BILBAO - Hace tan solo unos días que pisó de nuevo Euskal Herria tras sumergirse durante cerca de un mes en la ciudad que nunca duerme. Una vez más, Kirmen Uribe (Ondarroa, 1970) ha acudido al refugio de Nueva York en busca de la tranquilidad necesaria para comenzar a dar vida a la que será su tercera novela. Lejos del constante bullicio y las abarrotadas calles, el Centro Internacional de Artes OMI, situado en el pueblo de Ghent, se ha convertido para él en el particular templo desde el que imaginar y redactar la primera parte de una historia que siempre quiso contar. Tras Bilbao-Nueva York-Bilbao y Mussche, Uribe se ha volcado en moldear un relato sobre el pasado, sobre la memoria. Una historia, como otras tantas que imaginó, de ida, pero también de vuelta.

Acaba de volver de Nueva York, una ciudad a la que le une una conexión personal y literaria muy especial.

-Así es, con Nueva York he tenido una relación larga y constante durante los últimos doce años. Estuve en 2003 con Mikel Urdangarin, Bingen Mendizabal, Rafa Rueda y Mikel Valverde haciendo un recital de poesía con música y salió tan bien que la experiencia me marcó y partir de entonces he vuelto cada año a lecturas, universidades... En uno de estos viajes me hablaron de la residencia OMI International Arts Center, pero no pude presentarme hasta este año por circunstancias personales. Al final he ido para poder escribir y pensar en esta siguiente novela, que es un proyecto largo. Necesitaba tiempo para mí y en este mes y medio que he pasado allí he estado dedicándome a ello.

Habla de un proceso largo, ¿cuándo comenzó a germinar la idea de esta nueva obra?

-Diría que la idea la tengo casi desde la niñez, pero con ella empecé en 2012, en la Azoka de Durango, cuando presentamos Mussche. Fíjese que una semana después de la presentación ya la tenía en mente, tenía clarísimo que quería escribirla (risas).

Es, por tanto, una historia que siempre había querido contar.

-Sí, hace muchos años que quería hablar de ello. En Navidades de 2012 empecé y llevo tres años de escritura. Hay que tener en cuenta que la novela es un género literario que exige mucho tiempo y constancia. El proceso de documentación me ha llevado varios años e iba a Nueva York con el propósito de dejar dominado el guión y escribir la primera parte, que es muy extensa. Aquí me quedan por terminar las otras dos partes.

¿Tiene claro si esa será la estructura definitiva?

-En principio esa es la intención, pero las cosas cambian a medida que uno va escribiendo. Previamente me gusta elaborar una especie de esquema de lo que va a ocurrir, plantear las escenas y escribirlas, me da seguridad. Pero un amigo, el neurocientífico Rafa Yuste, siempre me dice que hay procesos mentales que son casi automáticos y que el de la creación lo es. Se puede establecer un plan de redacción con un esquema muy claro pero la mente funciona de otra manera. Hay cosas que uno escribe y que no sabe por qué llega a escribirlas. Eso es lo más bonito, que queden partes que no son claras y llevan a diferentes lecturas o interpretaciones. Hay que dejar libre al cerebro y que vaya creando de manera más intuitiva que racional. Estas semanas me he centrado en estructurar la novela, además de empezar a redactar.

En alguna otra entrevista comentaba que el primer borrador de su anterior novela, Mussche, lo escribió sorprendentemente rápido. ¿Está siendo muy diferente este proceso de creación?

-Absolutamente diferente. Mussche era una novela corta, con tres personajes principales, que trataba de contar la psicología interior y las relaciones que establecen entre ellos. Por ejemplo, en Bilbao-Nueva York-Bilbao quería contar la historia de mi padre. Él era arrantzale y quería reflejar cómo se han ido perdiendo las pesquerías en el Cantábrico, pero de forma muy contemporánea. Por ello, tiene una estructura con muchos saltos espacio-temporales y está muy relacionada con el lenguaje de internet. El siguiente paso fue abordar una novela corta, compacta, pero que aun así tuviese fuerza y llegase al lector. Después me dije: vamos a por algo más largo, que abarque un periodo de tiempo más amplio y donde haya muchas voces diferentes. Este proyecto, sin duda, es mucho más complejo que todo lo que he hecho hasta el momento. Ahora soy capaz de escribir sobre ello, pero hace diez años no hubiera podido. Esta complejidad hace que la escritura esté siendo muy pausada, pero también es un trabajo mucho más plural que los anteriores.

¿La forma o manera de contar a la que se refiere seguirá ocupando un papel principal en este nuevo reto?

-La forma tiene siempre un significado, cuenta cosas, así que por supuesto que será importante. No solamente el tema o los diálogos, elegir una forma concreta para una novela es muy importante a la hora de plantear lo que se quiere contar. En ese aspecto concuerdo con los estructuralistas franceses y aunque ahora muchos críticos dan importancia al modo de plantear el tema, creo que eso tiene que ver más con la sociología que con la literatura. La literatura es forma, aunque con ello no quiero decir que el contenido no sea importante. Me gusta contar historias que hablan de comunidades o individuos que han sufrido y dar voz a la gente que ha estado silenciada. En Bilbao- Nueva York-Bilbao se plantea un viaje en avión, la estructura de Mussche es como un cuaderno roto que alguien hubiera rasgado y donde faltasen páginas y en esta tercera novela la forma tendrá también una gran importancia. No puedo desvelar mucho, pero serán diferentes voces las que contarán la vida de una sola persona que vivió durante cerca de un siglo.

¿Una vez más, utilizará lo ocurrido en el pasado para contar o entender mejor el presente?

-Es cierto que en mis tres novelas la memoria es un tema fundamental y que poco a poco parece que estoy escribiendo una trilogía. Quizás cuando la termine cambie de registro y toque temas de actualidad. Por el momento, no obstante, sí que estoy cerrando un ciclo de la memoria, del pasado, del peso que tiene la Historia, con hache mayúscula, en la vida de cada uno de nosotros. En la sociedad vasca la historia ha tenido un peso excesivo en las personas, empezando por la Guerra Civil y seguido por el franquismo y los cuarenta años tan convulsos de transición que hemos vivido y que han marcado la vida de mucha gente. Es algo que me preocupa, por eso estoy hablando de ello, porque en Euskadi ha habido muchas familias rotas por la política.

En alguna ocasión ha mencionado su deseo de hablar sobre “asuntos que no se han podido contar”.

-Ocurre que vivimos un momento histórico muy interesante en el que se ha abierto una nueva etapa para hablar de otros temas que no se han tocado hasta ahora. Se silenciaron muchísimas cosas y ahora la ciudadanía quiere participar más, plantear el modelo en el que quiere vivir, participar en las decisiones del día a día.

“La literatura vasca avanzará cuando podamos hablar de lo nuestro sin miedo y sin complejos”, afirma.

-Como digo, han sido tiempos muy difíciles a la hora de plantear con calma por qué y cómo hemos llegado hasta aquí. Había presiones que creo notaron las generaciones anteriores de autores. Quiero pensar que ahora, poco a poco, se podrá hablar con libertad y sin miedo. El escritor, sobre todo si tiene una plaza pública, tiene que ayudar a mejorar la sociedad y no solamente quedarse en casa a escribir, sino participar en la vida de la sociedad civil y plantear propuestas o ideas. En ese sentido pienso que se dará un salto adelante.

Otra constante en sus libros son los viajes en los que se embarcan sus protagonistas.

-Sí, y en mi vida personal el viaje también es importante. Desde pequeño he vivido en Ondarroa, en un puerto, donde la gente salía fuera y luego volvía. Para mí era algo mágico y quería salir para conocer otros sitios, otras personas... pero siempre volver. Bilbao- Nueva York-Bilbao tiene dos Bilbaos precisamente porque el protagonista vuelve. No me gusta plantear los libros como si fueran huidas. Hay casos en los que es así y las personas deben irse porque se sienten reprimidas en su lugar de nacimiento pero normalmente quien se desplaza a otros países lo hace por obligación: porque va a trabajar, porque vive una guerra... Lo normal es que uno viva en el sitio en el que ha nacido, por eso me gusta esta idea de la vuelta. Ir, pero también volver.

¿Disfrutará de nuevo el lector de ese viaje de ida y vuelta?

-Seguro. El movimiento espacial y temporal es una constante en mis novelas, en las mías y en las de otros autores de mi generación. Hay muchos personajes que no se sitúan en un mismo lugar sino que se desplazan. ¿Y eso por qué? Porque la migración es una constante de nuestro tiempo y nos define para bien o para mal. Lo que he hecho es trasladar ese movimiento espacial que se da en nuestras vidas a las novelas. Me interesa mucho afirmar que somos una parte del mundo y planteo una Euskal Herria en el mundo, relacionada, porque no somos un país aislado, nunca lo hemos sido. El vasco siempre ha sido viajero, aventurero, pero conservando sus raíces y respetando el lugar de donde procedía.

¿Además de mirar a través de los ojos por los que usted mira, puede el lector ver a Kirmen Uribe en los personajes de sus novelas?

-Kirmen Uribe aparece como personaje en Mussche, por ejemplo, porque es quien investiga la historia. Además, también se le puede ver reflejado en los personajes de la propia novela. Lo que hago es utilizar vidas de personas reales para contar vivencias o reflexiones mías. Es decir, modifico sus vidas y me disfrazo de ellos para contar muchas otras cosas porque si no solamente serían biografías. Me gusta pensar que las fronteras entre realidad y ficción, entre autor y lector, se han roto. Ahora de lo que se trata es de establecer nuevos pactos.

Su creación literaria está muy unida a la música ya que, según ha confesado, suele escucharla a menudo cuando escribe. ¿Cuál será la banda sonora de este nuevo trabajo?

-Con Mussche sobre todo escuchaba música clásica. Ahora me acerco también al jazz, al folk americano de los años 30 y 40... Escucho muchos géneros musicales y creo que la novela será así, muy plural.