Mientras se adentra en la recta final de la quinta entrega del programa Proklama, en colaboración con el espacio de creación Azala, con la realización hoy de la performance Atlas Gasteiz, Artium inaugura este fin de semana la que está llamada a ser su gran exposición del verano, una inmersión, a través de la fotografía aunque no solo, en la creación contemporánea cubana, en un viaje por un país a través de miradas artísticas ofrecidas por creadores de distintas generaciones tomando como referencia temporal, y también como excusa, el inicio de la Revolución y el tiempo transcurrido hasta el momento, hasta esta actualidad marcada, en lo político, por el teórico inicio de la distensión entre el país latinoamericano y los Estados Unidos.

Una treintena de autores, a través de unas 70 obras que a su vez están compuestas por más piezas, se reúnen bajo el título de Iconocracia. Imagen del poder y poder de las imágenes en la fotografía cubana contemporánea, muestra que se podrá ver hasta el próximo 4 de octubre y cuya presentación se está acompañando con distintas conferencias en Pamplona, Bilbao y Donostia. Es más, tras su paso por la capital alavesa, el proyecto viajará también al Centro Atlántico de Arte Moderno (CAAM) de Las Palmas de Gran Canaria y al Centro de Arte Tomás y Valiente de Fuenlabrada.

Como ha sucedido en casos anteriores, con la producción fotográfica actual de China o de India, por momentos la exposición se presenta como un abanico técnico, temático y estilístico incluso abrumador, una propuesta que necesita de tiempo para afrontar las distintas puertas a la reflexión que sobre distintos aspectos ofrecen los autores. Porque si bien es cierto que lo político, que no la política, cuenta con un peso específico, el recorrido, dentro de la senda del arte, plantea cuestiones, momentos y sensaciones propias de la isla pero, en varios casos, compartidas por casi cualquier ser humano. Así se plasma gracias al trabajo de artistas cuya senda se inició casi en paralelo a la Revolución o que han ido apareciendo con el paso de las décadas.

“La fotografía sirvió para construir el imaginario de la Revolución y esta exposición es un reflejo de cómo han vivido y creado las generaciones posteriores” al proceso vivido en 1957, autores que en unos casos viven en la isla y en otros, no, como ayer explicó el comisario del proyecto, Iván de la Nuez, quien además de contar con la producción de Artium ha tenido la colaboración de la Colección Justo-Álvarez.

A partir de ahí, De la Nuez plantea el recorrido como un “ensayo visual” compuesto por cinco capítulos, además de un prólogo y un epílogo. Así, al visitante le recibe el libro de Reynier Leyva Novo Revolución una y mil veces, donde aparece el término repetido en tantas ocasiones como indica el título.

A partir de ahí, los pasos se adentran en La jaula de agua, que se asoma al concepto de insularidad “que tanto ha obsesionado a tantos”. De esta forma, la fotografía retrata ese carácter específico de “tener agua por todas partes” para abordar la identidad cubana.

Del Nosotros al Yo, por su parte, habla de ese camino de vuelta que el país vive frente al concepto que la Revolución marcó subrayando lo colectivo frente a lo individual. Aparece aquí una nueva subjetividad y el uso del cuerpo como resistencia ante los imperativos sociales.

En No hay tal lugar, la fotografía deja a un lado la visión utópica que muchos, por ejemplo en Europa, tienen sobre la vida en el país para perderse entre túneles, búnkeres y problemáticas reales a pie de calle.

La parte principal de la exposición corresponde a Iconofagia. “La cubana fue la primera revolución de su tipo en el uso extendido de la televisión y, a diferencia de otros países comunistas, no precisó de estatuas gigantescas para expandir la iconografía oficial. Para eso sirvió la fotografía, mucho más moderna, portátil... e imposible de derribar llegado el caso. Más de medio siglo más tarde, la impronta de aquella fotografía de gesta ha quedado en la retina como el marchamo estético del país. Pero la fotografía posterior se ha visto obligada a lidiar con esa tradición, tanto como con la necesidad de digerir y desbordar su discurso estético y los mitos ideológicos, históricos, culturales o urbanos que la habían apuntalado”, apunta el comisario.

El último capítulo se refiere a Ni Utopía ni Apocalipsis, una aproximación al hoy, al ahora, a ese futuro que ya es presente donde “la antigua iconografía revolucionaria y la nueva iconografía de una sociedad mixta” se citan.

Con una buena dosis de ironía, como el resto de la exposición, el epílogo queda en manos de Lázaro Saavedra que fusiona un documental que fue censurado en los inicios de la Revolución con imágenes de las migraciones actuales, todo ello a ritmo de reguetón.