Vitoria - Cuando a Fernando Bernués, dos décadas después del estreno de la exitosa versión teatral de El florido pensil, le propusieron retomar el montaje, la respuesta fue inmediata: ni por asomo. Sin embargo, él -junto a Mireia Gabilondo, las dos bases fundamentales de la compañía Tanttaka- sí propuso el proyecto de hacer una adaptación desde el punto de vista de las mujeres, de aquellas que sufrieron no ya los rigores de la educación de la dictadura en Euskadi, sino también la discriminación de una sociedad que, por desgracia, en cuestiones de género no ha cambiado tanto en algunos aspectos. Loli Astoreka, Itziar Lazkano, Elena Irureta, Gurutze Beitia y Teresa Calo son las actrices encargadas de devolver este espectáculo a tierras alavesas, una cita ineludible hoy para el XXIII Festival de Teatro de Humor de Araia, mientras Bernués hace las maletas para irse hasta Montevideo y Buenos Aires con la obra Un beso/Muxua, ya vista en Gasteiz.
¿Por qué retomar ‘El florido pensil’ desde esta nueva visión?
-La idea de recuperar la historia nos vino desde Cataluña hace un par de años. Pero lo primero que dije fue que no. No por nada, que estamos muy agradecidos al espectáculo, pero creo que hoy, aquella catarsis que significó la pieza hace 20 años, se nos queda un poco lejos. Pero de manera automática contesté también que nos podíamos plantear entrar al mismo colegio desde la puerta de las niñas para ver si podía dar juego. A partir de ahí nos pusimos manos a la obra. Yo sospechaba que cuando entrásemos al cole por la puerta de las niñas nos íbamos a encontrar con muchos aspectos de género que vivimos ahora y que están salpicados todavía por aquella educación y por un modelo patriarcal que, eso sí, no es exclusivo del franquismo. Hoy, cuando ves el espectáculo, te das cuenta de que esta versión de las mujeres tiene mucha más vigencia. Estructuralmente, la obra es igual, pero desde otra mirada, desde aquella que contemplaba a la mujer española, que debía de ser ama de casa, esposa sumisa y madre entregada. Al final, la mujer debía ser formada para estar en su casa, secuestrada de la vida social, cultural, política... Por fortuna, las cosas han cambiado muchísimo, pero también es cierto que muchos comportamientos y situaciones de desigualdad todavía están muy apuntaladas en aquella educación.
No sé hasta qué punto, más allá de la versión actual, volver a adentrarse en el universo de ‘El florido pensil’ le ha devuelto recuerdos y sensaciones de hace dos décadas, cuando Tanttaka generó muchas y muy diferentes sensaciones con esta comedia, por ejemplo, haciendo que sus intérpretes cantasen a pleno pulmón himnos de la dictadura que a más de un espectador le encendían.
-Sí, sí, más de uno con los pelos de punta (risas). La verdad es que cuando estrenamos hace 20 años estábamos acojonados. El otro día vino José Ramón Soroiz a ver una de las representaciones, que él todavía no había disfrutado de la nueva versión. Y, mientras estaba entre el público, le salían de la boca parte de los textos del personaje que él encarnó en su momento. Un día tendríamos que hacer un encuentro de El florido pensil contando con todos los actores que pasaron, aunque algunos ya no están. Las anécdotas fueron muchas. Las vivencias también. Pero no ya desde nuestro ámbito, sino también desde el del espectador. El otro día, por ejemplo, una actriz amiga me contaba con una sonrisa cómo había visto aquel primer montaje cuando tenía 14 años y cómo le marcó. Es una pieza que, en su momento, fue una sorpresa, también desde el punto de vista teatral pues tenía una cierta irreverencia formal para la época.
Como no puede ser de otra manera, ese factor, por así decirlo, novedoso o sorpresa tanto en el fondo como en la forma se ha perdido con el paso del tiempo.
-Sí, pero la gente sigue respondiendo tanto por el espectáculo en sí como por esa nueva perspectiva desde la mirada de la mujer. Acabamos de estar varios días de representación en Donostia y la gente se ha acercado de nuevo.
Los más jóvenes seguro que en pleno 2016 piensan que Tanttaka les está hablando, por lo menos, del paleolítico superior, aunque...
-No hace tantos años, no. Eso es algo que no tenemos que perder de vista, tampoco.
... sobre todo, en lo referente a la mujer, parece que algunos patrones de aquella educación todavía se mantienen.
-Absolutamente. Andrés Sopeña, el autor del libro de El florido pensil, escribió después otro texto que se llama La morena de la copla en el que hablaba de que el territorio de la formación del pensamiento de la mujer todavía era más sutil, canalla y amplio que en el caso de los hombres. Ellos iban a la escuela y, bueno, más o menos. Pero ellas estaban inmersas en ese entramado social de tías, abuelas y madres, en esos espacios de intimidad más oscuros o menos obvios, conformándose un entramado de transmisión del pensamiento que es difícil quitarse de encima. No es casualidad que hoy la situación laboral de la mujer siga siendo mucho más precaria que la de los hombres, que todavía el cuidado de los hijos, enfermos y mayores recaiga principalmente en las manos de ellas, y así podría poner más ejemplos. Nada es casualidad. Ahí están los valores que se transmitieron y que, en algunos casos, se transmiten hoy a pesar de que formalmente las cosas han cambiado mucho. Hay comportamientos que están incrustados en el ADN social.
La obra llega a Araia mientras usted tampoco para por cuestiones laborales. ¿Las vacaciones estivales bien, no?
-Trabajar en verano sienta muy bien (risas). No, en serio. Las temporadas de teatro cada vez se están acortando más. Casi ninguna empieza hasta octubre y para después de Semana Santa, casi todo se va parando. Así que es fantástico que haya espacios laborales en verano. A Araia ya hemos ido en ocasiones anteriores y es de agradecer el trabajo que hacen Txortas y su equipo. - DNA / Foto: DNA