Dirección: Roman Polanski. Guión: Roman Polanski y David Ives, basado en la obra de David Ives. Intérpretes: Emmanuelle Seigner y Mathieu Amalric. Nacionalidad: Francia. 2013. Duración: 96 minutos.
Todo en esta pieza de cámara ha sido cargado por el diablo. Y todo esconde algo entre sus pliegues, entre sus intersticios. Da igual que Emmanuelle Seigner, 47 años, la mitad de ellos casada con Roman Polanski, se pasee en ropa interior y casi desnuda como la Venus de Tiziano. De hecho, esa desnudez es la que deslumbra y oculta sus verdaderas intenciones. Poco pudor para un salto mortal retórico que mezcla la ironía con lo perverso. Un trampantojo que, con el pretexto de hablar de Von Sacher-Masoch, él prestó su nombre al masoquismo, ansía diseccionar la quiebra del hombre contemporáneo para convocar un epitafio por su naufragio total.
Leopold von Sacher-Masoch escribió la pieza La Venus de las pieles en 1870. Se inspiró en La comedia humana de Balzac y en su propia experiencia. En algún modo, literatura y vida se entremezclaron en un relato sobre un idilio marcado por la relación masoquista entre un hombre obsesionado por el placer del dolor y la dominación y su ama(da), una mujer arrastrada, corrompida por un juego resbaladizo; el de Severin. Quienes conocen la obra de Lou Reed, recordarán el eco de su nombre en su Venus in Furs. Y quienes estén iniciados en la obra fílmica de Roman Polanski, podrán recitar la larga relación de incursiones en el pantanoso territorio de las relaciones sexuales y sus desvaríos. De todas sus obras anteriores, Luna de hiel es la que más vinculación temática guarda con esta Venus de las Bacantes. Pero eso son detalles accesorios, lo decisivo es constatar que en este filme, Roman Polanski, 80 años, se comporta con la vitalidad de un adolescente, con la rabia intacta del niño que huyó del horror lanzándose a los brazos del exceso.
Al contrario que otros cineastas, Polanski no se atraganta con los textos teatrales. Para él, darles aire, vida y movimiento es lo natural. Aquí ha coescrito con el autor del drama teatral, David Ives, más que una adaptación, una metamorfosis. Todo en La Venus de las pieles nos remite al universo Polanski. ¿Biografía? No, Polanski no cultiva retratos de autoinculpación, simplemente se sirve de sus vivencias para representar cómo se enfrenta consigo mismo.
De las muchas lecturas que se pueden establecer en torno a este texto tan decimonónico como apropiado para el siglo XXI, la de ver en la película la sombra vital del propio Polanski viene sembrada por las apariencias que el propio director cultiva. Polanski no ha dudado en acentuar el parecido físico del actor Mathieu Amalric para, en un acto de reivindicación ¿necesaria?, construir para su mujer un personaje que la muestre como la gran actriz que es, eclipsada quizá porque la figura de su marido resulta descomunal.
Polanski la conquistó dándole un desconcertante papel al lado de Harrison Ford en Frenético (1988) y, desde entonces, jamás se ha separado de ella. Seigner, que comenzó trabajando para Godard, asume aquí su interpretación más extrema. Desde el arranque hasta el desenlace, todo se resuelve en un círculo perfecto. Todo adquiere el tono de un juicio sumarísimo a la estúpida arrogancia del macho, a la vanidad del intelectual, a la fragilidad del poder, a la indolencia del tener y al patetismo del machismo. Sin duda, el verbo, herencia de su origen, impone su tributo. Pero también la cultura y el psicoanálisis. Un diván por el que pas(e)an el director y la actriz; la diosa y el siervo. Le basta con eso a este Polanski octogenario para dar un recital de sabiduría otoñal. A su mujer le regala un personaje inolvidable y se guarda para él, el placer del fabulador que siempre fue para demostrar que con solo dos actores y un sofá se puede hacer gran cine haciendo teatro dentro del teatro.