Pamplona - Menudo final, no podemos contar nada, pero es de impacto.

-(Ríe) ¿Te lo ha parecido? Fue surgiendo así y veía que no podía ser de otra manera, pero no podemos hablar del final...

La novela parece una vuelta de tuerca en su trayectoria, ¿necesitaba cambiar, refrescarse un poco?

-Bueno, yo he hecho esto otras muchas veces. He abandonado varias veces la novela negra para buscar ese segundo camino de mi trayectoria, pero es verdad que hace unos cuatro años que no lo hacía, y me apetecía mucho. Como dice, me refresca, aunque también me hace sufrir.

¿Le cuesta más?

-Sí, a mí sí. Piensa que en el caso de Petra Delicado tengo ya creados los personajes y que el género negro tiene unas reglas muy fijas, y en la novela sin género vas un poco perdida, generando tú todo lo que sale.

En ese sentido, al no tener este tipo de textos unas normas establecidas, ¿se siente más libre?

-No, en la novela negra también me siento bastante libre, aunque hay que ir avanzando la trama y a veces es lo que menos te apetece (ríe) porque quiero perderme más en los personajes, pero, en cualquier caso, me encuentro a gusto en los dos registros.

Hay quien dijo que el Premio Planeta daba este año un giro hacia la novela negra, pero seguramente no había leído ‘Hombres desnudos’.

-Es que la gente es tirando a subnormal y habla muchas veces antes de saber. Ya me concedieron el Nadal por una novela que tampoco era negra, así que, en fin, habría que pensar un poquito antes de hablar. Pero no pasa nada, así luego yo puedo decir “¡No, no, ni hablar!”; es divertido (ríe).

Lo que seguramente sí comparte con el género negro es el realismo social, ese reflejo de realidades incómodas que muchas veces nos negamos a ver porque ni siquiera queremos mirar.

-Absolutamente cierto. Y también comparte más cosas con la novela negra, como el presente. Mis noveles siempre suceden en la actualidad. Además, los personajes secundarios y principales pertenecen a realidades sociales concretas, es gente que puedes encontrarte por la calle, y el ambiente también refleja este momento social y en cierto modo plantea una crítica.

No es una lectura plácida ni complaciente, de hecho genera bastante desasosiego.

-Me ha sorprendido mucho que me concedieran el Premio Planeta, porque se supone que suelen premiar cosas muy neutras, que puedas regalar a tu tía anciana sin que le dé un soponcio. Y, sin embargo, creo que han sido valientes, porque esta novela es cierto que puede inquietar.

Sus personajes, de hecho, suelen tener bastantes aristas y matices. Petra Delicado, por ejemplo, no es un derroche de simpatía; va por la vida como le apetece.

-Sí, Petra es muy impertinente, pero en el fondo lo pasa fatal porque se cuestiona todo lo que hace y todo lo que sucede. Y observa a su alrededor y se autocrítica, es un personaje torturado light, diríamos, no es una tortura tremenda, pero se come el coco, como dicen los jóvenes de ahora. Se autoflagela.

¿Le gusta poner a los lectores ante un espejo, que a veces nos ofrece un reflejo realista y otras uno un tanto deformado de lo que tenemos alrededor?

-Me gusta, sí. Claro que el espejo lo propongo desde mi punto de vista, no pretendo tener la verdad. Quiero mostrar las cosas como yo las veo, pensando que quizá alguien se sienta identificado con esa realidad o tal vez la encuentre desagradable, o la reconozca, o le haga pensar... Eso es lo que más me interesa, plasmar un reflejo en el que me incluyo yo, naturalmente, también quiero verme ahí.

No parece sencillo, aunque como escritora quizá le ha resultado placentero, el ejercicio que realiza en esta novela de ponerse en la piel y dar voz, casi de manera simultánea, a personajes tan diversos.

-Eso me ha gustado hacerlo. Yo no tengo una gran imaginación ni capacidad de fantasía. Eso sí, soy muy observadora y, encima, empatizo bastante con la gente, malgré moi, a pesar de no querer. Si veo a un camarero novato que está sirviendo y le tiembla el pulso, en cierto modo sufro por él, y eso me ayuda luego a meterme en los personajes, ya que de alguna manera siento que he vivido algunas de sus experiencias. Incluso las de personajes tan alejados de mí como Iván, un chico de la calle, que habla con un carretero. He visto a muchos chicos así, que pueden causar repulsión, que pueden dar miedo, incluso, pero luego ves que son bastante desgraciados y víctimas de las circunstancias. Esta capacidad de empatizar me ayuda a escribir, sí.

En esta novela, y casi como una actriz, ha podido encarnar caracteres bien opuestos.

-Con esta novela lo he pasado muy mal porque he estado tres años con ella, formalmente parece sencilla, pero tenía una cierta complicación. Quería que el narrador desapareciera, que el lector estuviera en contacto con la mente de los personajes y casi casi que las cosas no se las contara nadie, sino que sucedieran ante sus ojos. Eso me ha costado bastante, pero, por otro lado, también me divertía porque veía que había creado unos personajes que se movían un poco por sí mismos y hay veces que asistía a sus movimientos, más que crearlos yo.

Salvo alguna película americana y poco más, el mundo de los stripper masculinos y de los chicos de alterne apenas se ha reflejado en ningún medio.

-Me he asesorado en la realidad española, también a través de amigas, amigas de amigos, periódicos, agencias... Y he visto un poquito cómo funciona la cosa. Cuando tú tienes ganas de crear unos personajes, te informas para no meter la pata en algo que sea demasiado evidente. Ha sido muy interesante porque es un tema bastante nuevo que, sin embargo, ha cogido mucho ímpetu y que se está extendiendo un montón. Hay mujeres con experiencias sentimentales nocivas, con divorcios a sus espaldas, que, además, manejan dinero, tienen sus trabajos y son resueltas y no quieren una relación ni problemas, así que recurren a estos chicos de alterne. Yo he conocido a alguno y son educados, guapos y fríos, al menos en público.

Muchos de ellos, como pasa con Javier, entran en ese mundo empujados por la dificultad para encontrar empleo.

-Mira, La Vanguardia publicó una doble página hace una semana en la que decía que desde que comenzó la crisis ha aumentado un 30% el número de chicos de alterne en España. Y eso solo era una estadística elaborada a partir de los datos de las agencias que hay en Barcelona y en Madrid, pero el boca a oreja, que en ese mundo es básico, no se ha contabilizado, así que esa cifra puede ser superior. Es verdad que hay muchos chicos que se han metido ahí para sobrevivir.

Es un mundo que estaba más aceptado en el caso de las mujeres; de hecho, Iván, que trabaja en él desde hace años, en un momento dice que él no es puto, que las putas son mujeres...

-Y esa es una crítica muy aguda que contiene la novela. Es decir, parece que la única prostitución posible es la femenina, que ahí cabe todo y que, aun existiendo prostitución masculina y femenina, hay una diferencia básica, y es que la femenina está tan extendida que hay mujeres muy baratas, por usar un término terrible, a mano para cualquier economía. Sin embargo, los chicos de alterne trabajan exclusivamente para mujeres con un determinado nivel social, con lo cual, se supone, aunque en esta novela no sucede así, que no se encuentran con situaciones tan desagradables como las que tienen que afrontar ellas.

¡Y qué mujeres aparecen en la novela! Dentro de la clase social acomodada a la que pertenecen tenemos a dos muy diferentes, Genoveva e Irene, que es tremenda; sufre y se hace preguntas, pero no le gustan las respuestas.

-¿Te parece? (ríe) En realidad, es un libro sobre clases sociales. Ella es tan desgraciada como Iván y Javier. De repente, se da cuenta de que no tiene nada en las manos y de que lo que tiene no lo sabe utilizar. Y, sin embargo, es incapaz de dar su brazo a torcer y de mostrarse cariñosa o caritativa, incluso, con nadie que no sea de su clase. Aunque tampoco con los de su clase, porque los considera a todos una especie de traidores. Es un personaje devastado, pero sin ninguna capacidad de cariño por nadie; es dura, muy dura.

Y se encuentra con Javier, que está en el mundo de la prostitución por necesidad, pero que de alguna manera mantiene su inocencia.

-Es un tipo de hombre en los 40, que son chicos mucho más tiernos, feministas, ya no son machotes, ya lo comprenden todo, son compañeros, pero tremendamente acomodaticios. Carecen de la más mínima ambición material e intelectual. Se conforman de tal manera que al final resultan rémoras para las mujeres que son un poco marchosas. A veces dan ganas de cogerlos y sacudirlos (ríe). Les va bien todo, sienten que tienen la vida asegurada, una pizzita de vez en cuando los sábados... Conformistas. Y eso me sorprende.

Frente a él, Iván, un tipo que ha vivido lo suyo y que quizá es el personaje más honesto de todos.

-Sí, es misógino, malhablado, bruto, pero no se hace ilusiones con nada y no hace daño por hacer. Además, tiene un concepto muy elevado de la amistad, así que, a pesar de ser un desecho social, tiene sus virtudes.

¿Cómo está viviendo la gira del Planeta?

-Afortunadamente, y gracias a Dios, la gira gorda ya se ha acabado. Hemos estado con el finalista (Daniel Sánchez Arévalo) y con una jefa de prensa viajando durante cuatro semanas de lunes a viernes. Hemos hecho prácticamente las Españas. Y es duro, cada media hora hay que atender a un medio distinto y tienes que estar muy alerta, con los nervios a flor de piel. Ahora continuaremos con cosas más puntuales y ya no será solo hablar de tu maldito libro (ríe), sino que habrá charlas, los lectores preguntarán cosas... Esto es más agradable para mí.

Es lo que tiene ganar el Planeta.

-Desde luego, te dan ganas de ganarlo en la clandestinidad, de decir “Usted publique el libro, deme la pasta, pero que no salga mi nombre” (ríe).

La novela. Hombres desnudos. Una novela sobre el presente, en el que treintañeros pierden su trabajo y acaban haciendo estriptis o acostándose por dinero con mujeres ricas hartas de experiencias frustrantes.

La autora. Alicia Giménez Bartlett (Almansa, 1951). Su personaje más conocido, la inspectora Petra Delicado, ha protagonizado nueve novelas. En 2011 ganó el Premio Nadal con Donde nadie te encuentre.