción de un país que es un negocio.

-Así va el mundo moderno por la prepotencia de Occidente. Se nos olvida que somos humanos y mortales, y que crecer demasiado puede hacer que la caída sea espectacular.

Mantiene su lado social. Canta “no tengo nada, no estoy preparado para la matanza? baila conmigo esta danza de los desposeídos”.

-Sí, pero sin caer en el panfleto. No me gusta, no es manera de emocionar. Además, no sé ni lo que hacer yo? Solo sé lo que no quiero.

Es la hora del movimiento, de dejar ir a lo que nos pesa, para que no nos arrastre, sugiere.

-Es que la imagen de miseria que transmiten los medios no es la verdad. Vas a Guatemala o El Salvador y allí ves que se sonríe. Hay que saber extrapolar las cosas y no ver la televisión (risas). Hay otro mundo tras ese espejo negro.

Aboga por la valentía pero reconoce que el miedo es su compañero.

-Puede resultar naif, pero el camino de hacer las cosas bien es más fácil que el otro, por el que tiramos casi siempre.