En la sala Matraka de Lakuntza (Navarra) ofreció el 30 de diciembre de 1994 su último concierto Cicatriz. El 5 de enero de 1996 murió Natxo Etxebarrieta, líder y referente de la banda gasteiztarra de punk rock, sumándose a un triste listado en el que ya figuraban, por desgracia, José Arteaga Pepín, José Luis Pakito Rodrigo y Pedro Landatxe. Dos décadas después, la música y la trayectoria de la formación -por la que también pasaron otros intérpretes como Goar Iñurrieta- sigue generando atracción dentro y fuera de Euskadi, aunque hasta el momento esa biografía vital y creativa no se había convertido en libro. Pero como, salvo la muerte, todo tiene solución, Eternas cicatrices viene a ocupar ese gran hueco gracias a la labor de Juan Carlos Azkoitia, quien presenta a los lectores de cualquier generación un amplio volumen trufado de material inédito.

Las propias palabras de Natxo, los recuerdos y reflexiones que le relató al autor del libro a lo largo de 1995, son el eje central de una publicación que también reúne discos, letras de canciones, listado de conciertos, medio millar de fotografías... así como entrevistas con personas que jugaron un papel especial en la vida del grupo, desde la madre de Etxebarrieta hasta Evaristo Páramos (La Polla fue el grupo que más toco junto a Cicatriz) pasando por Fermin Muguruza o Enrique Villarreal, todo ello con prólogo del músico y periodista Roberto Moso (Zarama).

En la pasada edición del festival Gasteiz Calling se empezaron a vender los primeros ejemplares de esta cuidada autoedición que ya se puede conseguir en Gasteiz (Zuloa y La Morgue), Agurain (Librería Eguzki), Bilbao (Brixton, Power Records y DDT), Donostia (Beltza Records) y Pamplona (Katakrak y Dientes Largos) para llegar en breve también a Irún y Barakaldo mientras viaja además a Zaragoza, Lleida, Barcelona y Madrid. Sin olvidar, por supuesto, que también se puede recurrir a Internet para conseguirlo.

Una larga espera La primera idea de esta biografía apareció en la mente de Azkoitia en 1995. “Habían muerto ya Pakito y Pepín. Sólo quedaban Pedrito Landatxe y Natxo, pero ambos tenían sida y estaban en una fase final. Por aquel entonces, yo estaba en Hala Bedi Irratia haciendo el programa Pesadilla del punk rock”, tiempos en los que “no existía Internet, cuando seguíamos consiguiendo determinada música que sólo se podía obtener en circuitos underground a través de intercambios que hacías en estaciones de tren o de autobuses gracias a alguien que estaba de paso”, algo que ahora suena a “prehistórico”.

En este contexto, el autor -que en aquel momento también escribía en la revista bilbaína El Tubo- se propuso contactar con Natxo Etxebarrieta “para que me contase la historia de Cicatriz en primerísima persona”. “No éramos amigos aunque nos conocíamos de vista; y cuando le planteé la idea, él acepto el reto”, una relación que se tradujo en una serie de encuentros semanales. “Había tardes muy fructíferas, pero otras veces Natxo no podía”. El cuerpo del cantante tenía sus límites.

Aún así, uno fue contando y el otro recogiendo no pocas intimidades, anécdotas y vivencias que el líder de la banda vitoriana no relató nunca en sus entrevistas con los medios, cuestiones que iban desde su adolescencia y el inicio de Cicatriz en la Matriz hasta el paso por la cárcel de Carabanchel, por poner dos ejemplos.

“Cicatriz es un fenómeno inolvidable. De hecho, a Natxo le comenté en su día que el grupo daba para un libro, algo ante lo que él sonreía porque pensaba que daba más para un fanzine”. Tras el fallecimiento del cantante, Azkoitia siguió dándole vueltas a cómo dar forma a todo el material recopilado sin ponerse fecha fija. El tiempo fue pasando y con él aparecieron otros proyectos, como el que le unió a Diego Cerdán para adentrarse en la historia de otra banda vasca que no necesita presentaciones, Eskorbuto. Con el arranque del nuevo siglo, la idea de Eternas cicatrices volvió a primera línea, partiendo de todas esas horas de conversación con Etxebarrieta grabadas en varios cassettes. “El problema es que llegó un momento en que no pude seguir entrevistándole y la década de los 90 no quedaba bien representada pensando en el libro. Por eso, hacia 2002, además de contactar con Goar decidí también ir realizando charlas con una veintena de personas del entorno de Cicatriz”, lo que terminó de dar a la publicación el cuerpo casi definitivo.

Ahí, eso sí, llegó otro parón al proyecto puesto fue empezar a buscar una imprenta y encontrarse con unos presupuestos “desorbitados”. En paralelo, a finales de la pasada década, en Facebook se creó un perfil de homenaje a los Zika que ahora gestiona también el autor de la publicación, un espacio “en el que hay un libro que da para 2.000 páginas repletas de información”. Azkoitia se puso entonces como fecha para la edición del texto 2016, puesto que este año se cumplen dos décadas de la muerte de Natxo y 30 años de la salida al mercado del disco Inadaptados. Y como la crisis ayudó a bajar los precios antes imposibles de alcanzar, Eternas cicatrices se ha terminado convirtiendo en una realidad ya palpable para los lectores. “Lo que la gente se va a encontrar aquí es todo real, crudo y salvaje. Es un libro escrito a tumba abierta, de una manera pasional”.

Lo más complicado De todas formas, lo que de verdad le ha quitado horas de sueño al autor a lo largo de todo el proceso no ha sido la aventura de la autoedición, sino afrontar el capítulo referido a las drogas y la autodestrucción. “Es que el grupo se forma en el 83 en un centro de desintoxicación y desde ese punto de partida, es una cuestión que no podía obviar de ninguna manera”. Eso sí, tampoco Azkoitia quería desvirtuar las cosas y por eso ha separado lo referente al consumo y su relación con la banda en un apartado diferenciado.

Además, la publicación está completada con aportaciones de otro tipo, como poemas escritos por el propio autor pero también por Txabi Etxebarrieta, por ejemplo. Todo ello para conformar una propuesta que espera encontrarse con los diferentes públicos de la banda gasteiztarra, con aquellos que les conocieron en los 80 y en el arranque de los 90, con los que el principio de su juventud les coincidió con el final del grupo, y con quienes nunca les pudieron ver ni conocer. “El poso generacional que dejó Cicatriz es muy grande y hoy, con el paso del tiempo, el mito está en la punta del iceberg”.

Claro que eso no puede hacer olvidar que, como sucedió con R.I.P. o Eskorbuto, los alaveses fueron mirados durante buena parte de los 80 como “los frustrados, los drogadictos, la basura, la escoria”, aunque en los 90 “el público se fue abriendo y con ellos también la percepción sobre Cicatriz”. Hoy, la leyenda sobre la formación sigue presente. No sólo a este lado del Atlántico. Azkoitia, gracias al perfil de Facebook, tiene contacto directo con seguidores, por ejemplo, de México, “desde donde te preguntan incluso si sabes en qué lugar están enterrados los cuerpos o las cenizas de los Zika y si existe una especie de ruta para visitar las tumbas; yo me quedo alucinado”. Más allá de la anécdota, el autor señala que Cicatriz fue, ante todo, “un tremendo grupo de rock and roll que dejó un gran poso en distintas generaciones gracias a temazos salvajes y mensajes a ritmo de escupitajo callejero; es una pesadilla del punk rock que continuará para siempre”, apunta el escritor, quien estuvo a punto de perder la vida justo un año después de la pérdida de Etxebarrieta en un accidente de tráfico que tuvo camino a Navarra para ver a los ingleses GBH.

Toda vez que Eternas cicatrices ya está en la calle, Azkoitia tiene claro que el interés por la banda sigue latente puesto que “hay mucha gente que, sin haberlo leído, ya me ha transmitido las ganas que tenía de encontrarse con algo por el estilo puesto que hasta ahora no había nada escrito sobre Cicatriz”. Eso sí, la historia no acaba aquí. Roberto Ortega (autor de Rock y violencia. Eskorbuto) quiere editar una trilogía sobre la formación alavesa en la que está trabajando en estos momentos. “Son dos proyectos muy diferentes pero todo suma”.