El director chileno Patricio Guzmán impactó ayer en la Berlinale con su cine denuncia, del genocidio colonial al pinochetista, compartiendo jornada con un Terrence Malick que decepcionó con Knight of Cups, un filme que en ausencia del cineasta defendieron sus actores, Christian Bale y Natalie Portman. Guzmán, fiel a su estilo, presentó en el festival El botón de nácar, un documental que sigue los pasos de Nostalgia de la luz y que arranca del desierto de Atacama, para desembocar en el inmenso archipiélago chileno que es el sur del país y la historia de masacres continuadas de la isla de Dawson.
“El hilo conductor es el agua, elemento fundamental tanto en el cosmos con la vida diaria humana, independientemente de que no todo lo que se hace con ella sea inmenso o hermoso y de las grandes tragedias que puede esconder”, explicó el director, tras la proyección de su filme. La mirada cósmica de Guzmán adopta un formato que recuerda a cualquier buen reportaje de National Geographic, para transformarse en un relato sin concesiones de la historia de dos matanzas: la primera, el práctico exterminio de la población autóctona; y, después, los desaparecidos de la dictadura.
“Lamentablemente, 40 años después de la dictadura, el gobierno de mi país sigue sin haber abordado seriamente lo ocurrido”, afirmó el director, quien recordó que uno solo de sus 14 filmes, Nostalgia de la luz, ha sido proyectado en la televisión chilena. “Y de madrugada”, añadió.
La voz de Guzmán es el hilo conductor de un viaje de gran belleza, del cosmos a la tierra, pero que encierra la secuencia de dos destrucciones e incide en uno de sus capítulos más negros de la historia reciente chilena, los presos políticos a los que el pinochetismo echó al mar. Sin gestos desmedidos, de acuerdo al buen hacer de Guzmán, sino con las frases medidas al milímetro, para evitar cualquier redundancia, el documental recorre la brutalidad de los genocidios -”un tema universal”, dijo-cuya monstruosidad no precisa retratos sobredimensionados, sino exactitud.
El título remite al botón de nácar que un día recibió un indígena de su descubridor, a cambio de vender su alma, y de otra pieza casi idéntica, hallada en el fondo del océano, que quedó incrustrada en uno de los raíles que el régimen ataba al cuerpo de sus víctimas antes de lanzarlos al mar. Guzmán dejó constancia con El botón de nácar del excelente momento de la cinematografía chilena, que en esta 65ª edición de la Berlinale presenta dos filmes a competición, el segundo de los cuales, El club, de Pablo Larraín, se proyectará hoy.
Decepción Malick, Oso de Oro en la Berlinale 1999 con The Thin Red Line y Palma de Oro en Cannes en 2011 con El árbol de la vida, decepcionó en cambio con su nueva incursión en el cine de cámara “basculante”. Su protagonista es un Bale que deambula entre fiestas junto a piscinas californianas de lujo o pequeñas orgías privadas, todo muy hollywoodiano, entre seres vacíos, más o menos ricos y famosos. “Es un ser vacío como lo es todo su entorno”, explicó el actor, tratando de suplir la ausencia de Malick que, haciendo honor a su reputación de escurridizo, no asistió a la presentación del filme.
En ese entorno de fiestas y gente de cine al sol californiano se verá a un Antonio Banderas haciendo el ganso, mientras Bale trata de hilar un discurso filosófico sobre el sentido de la vida, a modo del ángel de Wim Wenders del Cielo sobre Berlín.
El resultado es un filme pretencioso y finalmente casi tan vacío como sus personajes, sean lindas chicas piscineras o la médica que trabaja entre mendigos y desahuciados que interpreta Cate Blanchett.
“Su filme es una oda a Los Ángeles”, resumía a su lado Bale, quien admitió que Malick es un misterio también en el día a día de los rodajes, puesto que “nunca sabe uno exactamente qué le corresponderá hacer”.