Vitoria - Inquieto. Eso siempre. Y reflexivo, con todo lo incómodo que eso puede llegar a ser. Así se mueve Carlos Lalastra y así se muestra en la conversación.
Sin detenerse en distintos campos.
-Cuando le preguntaban qué hacía su padre, mi hijo decía: casas para pájaros. Es evidente que la titulación es de diseñador industrial, formado en la Escuela Politécnica de Diseño de Milán. Ahí llegué a partir de que empecé Arquitectura, pero como tenía otras prioridades, me despisté un poco. Pero vamos, sí, hago un poco de todo: decoración de interiores, restauración de muebles, fotografía... especulo con el arte...
¿Pero por qué ocupar diferentes sillas al mismo tiempo?
-Una vez me dijo una: eres un hiperactivo sin diagnosticar. No es que me aburra. Me parece que centrar la cabeza siempre en lo mismo está bien pero no llegas a mejores sitios. Por ejemplo, hay un procedimiento de creatividad para empresas que se llama Ojos Limpios, que pasa por el hecho de que cuando te acercas a un problema sin tener conocimiento de nada, de repente hay un iluminado que tiene una chispa inicial, que tiene una visión instantánea que es potente a pesar de su desconocimiento de la situación concreta.
De todas formas, seguro que hay mucha gente a la que le cuesta imaginar qué hay de beneficioso entre el mundo de la creatividad artística y el del sector empresarial.
-¿Para qué le sirve a un tío que trabaja en la bolsa irse al monte o a correr? Para lo mismo. Apartarte de las historias, te da lucidez. Estar metido en los problemas, no te ayuda necesariamente a resolverlos. Entrar y salir, está bien. Además, hay algo que está inventado desde el Renacimiento. Este sistema de los cestos es actual, antes la gente hacía cosas con respecto a las aptitudes que tenía. Hay cosas que en apariencia no tienen relación, pero en el mundo que me muevo, hay nexos de unión entre unas y otras. Cuando hago arquitectura de interiores, hay una parte de diseño conceptual que es muy importante y luego hay algo muy pragmático que es resolver lo que tienes entre manos, adecuarlo, que no se caiga, que funcione, que transmita lo que tienes en la cabeza a quien te dice que hagas en su nombre. Esa es la parte de madre de alquiler que tiene el diseño.
Ahora se está intentando, y Vitoria es un buen ejemplo de ello, que la creación artística vuelva a las casas, que los particulares inicien sus propias, y muchas veces asequibles, colecciones.
-Cuando doy los cursos de diseño industrial, digo que el objeto está en tres estadios: o bien es un valor simbólico, o uno de uso, o uno de representación. Si es un valor de uso, lo que espero es que la lámpara sea una buena lámpara y me ofrezca buena luz. Si es un valor simbólico, puedo soportar que no de luz porque es una lámpara que tenía mi familia. Y si es un valor de representación, quiere decir que pongo en mi casa cosas que espero que me representen en una utopía que tengo de mí mismo. Es decir, busco una lámpara que impacte, que hable sobre mi estatus, o lo que sea, ante quien venga a mi casa. En el arte pasa lo mismo. Quien accede al consumo del arte o lo hace de manera visceral, por necesidad, o tiene unas carencias artísticas que le llevan a coleccionar, o establece un ámbito de representación en el que quiere tener y además más grande y que se vea mejor que lo que tiene el resto. Muchas de las cosas que se venden en este disparate que vivimos son como cantos de sirena. La gente que no se para mucho a pensar se deja llevar por modas, modismos, corrientes... sin entender realmente qué está haciendo. Hay mucha gente que está cercana al arte o que tiene gran cantidad de arte pero tiene la sensibilidad muerta, dormida, desaparecida. Y, sin embargo, si el arte es algo, es sensibilidad trabajada.
Por cierto, ¿coleccionista?
-No. Tengo obras de arte de gente cercana, donde entra el valor afectivo y el artístico, puesto que el hecho de estar cerca de un artista te da un plus de entendimiento sobre una determinada creación. Cuando alguien compra, no sabe realmente qué está comprando. Igual entiende un 10% de lo que está adquiriendo. Si tuviese acceso al proceso, si estuviera cercano al momento creativo, si conociera al personaje que hace ese arte, si supiera sus circunstancias, si empatizara con él, si existiese esa cercanía emocional, el entendimiento podría subir hasta el 40%, como mucho.
Ya que antes hablaba de esos ojos limpios, ¿vivir fuera, aunque cerca de Vitoria, es también una forma de observar a la ciudad con una mirada despegada?
-Es, de entrada, una elección. En el momento dado, coincidió que se dieron las circunstancias precisas. No todo el mundo termina digiriendo esa elección, pero bueno. Sí te da un punto de libertad personal, de no dependencia social para muchas cosas.
¿Cómo ve a esa ciudad en el plano cultural?
-Hay un comentario que hace la gente que está metida en el arte desde hace tiempo y viene de Bilbao, y es que no entienden qué ha pasado en Vitoria. Hace 30 años, Vitoria era una referencia a nivel musical, teatral, pictórico... había una ebullición de mucha gente, el tejido funcionaba muy bien, mientras que en los territorios cercanos no existía esa concentración que sucedió aquí. En Vitoria sigue existiendo un tejido, aunque está languideciendo y muriendo lentamente. En Bilbao sí se ha sabido adaptar a los nuevos tiempos. Le ha tocado una regeneración en la que el Guggenheim no ha sido detonante de nada sino la primera cosa que llamó la atención. Detrás, en realidad, hay un proceso que tiene bastante coherencia, que está generando un movimiento cultural. En Vitoria ha habido un crecimiento aldeano de cojones, una expansión de la ciudad con poco sentido. Estamos un poco perdidos en esa dinámica que alguien, desde el politiqueo, ha llevado hacia adelante. Se están marchitando muchas cosas que existían antes y lo hacen no tanto por falta de alimentación en el sentido monetario como por falta de atención. Hay que preocuparse del tejido y el vitoriano ha estado y está muy desatendido e ignorado.
Pero la crisis es la causa o una excusa para esa situación.
-Últimamente es la excusa. Pero claro, el que se excusa es porque tiene desconocimiento. Es como si me hacen ministro de energía nuclear, que haré cosas sin tener ni idea porque no sabré gestionarlo. La incapacidad gestiona las capacidades limitadas que tiene. La incapacidad intenta acercarse a cosas que no entiende y, como autodefensa, lleva lo que mal entiende como cultura a ámbitos que sí tienen rango cultural, pero claro, habría que ponerle nombre. Cultura, en el fondo, es todo. La cultura no está desapareciendo, está cambiando. Lo que hace es ignorar parte de la cultura que no es cómoda. La porquería sigue andando. Los museos siguen haciendo exposiciones... De repente salen artistas que tienes que entender que son dioses en la tierra. La gente no gestiona de manera diaria el consumo cultural, le viene dado por los medios: ahora tienes que ver a este tío que, por cierto, es cojonudo. La gente asiste a estas cosas de manera espasmódica para volver a casa y contar que, efectivamente, este tío es maravilloso porque se lo han dicho. Cuando desaparece el criterio, todo lo demás es fácil. Claro, el criterio va ligado a la educación, a la sensibilidad, al pensar. Una de las cosas que está sucediendo ahora es que hay un arco de edad que no ha dedicado su tiempo a cuestiones ajenas de lo laboral y monetario. Ha habido personas que no han pensado que cultivarse personalmente sirve para algo porque haciendo un trabajo determinado tenía sueldo bueno, coche, ir lejos... Cuando esa mentira se le ha caído, la gente se ha puesto a pensar. Toda esa masa, entre 30 y 45 años, ha estado cómoda en una situación que ahora ya no existe. Y ahí aparece un pensamiento crítico que, en realidad, se traduce en un empacho de pensamiento crítico. Así, las personas, sin discernir muy bien, decide opciones de manera visceral. Se hacen las cosas con lo primero que le viene, que es lo que se le ha ocurrido y, parece, corresponde con la mayoría.
Una consecuencia del panorama que dibuja la crisis aquí es el nacimiento de Art eh!, que es ante todo una llamada de atención.
-Sí, una llamada en el sentido de que la gente sigue aquí, sigue haciendo sus cosas, sigue haciendo arte.
¿Pero es un grito en el desierto?
-No. Volvemos un poco a lo de los valores de uso, representación y simbólico. Toda la gente que compraba arte para tener una obra encima de su butaca, con la crisis, ha restringido, en primer lugar, esas adquisiciones. Desde las empresas de mobiliario se hace el siguiente análisis: ¿qué parte de la vivienda se empieza a desatender cuando hay falta de recursos? La habitación principal. Y lo último, el hall. Es lo primero que ve la gente, lo otro lo último. En esa restricción de gasto, una de las historias que desaparece es el valor de representación de la obra de arte para mi sofá. Da igual, mi cuñada pinta muy bien y vamos a ponerlo aquí. En el valor simbólico, con el paso de los años esa necesidad de poseer cosas se va disipando, mientras que los públicos nuevos no tiene medios no pueden acceder a ese mercado. ¿Qué hacen? Empiezan a desconocer el mercado encontrándote con paradojas como que haya gente que esté ligada al mundo del arte en Vitoria con entre 20 y 30 años pero que no conoce a primeros espadas de la ciudad que llevan 50 años trabajando. Los desconocen porque no ha habido ruido, se ha caído el árbol pero nadie estaba en el bosque y nadie se ha enterado. Lo que busco con Art eh! es intentar impulsar lo que está arriba, y hablo de edad y de tiempo de desarrollo artístico, hacia capas inferiores de edad y de tiempo de desarrollo artístico. Así estás comunicando y haciendo una labor didáctica. Por otro lado, al que está arriba, al que tiene más años, le sirve para mirar a lo que está ocurriendo y a lo que está por venir, aunque él quiera ser ignorante en este sentido. Un día le pregunté a Agustín Azkarate cómo pudo ser que un día todo el conocimiento del Imperio Romano se viniese abajo, cómo no se transmitió. Porque se perdió la necesidad de hacer y saber.
¿Y cómo hacemos hoy para no perdernos?
-Ahí existe un concepto como el de la corresponsabilidad. Es algo que empieza a aflorar. El otro día salieron los datos del paro de octubre. Salían 15.000 autónomos más. ¿Vamos de puta madre o es que la gente se hace autónomo porque no le quedan más cojones? Ante eso, la gente se organiza más, se comunica más en lo social. En esa parte, existe una guía nueva ajena al dirigismo o al tutelaje absurdo que muchas veces se hace desde las instituciones o desde el politiqueo. Lo que está sucediendo es que desde abajo a arriba se genera un movimiento. En Art eh! es lo mismo. Después de dos años, me he dado cuenta de que una vez que la filosofía se entiende y estamos en marcha, tiene que haber una corresponsabilidad. Si hay alguien que quiere que en su local exista arte, muy bien, pero tienes que financiar de alguna manera eso que va a suceder en tu espacio. Y tú que tienes esa capacidad artística y creativa tienes que domarte de alguna manera para generar ese arte que te están solicitando.