había una cierta expectación por ver la última producción de Miramon Mendi, productora de José Luis Moreno, nacida en los lejanos tiempos de su trabajo en ETB. La factoría Moreno nos ha acostumbrado a dos tipos de productos: galas rimbombantes y comedietas y seriales al tres por cuatro, a medias entre la cutrez y el exhibicionismo reprimido de un modo de buscar el entretenimiento, atacado de alcanfor y baratija mediática. La alfombra roja naufragó en la primera entrega de la serie y Morenín, que así le llamaba el inefable muñeco Rockefeller, se pegó una costalada de órdago, en una noche aciaga donde casi nada salió bien, y el traje televisual se fue deshilachando, dejando un reguero de torpezas, fallos de coordinación y secuencias majaderas varias. Un estúpido ejército de presentadores y presentadoras, preocupadas por los imposibles trajes de gala que lucían, sacados de una guardarropía del siglo pasado más propios de Laurita Valenzuela que de estas modernas de la conducción festera. Ni ellas ni ellos encontraron un punto de equilibrio para no pisarse, empujarse y pelearse estúpidamente en un escenario de colorines diseñado por el enemigo más mortal de José Luis Moreno, en el que se mezclaba, bailarinas de flamenco, caballos de espléndida lámina, habilidosos manejadores de skating, niños prodigios de la voz, el baile y el chiste. Una noche sin pulso televisivo, con la voz del one sonando entre las bambalinas del escenario y administrando minutos y minutos de actuaciones irrelevantes, cansinas y descoordinadas. Nadie podía esperar un milagro del padre de infumables guiones sobre el matrimonio, la infidelidad y el sexo, rozando la parodia y el mal gusto, pero lo del pasado sábado fue el enésimo intento fallido de TVE por meterse en la carrera del sábado noche que comandan Tele 5 y Antena 3. ¡A mejorar, incorregible chavalote!
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