además de una de su canción bandera, Born to run (Literatura Random House) es la autobiografía de Bruce Springsteen, en la que en sus casi 600 páginas opta por contar su vida personal y como músico, no la de la estrella del rock que llena estadios. En ella, con un lenguaje a veces poético y otras tan sincero que suena desgarrador, se muestra vulnerable y reconoce defectos y miedos, a la vez que muestra su amor por su comunidad (el rock, la familia, su banda?) y su compromiso con la igualdad y la justicia.
Bruce vomita sinceridad a raudales en este poco complaciente libro traducido por Ignacio Juliá y que busca “mostrarle mi mente al lector”, aunque reconozca que no lo cuenta todo porque se debe a “la discreción y el respeto a los sentimientos de otras personas”. Estas páginas tienen su embrión en la actuación de la Super Bowl, en 2009, y siguen un curso cronológico que se inicia en Freehold, su pueblo natal.
“En la calle nunca me siento solo, me siento en casa”, canta en Out in the street. Esa calle era Randolph Street, la de sus juegos infantiles y en la que creció en el seno de una familia católica italiano-irlandesa marcada por “el trabajo y la fe”. Pobre y mimado por su abuela y su madre, sobre la que se deshace en elogios, Springsteen arrastró siempre una relación complicada con su padre, como demuestran algunas de sus canciones. Desde su infancia, cuando le consideraba “un blando”, a la adolescencia, cuando le preguntó si “era marica” al dejarse el pelo largo.
Bruce describe a su padre como un hombre “distante y taciturno” que le veía como “competidor en el hogar por el afecto de mi madre”. Y narra, con dolor pero amor extremo, episodios de incomprensión (con nueve años le golpeó con un bate cuando abroncaba borracho a su madre), su alcoholismo (le iba a buscar a los bares), su trastorno maníaco depresivo y su reconciliación final.
Resulta conmovedor cuando el progenitor reconoce no haberse portado bien con él y Bruce le responde: “tranquilo, hiciste lo que pudiste”. O cuando le mostró el Oscar logrado por la canción Streets of Philadelphia y él responde: “nunca más diré a nadie lo que debe hacer”.
Salvado por la música Al niño alienado e incomprendido que le encantaba bailar, le salvó la música. En primer lugar, el Big Bang que provocó Elvis; después, la llegada de The Beatles, ya con acné. “¡Quería ser uno de ellos!”, escribe antes de recordar sus primeros trabajos (pintor, cortar el césped?) para alquilar primero, comprar después, su primera guitarra, y narrar con profusión de datos y cariño (verdadera adoración por Dylan, Van Morrison, Spector, Orbison?) sus primeros (y difíciles) pasos en la música con los grupos The Castiles y Steel Mill antes de la llegada de The E Street Band.
Bruce habla de su “clan”, de la tribu, al escribir de su niñez. Su banda de siempre lo es, también. La elegida. En pasajes sentidos evidencia su amor por sus músicos (con el saxofonista y “emperador” Clarence Clemons y el guitarrista mío fratello Steve Van Zandt a la cabeza, sin olvidar el papel de su manager, Jon Landau), no exento de disputas y malentendidos. Bruce, que reconoce su perfeccionismo y su fuerte ego, asegura que llegó un momento, a principios de los 70, en el que “se acabó la democracia”.
Él lideraba, cantaba, componía y tocaba la guitarra. “Quería la libertad para llegar a mi música. Fue una de las decisiones más inteligentes de mi carrera”, recuerda. Y 40 años después, a pesar de separaciones, peleas y reagrupamientos, la relación persiste porque “no había confusiones sobre el papel de cada miembro; trabajamos juntos pero es mi banda”, acota. El rockero va más allá y asegura que esto “no es solo negocio” sino “algo personal” marcado por “el amor y el respeto” que ha creado “una filosofía y un código de honor profesional”.
Familia y sociedad El libro analiza de primera mano la trayectoria de Springsteen, deteniéndose profusamente en sus discos fundamentales y sobrevolando (inteligente él) el resto, especialmente los más recientes, y contextualizando cada uno en su momento personal y el social. La lucha racial, los sueños adolescentes, las depresiones económicas, Vietnam y el olvido de los veteranos, la crisis de Wall Street, el 11-S, la guerra de Irak? son capítulos que marcan a fuego su vida y música. “En nuestras manos está la receta para muchos de nuestros males: guarderías, empleo, educación o asistencia médica. Gastamos millones en reconstruir Irak y Afganistán. ¿Por qué no aquí, por qué no ahora?”, se pregunta.
“Cuando no estaba en la carretera, mi vida era un rompecabezas”, reconoce antes de escribir que “la vida triunfa sobre el arte? siempre”. El amor, el matrimonio y la familia, el triunvirato que adelantaba The river, volvió a salvar a Springsteen. Se bajó del coche en el que huía y entró en casa. Tras divorciarse de la actriz Julianne Philips, sobre quien solo tiene buenas palabras (“el material defectuoso era yo”), recuperó a Patti Scialfa, a quien conocía desde hacía diecisiete años y con quien ya había “flirteado” antes de que entrara a la banda. Y con ella sigue, a pesar de las peleas y dificultades, con tres hijos (conmovedor el capítulo en el que nace su hijo mayor y lo coge en brazos por vez primera o en el que va con sus retoños a un concierto punk y a ver a Lady Gaga) y ese deseo eterno de “poder aislarme” para crear. “Ella defiende el fuerte mientras yo intento incendiarlo”, escribe.
Su ambivalencia ante el éxito (“el hombre rico en la camisa del pobre”) y los problemas de identidad descritos en Brilliant disguise, la llegada de la vejez, su publicitada depresión (se repite con asiduidad a pesar de la medicación), también aparecen en este libro que destila amor y sangre. Alude a ella cuando, siendo un niño, advierte algo especial en su primer y fracasado concierto ante sus amigos del barrio. Hoy, cuando su magisterio reina en los conciertos (“el lugar en el que suceden milagros”) más que en los discos, Bruce escribe que “esto es solo rock and roll”... y se desdice después, para ampliarlo al ámbito del amor. El libro concluye con él conduciendo y apresurándose a “volver a los cálidos brazos del hogar”.