El punto de partida es compartido. La situación del sector, dentro y fuera de Álava, es de deterioro. Centrando la mirada en el territorio, en el siguiente paso el análisis también es común: es necesario establecer unos principios y objetivos de cara al futuro que dibujen, sin constreñir ni nada ni a nadie, un mañana distinto en el que volver a vincular la cultura a los valores del conocimiento, la reflexión, el espíritu crítico y la construcción de una sociedad avanzada. Pero tras esos dos planteamientos genéricos, los matices y miradas cobran una relevancia especial. Entre Daniel Castillejo, director de Artium, y Araceli de la Horra, responsable de Montehermoso, se percibe sintonía en el encuentro, una conversación profunda al tiempo que distendida que se produce en torno a una mesa del Cube, entre cafés, algún zumo y el ir y venir de clientes.

“Vitoria, hace unos años, era ejemplar y ahora estamos en una situación bastante terrible en general, no sólo los centros de mediación como Artium, Montehermoso u otros, sino todos los agentes que forman parte de lo que se llama el sistema del arte”, apunta Castillejo. La crisis, sí, pero no sólo o no entendida de manera única como causa de la falta de recursos monetarios. La visión sobre la cultura ha cambiado, ha pasado a ser percibida desde lo económico. Eso ha hecho que pierda “ese papel motor de cohesión social, de formar parte de la comunidad, pasando a ser un elemento vinculado, sobre todo, al desarrollo turístico, de creación de imagen y de regeneración urbanística”, como describe De la Horra, quien añade que “en ese sentido, hay que replantearse algunas cosas, hacer un pequeño frenazo a futuro” ya que habría que “recuperar, desde todos los ámbitos, el valor de la cultura como vertebradora, como generadora de conocimiento, como constructora de una sociedad participativa que tenga discernimiento y actitud crítica”.

En el hoy, ambos difieren de la idea de que el sector, sin atenerse a fronteras geográficas o de disciplinas, se encuentre en la retaguardia ante la situación general de recortes y ajustes. “Hay una cultura que no ha sufrido la crisis, que está bien instalada, una elite determinada de unos creadores acomodados. Pero hay otra en la que sí que hay una conciencia social, política que está empapándose de todo. La prueba más clara es que ha crecido muchísimo todo el arte político en comparación con hace ocho o diez años”, comenta el responsable de Artium, quien añade que “ya sé que, por ejemplo, Jeff Koons forma parte de ese mundo al que no le afecta la crisis y que seguirá haciendo sus piezitas. Pero el tipo que está aquí metido en Inmersiones o en lo que sea, está buscando de manera constante maneras y argumentos. No busca la belleza pastoril de andar por el campo sino demostrar un desacuerdo o matizar ciertas cuestiones”.

En esta línea, la directora de Montehermoso añade que “es evidente que la precariedad profesional en ocasiones no permite tener determinadas posturas. Rompamos el mito romántico del artista que vivía del aire. Hay situaciones personales que no permiten determinadas cosas. No podemos exigir al mundo del arte un sacrificio personal que igual a otros sectores no se lo pedimos. Ahí está el ejemplo de los científicos. Estamos viendo que la cabeza de nuestra sociedad en investigación está con una precariedad tremenda, sobreviviendo como pueden. Ahí existe un compromiso personal y social muy fuerte. En el ámbito de la cultura, conozco a compañías de teatro que están sobreviviendo de una manera tremenda. Personalmente, la opción de decir: apuesto por esto, me meto y voy a insistir, a reinsistir, a reconstruir mi discurso, a volver a plantear... me merece un respeto tremendo. A veces, cuando se habla desde ámbitos de desarrollo profesionales normalizados parece que nos olvidamos que el artista aparte de su labor profesional y de su compromiso social tiene una vida”.

Y aquí es donde ambos entran de lleno en la cuestión principal de la conversación. ¿Y ahora, qué? “Lo más importante es la responsabilidad de todos nosotros, es decir, creadores, mediadores y agentes: ¿sabemos leer bien lo que está pasando? Nuestra responsabilidad es hacer una buena lectura de lo que está ocurriendo. La única manera de que esto avance, de que podamos retomar, reconstruir, rediseñar es tener una visión del paisaje lo más clara posible. No tenemos que mirar al metro y medio que tenemos delante, sino a los dos kilómetros, mirar dónde estamos ahora y dónde podemos estar. Saber hacer una lectura adecuada de lo que está pasando (...) Todos los agentes culturales debemos saber que, aparte de nuestros intereses particulares o discursos en pequeño, tenemos que ir construyendo un plan. Y, en estos momentos, Álava no tiene plan, no existe. Eso es lo grave. No hay un plan para ver dónde nos queremos situar. Aquí se necesitan compromisos mayores por parte de las instituciones, por parte de agentes de todo tipo, nuestra...”, reclama Castillejo. “Y ser muy conscientes de que en el compromiso conjunto se pierde parte de la individualidad para ceder a lo colectivo. Esos compromisos a veces nos cuesta hacerlos. La cultura no sólo la construyen quienes de manera directa estamos trabajando en ella sino el conjunto de la sociedad (...) Tiene que ser algo que queramos hacer sin que eso acabe con el debate. No tiene que ser algo cerrado, maravilloso, perfecto... tiene que ser algo que nos sirva de guía y que en el fondo diga: estamos apostando por ser un conjunto social participativo que ama su cultura y que se desarrolla como comunidad para llegar donde quiere. Por eso es necesario frenar y empezar a construir un discurso más común”, suma De la Horra.

Para comenzar el trabajo, Castillejo tiene claro que, primero, hay que desterrar la idea de que la cultura “es estar” como la hierba del campo, que crece porque sí. “Tenemos que analizar muy bien lo que ocurre en otras sociedades, ponernos, como mínimo, en la situación de aquellas que están más avanzadas e incluso innovar sobre ellas, dar un paso más” porque “este territorio tiene que ser capaz de tener una identidad propia, clara, ejemplar, solidaria, crítica”.

Si esto se debe articular a través de planes estratégicos o de otras fórmulas es algo secundario. Lo relevante es una línea, unos principios básicos que permitan después tomar decisiones. “Pero sobre todo, hacerlo con una visión de futuro porque es importante la repercusión de las decisiones que tomamos, qué herencia dejamos. Hay que ser consecuentes pensando que lo que hagamos ahora va a tener consecuencias dentro de 20 años. Necesitamos un acuerdo básico, un plan, un pacto o llámalo como quieras sobre qué queremos. Y luego también unos planteamientos claros de a dónde vamos pero teniendo en cuenta que esto lo van a heredar, para bien o para mal, los que vengan detrás nuestro. Eso construye comunidad para que no llegue algo determinado e imprevisto que lo tambalee todo, generando una especie de vacío y de desierto”, remarca De la Horra.

Identificado, por tanto, cuál debe ser el objetivo, a ambos se les cuestiona sobre qué pueden aportar para resolver esa necesidad desde su condición de agentes culturales. “Nuestra experiencia, capacidad de trabajo, posibilidad de habilitar espacios de diálogo, de flexibilizar la comunicación con los otros agentes de la ciudad y con la ciudadanía, hacer más permeable la parte institucional para mejorar la comunicación, y promover que se pueda establecer un plan de trabajo común entre todas las partes”, responde la directora de Montehermoso, a lo que el responsable de Artium añade “prepararnos para ser buenos mediadores, mediar entre la sociedad y la cultura y entre las clases políticas; y, por supuesto, tener un compromiso permanente de preparación con la cultura de nuestros días”, también de cara a quienes les tomarán el relevo a ellos mañana.

Esa labor, como menciona Castillejo, es también para con las instituciones, administraciones que, en el campo de la cultura pero en otros igual, trabajan en el corto espacio de tiempo de un año presupuestario, lo que choca de manera frontal con esa idea de mirar al futuro a medio y largo plazo de la que ambos hablan. De la Horra se siente escuchada “y creo que hay interés en aprender, en hablar con la gente, en conocer, pero ahí nos quedamos”, porque “ahora en época de crisis no se entra en el debate”, puede más el manido: no hay dinero. Castillejo, por su parte, reflexiona que “me sentiría más comprendido si pudiéramos empezar a reconstruir con otros parámetros toda la estructura que podía haber en la ciudad hace unos años, quizá no de la misma manera, pero sí esa idea de que tenemos un valor, una riqueza parada que puede ser muy buena si ponemos medios e ideas. Sí, claro, Artium sigue existiendo. En otros sitios ha sido peor. Pero no es tanto la existencia de estructuras, sino el uso, la capacidad que tenemos de modificar el entorno, la sociedad”, al tiempo que recuerda que “aquí ha habido demasiadas víctimas personales y estructurales, mis respetos para ellas”.

No es algo propio del territorio alavés. La visión del ámbito político y público con respecto a la cultura siempre genera tensiones. “En los años 80 hubo una implosión, se externalizaron procesos creativos que estaban latentes, con instituciones jóvenes y una libertad en los comportamientos. En lo años 90, empezó todo el desarrollo de los equipamientos, las dotaciones, las infraestructuras y llegamos a un momento en el que se centra la mirada en esos costes, en la preocupación de ¿y ahora cómo hacemos para llevar adelante estos costes? frente a ¿por qué hemos hecho esto, qué valor tenía para nosotros todo este proceso y esta construcción?”, se cuestiona De la Horra. “En este sentido, está habiendo dos vías de actuación desde diferentes territorios y ámbitos de la administración. Por un lado, unos que rápidamente contraen el gasto en cultura. Por otro, los que convierten el gasto en cultura en un instrumento económico. Es decir, ciudades que para situarse en la transformación de políticas económicas industriales a políticas económicas terciarias, cogen como elemento motor la cultura unida al turismo, a los grandes eventos... Si se analiza desde ese punto de vista, el dinero destinado a cultura no ha bajado (...) El manejo que se ha hecho de la cultura es curioso. En los análisis estadísticos, si vas al área de Promoción Económica de cualquier ciudad, ves que de repente se empieza a hacer toda una serie de eventos que, en teoría, tienen un trasfondo cultural o que tienen a agentes culturales ligados a esos actos. Pero son citas que no construyen. Ahí se devalúa el valor intrínseco de la cultura”, relata.

Tomando ese guante, Castillejo se cuestiona: “¿en cuánto se puede contabilizar construir una comunidad? Es impagable. El problema es que la gente te dice: ya, pero de eso no comemos. No, perdona, estás en una sociedad articulada, consciente, eres capaz de recibir atención de todo tipo... Cuando alguien te dice eso, te das cuenta de que se han perdido los valores. ¿Tenemos cabeza, tenemos capacidad de pensamiento? Somos una civilización porque ahí hay cultura”.

El tiempo y el espacio se acaban. Y se quedan cuestiones pendientes, también reflexiones llevadas a cabo en la conversación que no tienen el desarrollo que debieran en estas líneas. Sólo cabe esperar que estas consideraciones no se queden en el discurso, que en un momento dado sean una realidad palpable y, sobre todo, de futuro.

Licenciada en Filosofía y Ciencias de la Educación por la Universidad de Deusto, la directora de Montehermoso cuenta con una larga trayectoria en el sector, un camino en el que ha ocupado distintos puestos de responsabilidad.

Licenciado en Bellas Artes por la Universidad del País Vasco, el director de Artium cuenta con un amplio currículo vinculado durante años a la colección de arte contemporáneo de Álava antes y después del nacimiento del museo.