En un Mendizorroza que no estaba lejos del lleno se vivió el viernes por la noche la penúltima cita con el pabellón de esta trigésimo novena edición del Festival de Jazz de Vitoria, la última doble sesión puesto que ayer Chick Corea y Herbie Hancock protagonizaron un mano a mano sin más compañía. De nuevo con mucho calor, les correspondió a Anat Cohen y Estrella Morente estar al frente de las operaciones, coincidiendo además ambas sobre las tablas al final de la cita, aunque sólo interpretaron uno de los dos bises que estaban previstos, un dato indicativo de cómo fue la cosa.

Le tocó abrir a la clarinetista israelí, aunque afincada en Estados Unidos, con un grupo de circunstancias en el que Reinier Elizarde Ruano al contrabajo y Jeff Ballard (que el jueves estuvo tocando con Brad Mehldau en el mismo escenario) a la batería hicieron lo que pudieron, que no fue poco, sobre todo teniendo en cuenta lo que a lo largo de todo el concierto restó el pianista Gadi Lehavi. No es que el joven músico de Tel Aviv no tenga condiciones, ni mucho menos, sino que se le notaba a la legua su interés por no meter la pata ante músicos a los que no está acostumbrado. Entre ser valiente y, tal vez, cometer errores, o mantener una postura conservadora y no salirse del guión para no liarla, él optó por lo segundo, ante la atenta mirada de sus compañeros, que le jaleaban cada vez que podían.

Salvo la versión de La vie en rose de Edith Piaf, el resto de la actuación, que duró con el bis algo más de hora y veinte minutos, pasó sin pena ni gloria, con algunos instantes de calidad de Cohen y Ballard pero poco más que llevarse a la boca.

Tras el descanso, fue el turno para Estrella Morente y Niño Josele, que presentaban en la capital alavesa el disco Amar en Paz, culpa de Fernando Trueba. Con Corea sentado entre el público como uno más, ambos intérpretes se dedicaron a desgranar el álbum tal cual suena en el CD, siguiendo incluso el mismo orden de las canciones. Nada de dispendios, sorpresas, variaciones o situaciones inesperadas. Igual que darle al play en casa.

La voz de Estrella es excepcional. De eso no hay duda. Pero a una artista hay que pedirle más, máxime en un escenario en el que su padre, con un par, se marcó una versión de Summertime que todavía se recuerda. Ella, que en varias entrevistas ha hablado de aquella actuación, no se salió ni un ápice del camino. Tal vez por la emoción, no tuvo ni palabras para un público ante el que, al final del recital, se arrodilló para darle un beso a las tablas.

Entre medias, Josele no pudo brillar (salvo en el tema que se tocó solo a pesar de lo que sudaban las cuerdas de su guitarra) para ir a un final al que se sumó Cohen sin posibilidad de que la cosa remontase. Aún así, el público (hubo unas cuantas deserciones) aplaudió puesto en pie.