Vitoria - La teoría dice que está jubilado. La realidad, que ni sabe ni puede despegarse -aunque ahora la editorial pertenezca a sus hijos- de Ikusager. A sus 80 años, Ernesto Santolaya ha decidido que 2016, cuando su proyecto cumple cuatro décadas de actividad cultural, es un buen año para bajar la persiana de manera definitiva. “Más que el cáncer, me aterra pensar qué voy a hacer cuando todo esto esté cerrado. Me veo viniendo y quedándome en la puerta, mientras veo el cartel de Se Alquila” dice rodeado de papeles en ese local de Reyes Católicos que siempre ha dado la impresión, a quien ha cruzado su umbral, de ser en verdad una cueva de los tesoros. “En estos momentos, las ventas son ridículas, absurdas, inconcebiblemente absurdas. Hace muchos libros que no cubro gastos. ¿Por qué seguir? Ay amigo, es el veneno que uno lleva dentro. Es la pasión que uno tiene”.

El final del camino, eso sí, tiene su orden. Hace unos pocos días, el editor convertido en escritor presentó Galería de raros. Cinéfilos y cinéfagos que quisieron cambiar el paso de una ciudad. Tras esta mirada al cinefórum de Vitoria que durante las décadas de los años 50 y 60 del siglo pasado fue punto de unión y reflexión para unas cuantas almas inquietas, llegará, a principios de 2016, otro libro: sus memorias. Bueno, sus “casi” memorias. La imaginación también tiene su papel. Por ejemplo, un buen día se acordó de un suceso acontecido en un viaje digno de reseñar. Pero no tenía claros todos los detalles, así que buscó entre sus cuadernos de notas lo que apuntó en su momento. Cuando se leyó a sí mismo, aquello no le convencía. “¿Pero esto fue así? Que le den por culo, es mejor como lo quiero contar ahora”. Dicho y hecho. “Nadie será capaz de descubrir hasta dónde llega la verdad y dónde comienza la mentira. Pero es que estas memorias tienen que ser narrativamente ágiles, tienen que generar optimismo. La memoria se fertiliza mucho con lo inventado”.

Algo parecido le sucedió con Max y los chatarreros de Claude Sautet. La vio en París pero sin entender los diálogos, inventándose qué podían estar diciendo Michel Piccoli, Romy Schneider y el resto del reparto. Le encantó. Y así se quedó la cosa hasta que se volvió a encontrar con el filme ya doblado al castellano. Resultó que se había confundido de malo. Aún así, le gustaba más su versión. “Soy un desgraciado que siempre ha tenido miedo a la vida. Nunca he tenido la certeza de que podía hacer nada. Hasta los 14 años no fui a una escuela. Era un analfabeto total. He sido un ignorante convencido de mi ignorancia y de que tenía que aprender a toda velocidad. Ahora de viejo me atrevo a confesar. De viejo no tienes apego a la virilidad, no tienes que demostrar ya ni que eres el más guapo ni el más listo. Así que ha llegado un punto en el que no me queda otra que hacer confesiones alrededor de los demás. Es canibalizar la biografía del resto alrededor de la mía”. En ello anda este último lustro.

Tres son las partes que tendrá esa última obra. En la primera será el momento de mirar a la niñez y juventud de aquel hijo de Huérteles (Soria). “Cuando empecé el proyecto pensaba en hacer una novela en la que prescindía de mi padre”, que estuvo durante un tiempo en un campo de concentración, pero no por razones freudianas, sino porque pensaba que su progenitor requería un libro en sí mismo. “El personaje se lo merece, como otros padres de una época conflictiva”. Y no descarta la idea. En la segunda, el viaje geográfico y vital discurrirá por Haro, el destino de la “primera gran migración”. La tercera, la más extensa, tendrá a Vitoria como lugar de referencia para hablar de “mi enamoramiento con la ciudad, con los personajes con los que me fui encontrando, a quienes quise y a quienes sigo queriendo, y cómo iba descubriendo cosas que me iban enriqueciendo, como el cine”. De hecho, Galería de raros iba a estar en estas memorias, aunque fueron varias las voces que aconsejaron a Santolaya separar esta parte para aligerar el conjunto.

Lo que une a ambos títulos también es la inclusión de unos cuadernillos a modo de resumen y complemento (en las memorias cada parte llevará uno), partes compuestas por Fernando Illana en las que también se incluyen informaciones periodísticas que fueron relevantes en los años mencionados. “Primero van las noticias del piojo, del gusano que se va arrastrando por la vida tratando de respirar y después están las noticias de los que deciden, los que mandan, los que crean, los que ordenan el mundo, los que han servido para algo”. Y como en la obra que acaba de presentar, entre sus recuerdos siguen presentes los raros, los escasos, los que son muy diferentes, los que van contra la corriente y de lo que se espera. “Hay que ser raro”.

Cuatro décadas de Ikusager “En mis memorias leerás que este idiota sin ninguna cultura sabía que el secreto estaba en el libro. Aprendí a leer a través de los cómic y al principio pensaba que mi obligación era saberme los libros de memoria. Era una locura. Me faltaba un gestor, alguien que me orientara”. Después, con el tiempo, cuando tenía 40 años y la vida le reclamaba decisiones en firme, se miró un día en el espejo. “¿Por qué no voy a producir en los chavales de hoy la misma sensación, el mismo enamoramiento, esa emotividad a flor de piel que sentí cuando descubrí la lectura en los tebeos?”. Era 1976 y nació su editorial. “Con dos cojones y un palo, me metí con un cómic sobre la Guerra Civil. Me dieron hostias por todos los lados”.

“Si encuentras a alguien que quiera la editorial, dime que se la voy a dar barata”. Al poco, vuelve a preguntar: “¿no querrás ser editor, verdad?”. Ikusager está en la recta final. “El destino de los libros que están aquí va a ser el fuego. Tiene cojones. Habría que hacer un acto casi religioso con gente con camisa parda, correaje y esvástica, una noche de San Juan. Poner una pira en la plaza de la Provincia”. Él lo tiene claro y así lo ha trasmitido a sus hijos: “no tenéis que guardaos más que de una cosa, de esos payasos, funcionarios engolados, que en vez de zapatos se colocan todas las mañanas un pedestal, que parecen ser más sabios que el difunto Dios, que os van a decir que por qué no se constituye un fondo Ernesto Santolaya, que aquí en el museo Artium podría dar mucho juego”, personajes “especialistas en dormir la memoria de la gente”.

El adiós vendrá marcado por esas memorias, aunque en realidad hay más proyectos sobre la mesa. Quedará un catálogo de cómic que hace tiempo que está cerrado y otro literario en el que se incluirán los últimos 20 títulos que han ido saliendo en la época más reciente de la editorial. Ahí se sumarán también la traducción completa al castellano del Memorial de Santa Elena y las memorias de Elia Kazan, dos títulos en proceso a los que no les va a dar tiempo para llegar a la despedida.

Como hizo con La Historia de la Revolución Francesa de Jules Michelet, el editor dejará de ser con sus memorias un “regalador de libros” para pedir a los periodistas y críticos literarios a los que suele mandar sus títulos sin coste que apoquinen los 35 euros correspondientes. “La otra vez, de 50 sólo uno dijo que no” a esta “especie de socorro económico”.

Aprender y pensar Aunque ha tenido la tentación de cerrar la editorial “con un gran pedo” en lo que a las cuestiones monetarias se refiere, ahora tiene la cabeza en otras cuestiones. Para empezar, en unos nietos que, como confiesa, le enternecen, y en unos hijos a los que quiere dejar las cosas en condiciones. También en una vida que “ha estado bien”. “Ha merecido la pena, ha sido hermoso vivir porque ha sido hermoso aprender, porque he creído en la lucha de sacar a los niños adelante con una educación liberal, en unas enseñanzas de piel a piel sin ser doctor nunca en nada. Todo eso es bellísimo. Por las mañanas me levanto y pienso: por lo menos esta noche no ha sido tu desaparición, tu hundimiento en la nada”. Por eso, “mis cojones no tiemblan ante la muerte. Me importa una mierda. Ni me la asistirá un cura ni Dios que bajara del cielo”.

Sigue siendo un lector voraz. Además, “la vista no me falla”. Hoy se pregunta: “¿qué queda de la literatura después de una lectura, por muy apasionada que sea?”. No tiene respuesta. Aunque de un tiempo a esta parte su tendencia es a releer determinados títulos porque algunos libros le están diciendo “otras cosas” ahora que se acerca a ellos con 80 años. Le sucede, por ejemplo, con Guerra y Paz. “No encuentro a un amigo que lea nada más que el primer capítulo para ver si entiende lo mismo que yo porque me he quedado flipado al ver cómo encajan los arquetipos de aquella sociedad rusa en el inicio de la hecatombe con los posibles arquetipos de la sociedad donde vivimos. Te hace pensar inmediatamente, sobre todo con un cerebro un poco maldito, que estamos al borde de la hecatombe”.

Se las vio con la dictadura franquista, vivió en primera persona el 3 de Marzo, sufrió un ataque terrorista por estar en Basta Ya... el camino no se puede resumir en pocas líneas. Eso sí, lo que nunca ha hecho ha sido entrar en un partido político. “Cuando la Transición estuvieron aquí sentados tres grupos distintos para ofrecerme entrar en sus listas y a los tres les dije lo mismo: siempre he pensando que el político, en la fauna de la sabana, es la jirafa, es capaz de ver el pasado, el presente, el futuro y decidir qué es lo más conveniente para el ciudadano. Y yo esas aptitudes no las tengo. Pero los tres insistieron y además con la misma cantinela: lo que buscaban de mí era que sabía conjugar un verbo con un sustantivo. Me dijeron que no me preocupase de lo que tendría que decir, que el partido me lo daba escrito. Hombre, todavía me jodieron más, no podía ser político”.

Asume que los años pasan pero que el ser humano, sobre todo en determinadas cuestiones, tiende a no cambiar ni un ápice. Se acuerda, por ejemplo, de cuando residía en la torre Zaramaga. “Allá vivían los técnicos intermedios de Michelin. Hablo de principios de los 60. Todos eran obreros pero con mando. Eran los cabos de vara. Un día que hubo una manifestación sindical y una amenaza de bomba contra la empresa, me encontré con esos tíos y sus mujeres que iban por la calle con el joyero y la libreta de la caja de ahorros. Pero vamos a ver: ¿te apellidas Michelin por ventura? ¿Eres descendiente? ¿Qué vas a heredar? Ahora, cuando me los encuentro pasados los años, no recuerdan nada de aquello. Así que cuando me dicen hoy que puede volver a salir Mariano Rajoy como presidente del Gobierno, digo: seguro que va a salir. ¿Ha hecho daño? Seguro, pero no te preocupes, que los tontos van a seguir votando al mismo, ni siquiera van a buscar el riesgo de lo venturoso, de lo distinto”.

De la cultura, de la propia vida, él ha querido y quiere aprender. “El tiempo no es eterno, se acaba y la obra de uno es escasa”. Pero ya sea para hablar de literatura, de política, de economía, de... Santolaya no se muerde la lengua. Tampoco cuando alguno se ofende entre unos mecagoendios y otros. “Cuando las razones no sirven, cuando el de enfrente es el amo siempre y tú eres un puto lamedor de zapatos, llega un momento en el que bramas contra Dios o contra la especie humana”. Y eso que “tengo la sensibilidad a flor de piel y sigo buscando amigos con los que compartir”. De momento, espera que sus memorias sean una realidad compartida con los lectores. Y vuelve a decir: “lo de la editorial, lo podemos apañar por poco dinero”.