Sociólogos y comunicólogos basaban la potencia expansiva de los medios en su capacidad de alcance, al llegar a millones de personas con un mismo mensaje en un formato que representa la actualidad y crea un nuevo mundo paralelo, universo mediático, masivo y global.

El poderoso desarrollo de los medios de masas no ha hecho más que corroborar este análisis, acentuando la potencia de la acción social de los medios audiovisuales.

El desarrollo de las telecomunicaciones y la expansión digital ha creado un mundo de comunicación donde fenómenos como el pequeño Nicolás se reproducen con facilidad con un hábil manejo de la tele, que demanda esta parafernalia para alcanzar cotas importantes de audiencia.

Este pequeño usurpador de imagen ha alcanzado gran popularidad social y expansión mediática con reiterada exposición ante la cámara con altas cotas de notoriedad por el impacto del programa en el universo de televidentes que puede superar los dos o tres millones de espectadores, público suficiente para sacar del anonimato a cualquier Pinocho.

La conveniente redundancia y masajeo del personaje y sus hazañas, consolidan la penetración en las pantallas con gran fluidez, familiarizando al personaje con los consumidores, fijando en el espectador perfil e historia del recién llegado a la galería de monigotes manipulados por la tele de nuestros días, capaz de consumir y destrozar aceleradamente a quien juegue al tramposo éxito de ser famoso por unos días. Los numerosos jugadores de las quince ediciones de GH pueden dar fe de ello. De rutilantes estrellas a desaparecidos anónimos.

La tele es capaz de destrozar fama, honor y vida; convierte a personajes sin blindaje en peleles del contemporáneo vivir. Son los riesgos de la comunicación de masas convertida en gigantesco Saturno que devora a los muñecos mediáticos.