Vitoria - Cerca de una de sus creaciones, que preside una plaza de la Gasteiz donde reside desde niño, entre clientes de mediodía, Casto Solano se presta a la conversación.
Desde Olazagutia a Vitoria...
-Sí, vine con tres años. En aquella época, claro, los movimientos se producían entre provincias de forma muy habitual, mi padre trabajaba aquí y nos vinimos.
De un pueblo a lo que en aquel momento casi todavía lo era.
-Me acuerdo cuando aquí en la plaza Amárica había unas vayas con el jardín de Amárica, metía la cabeza entre los barrotes y veía a los pavos reales, que eran impresionantes. Y hoy la plaza es lo que es. A mí me gustaría que hubiera seguido como estaba.
A partir de ahí hay una formación profesional que poco o nada tiene que ver con la creación artística. Aún así, ¿qué primeros recuerdos tiene de esa necesidad de expresión creativa?
-Siempre he dicho que utilizar la palabra artista me parece ya muy maniqueo. El arte puede estar presente en muchas cosas y no en muchas otras en las que se pretende que sí. Pero siempre me recuerdo como escultor, hasta de niño. Me gustaba jugar con plastilina y me acuerdo que cuando tenía seis o siete años hice una culebra y un ratón y los metí en el cajón de la profesora para asustarla. Pero a ella le gustó. Así que empecé a hacer más cosas y de ahí pasé al barro. Soy muy perfeccionista, bastante peleón en ese sentido, y me acuerdo que estaba modelando un monje capuchino, pero con el barro la capucha se resquebrajaba. El profesor me dijo que no iba a ser capaz de hacerlo, me picó y me fui a Araka, donde los soldados hacían las trincheras, para coger arcilla porque entendía que podía ser mejor, aunque no me preguntes la razón. E hice la capucha de manera muy digna.
De ahí a a la electrónica.
-Al final, no teníamos una tradición cultural o medios que pudieran hacer que me dedicara al arte, había que ganarse las alubias y me puse a estudiar electrónica. Para los números soy garrafal, pero tengo fuerza de voluntad, así que... además, me encanta la electrónica, con todas las limitaciones que tengo. Después trabajé en el aeropuerto de Foronda y eso lo compaginé con la creación, las exposiciones y demás. Siempre he estado viviendo los dos ámbitos. La verdad es que me encuentro más a gusto estando en un mundo, por así decirlo, más habitual, no estando de forma constante en un mundo más artístico, espiritual. Me encanta tener los pies en la tierra y la electrónica me ayuda a eso.
Pero ese carácter de niño ante los desafíos, ¿se mantiene o se ha atenuado?
-Por supuesto. Se pueden moderar las energías pero no la intención. Recuerdo que una tía me dijo una vez: Casto, ten cuidado contigo porque muchas veces el cuerpo no es capaz de hacer lo que manda la cabeza. Igual el cuerpo ya no responde dentro de un tiempo como lo hacía hace 20 ó 30 años, pero el desafío permanece, sólo que uno se busca las formas de luchar de otra manera. De hecho, los últimos éxitos que estoy teniendo responden a ese carácter, a un punto de inflexión que se produce con la crisis.
¿En qué sentido?
-Tenía mi vida artística bien enfocada aquí en cuanto a que podía desarrollar mi labor estando con mi familia dos veces más que otros porque trabajo en casa, me estoy cruzando con mi mujer por el pasillo de manera constante, los críos... Eso me ha permitido no tener que irme fuera, aunque sí lo hice al principio. Cuando llegó la crisis había ya enfocado mi carrera hacia la escultura para espacios públicos, gané dos concursos, uno en Ondarroa y otro el del Museo de la Evolución Humana de Burgos, que me permitieron estar durante un tiempo con un colchón para ver por dónde podía buscar una salida puesto que aquí estaba desapareciendo todo, las instituciones ya no financiaban proyectos de arte público, el 1% cultural había desaparecido sin saber la razón y dónde quedó ese formato y ese dinero, la parte privada también había desaparecido... Así que enfoqué mi forma de buscar trabajo en Internet. Decidí volver a presentarme a concursos internacionales. Y en otros países sí que funcionan fórmulas parecidas al 1%. De hecho, el certamen que he ganado en Vancouver era a través de esa fórmula, igual que en Seattle.
¿Cómo siente la crisis?
-El otro día leía que seis de cada diez jóvenes se están marchando fuera. Eso es una barbaridad. Estamos en una situación en la que, con nuestro dinero, el Banco Central Europeo hace unos préstamos a los bancos que luego ellos no nos quieren prestar. No entiendo. Que tendremos que adaptarnos a los nuevos tiempos, por supuesto, pero lo que no pueden es ser tan burros de olvidarse del medio y el largo plazo. Como de costumbre, lo primero que se recorta es el presupuesto de cultura, parece que no sirve. Pero siguen plantando flores en las rotondas. Claro, no puedes dar mala imagen de tu ciudad. No entiendas la cultura, si así lo quieres, como tal, pero por lo menos sí como una inversión, como algo que tienes que cultivar, como un sistema más de funcionamiento de una sociedad. En otros países, por ejemplo, donde sí se mantiene el 1%, están consiguiendo crear una red de cultura, que la gente se preocupe por ella. Yo nunca he pedido subvenciones, he sido más partidario de moverme por iniciativa privada, más que nada por mi condicionamiento vital de que amo la libertad por encima de todo. Mi familia es el único lazo que he decidido tener. Esa libertad me ha hecho que no quiera saber ni de subvenciones ni de becas. Antes pensaba que todos tenían que ser como yo, pero ahora sí creo que hay partes del puzzle cultural que deben ser apoyadas con esa parte del dinero público que todos hemos pagado y que tiene que repercutir en la sociedad. A las administraciones se les debería exigir que no puedan bajar de un tanto por ciento en la inversión en cultura. No me vale la excusa de la crisis para los recortes en cultura, eso es mentira porque el dinero acaba en otros sitios, mientras se cargan a un montón de gente que puede tener unas ideas fantásticas que ahora no pueden desarrollar.
Sea con crisis o no, Solano desarrolla una actividad creativa con una importante presencia en las calles, en las plazas. Vitoria es un claro ejemplo. ¿Les sigue la pista, por así decirlo, a sus obras para ver cómo las usa la gente?
-A las que están lejos, no, no las hago ningún seguimiento. Siempre me han gustado las esculturas en la calle, rodeadas de gente, sin pedestales para que puedan ser accesibles. Pero también me gusta la libertad de la propia escultura. Mi reto es cuando estoy haciendo la obra y una vez que está instalada, prefiero que lo esté en un sitio rodeado de humanos que de cabras. Ahora, por ejemplo, había un concurso en Belfast para una escultura en un espacio visitable sólo unos días del año. Eso no es de mi interés. Lo único que procuro es que sean piezas que tengan mucha resistencia, que persistan en el tiempo. Entiendo que el arte pueda ser con obsolescencia programada, por así decirlo. Pero, por principio, la escultura tiene que estar preparada para aguantar lo que sea. No acabo de entender esa filosofía de producir obra artística para un consumo rápido, para que desaparezca pronto y así tener sitio para repetir el proceso.
¿En el taller es donde mejor se siente?
-Por supuesto. Donde disfruto es en la zona industrial. Mira, el otro día estuve en Santurtzi, que me habían llamado para hacer una escultura allí, y acabé en el astillero, donde estaban haciendo un barco. Y yo estaba como en un parque de atracciones.
¿Cómo es el proceso creativo?
-El otro día leía un artículo de una chica que tiene un portal en Internet dedicado al arte que decía que la obra por encargo sigue siendo arte. Cuando he trabajo en esculturas por encargo, siempre he buscado un tema conceptual, más allá de que quien me encarga pueda darme una idea o un concepto. Me parece formidable, lo acepto y me encanta. Yo también me hago encargos, por supuesto. Tengo un punto de partida y a partir de ahí empiezo a desarrollar una idea morfológica. En el tema de los concursos, en la mayoría, el procedimiento pasa primero por que les envíes quién eres, qué es lo que haces y qué referencias tienes. El que no ha hecho nada, lo tiene muy complicado. Es imposible salvo que seas absolutamente fantástico o estar en un concurso muy localista. Esto último, por desgracia, pasa mucho. Romper ese primer frente es lo más complicado, sobre todo si tus referencias son esculturas colocadas en España, puesto que fuera lo que piensan es que eso lo has hecho porque eres amigo de un alcalde o primo de quien sea. A mí, el ganar en Vancouver me ha servido para tener una referencia fuera interesante. Conseguir lo mismo en Seattle y en Corea, que son ámbitos geográficos y culturales muy diferentes, te da un nuevo punto. Ya en la segunda fase es el momento de presentar tu propuesta compitiendo con los otros tres, cinco o siete artistas seleccionados. En Francia, por ejemplo, es muy difícil. Siempre ganan los de allí.
Por cierto, ¿qué hace para desconectar?
-Últimamente puedo desconectar muy poco. Lo que me ayuda, sobre todo, es ponerme a hacer las esculturas, aparte de estar con la familia. Pero tal y como están las cosas, no te puedes permitir el lujo de desconectar.
Hay quien le ve como un artista desconectado del sistema artístico más cercano.
-Me halaga eso. Para mí es formidable. Siempre he sido así y si es lo que se piensa, me parece muy bien. No es que no quiera saber nada, pero siempre me ha gustado trabajar de manera independiente. Cuando estaba en el aeropuerto, no quería prosperar. Aquí estuve en una reunión de la Asociación de Artistas Alaveses, la Triple A, y no volví a la segunda. No rechazo la idea de que los artistas deben unirse y pelear, es la manera de hacer cosas, pero siempre me ha gustado estar al margen de eso, también de las subvenciones, de las corrientes artísticas, de...
¿Hay una marca de la casa?
-El ser humano necesita encasillar, poner marcas para poder manejar la información. A mí me encantaría escapar de eso, sería el punto álgido de la libertad. Siempre que me pueda escapar de cualquier cajón, me escapo. Puedo estar corriendo detrás de una zanahoria pero tengo que tener los ojos tapados para no saber que me están poniendo ese reclamo. Si lo supiese, dejaría de correr. Mi escultura tiene mucha fuerza, movimiento. Y muchas de ellas hablan de la libertad, de la lucha de la identidad, de la unión.
Antes de terminar, aunque hace años que ya no está en Foronda y nos salimos del ámbito cultural, ¿cómo ve la situación del aeropuerto?.
-Ahí pasé diez años y tengo muy buenos amigos. De hecho, creo que el mes que viene tenemos cena (risas). Es una lástima que no tenga más cancha. Es un aeropuerto que podría ser utilizado por todo Euskadi, pero los intereses de unos y otros son los que son. Es complicado. Lo veo con un poco de pena, que no tenga un apoyo institucional no ya de Álava, que evidentemente no tiene, sino a nivel de Euskadi.