Madrid - El luto por su hermana Nuria es el germen de las memorias de Pablo Carbonell, que “vomita” su intimidad, de las drogas a la bisexualidad, y el camino de su éxito, en la música, el humor y el cine, en El mundo de la tarántula: “Las he escrito en un acto de bondad, con ánimo edificante para los jóvenes”.

Lo dice, en una entrevista a la que llega “más guapo que un san luis”, de traje y con pajarita, y no parece bromear aunque al final se le acabe escapando la media sonrisa que caracteriza al alma de Toreros Muertos, “ideólogo” de gamberradas como Mi agüita amarilla, director de cine y dibujante “y todo sin pasar de segundo de BUP”.

“El libro -Blackie Books- tiene un afán didáctico. Quería que la gente, los jóvenes que puedan tener alguna inquietud o curiosidad, sepan cómo son cosas como la cocaína y los trucos o formas de afrontar el mundo del arte”, asegura Carbonell (Cádiz, 1962). Con este prodigio de “literatura transparente”, en el que revela sus inicios en el sexo -con un chico- e incluso que se hizo un trasplante de pelo, ahora siente un relativo “ataque de pudor” porque cuando le hacen entrevistas es como si le miraran “con rayos X”. “Nunca me ha importado ser un termómetro nacional, ni ser abogado del diablo. Hablar de todas esas cosas es ponerle también un espejo a la sociedad”, declara sobre sus “descensos a los infiernos”, que acabaron, “más o menos”, a partir de ser uno de los reporteros de Caiga quien caiga.

El libro nace del duelo por su hermana Nuria, una enferma de Prader-Willi que medía un metro y medio y pesaba 130 kilos. “Tener una hermana con tantos problemas desde que nació deterioró la convivencia familiar porque mis padres estaban más tristes, pero la queríamos tanto... Siempre había escuchado que cuando uno siente dolor es bueno ponerlo por escrito. Lo hice y lo mandé a la editorial y ellos se emocionaron mucho y me pidieron las memorias”, resume. Son 374 páginas de recuerdos pero no es la primera vez que lo hace: “Escribí otra autobiografía, cuando tenía 10 años. Iba de mano en mano en el colegio. Era un gamberrete con inquietudes”, se ríe.

“Yo iba para pintor. Y puestos a comparar este libro con un cuadro sería como el retrato de Van Gogh cuando se corta la oreja. Lo he escrito como si no lo fuera a leer nadie, de hecho, aunque me lo piden, no se lo he mandado a mi familia. ¡Que se lo compren!”, bromea de nuevo. Es un retrato que ha “vomitado”, casi “en escritura automática”, sin recapacitar sobre qué iba a suponerle mostrar su intimidad tan a las claras: “Uno no es de una sola pieza, sino la suma de muchas cosas, y me ha gustado ponerlas juntas. Creo que soy mejor persona ahora”, dice mientras vuelve a regocijarse ante la “lejana probabilidad” de que le tomen en serio. Emplea la cursiva en el libro para diferenciar el relato de sus reflexiones o cosas que “iban ocurriendo”, sucesos tan dramáticos como la muerte de su “hermano” Pedro Reyes, al que conoció de adolescente en Huelva y con el que formó pareja humorística, o su “maestro” Javier Krahe. “El nivel de estrés que está sufriendo el mundo de la farándula es tremendo. Están muriendo muchos cómicos, así que dos conclusiones: carpe diem y somos los siguientes, aunque yo tengo prohibido morirme antes que mis padres”, dice muy serio.

Le da pena haber dejado de estudiar tan pronto -“tripitió” segundo de BUP y ahí se estancó- y “haber perdido tanto tiempo en encontrar la voz propia” porque, reconoce, tiene “tendencia a la fuga”. “Mi obra magna, Mi agüita amarilla, la hubiese omitido de haber sabido algo de solfeo”, asegura solemne.

Esta reflexión sobre su identidad, en la que en vez de “farándula” ha querido que apareciera “tarántula” porque así lo decía la madre de un amigo, pone a prueba, sobre todo, su inmortalidad: “La gente, sobre todo Toreros Muertos, está convencida de que lo soy porque me han visto morir muchas veces”.

Con este libro ha comprendido la reacción de sus padres cuando les dijo que se iba de casa porque quería ser payaso: “Es como si mi hija me dijera que quiere ser abogada”, compara. La principal preocupación de este “tipo afortunado” es que a sus hijas, Carlota y Mafalda, les pase algo o que no encuentren su sitio y su deseo más ferviente “pasar un mes postrado”, para tener tiempo de leer, escribir, hacer canciones para un álbum en solitario y trabajar en llevar sus memorias al teatro.