DOnostia. A Josu Zabaleta (Legazpi, 1948) siempre le gustó "eso de jugar con las lenguas". De hecho, era solo un niño de doce años cuando se animó a traducir "un librito" del castellano al euskera. Entonces no lo sabía, pero aquel ejercicio se convirtió en la primera de un sinfín de traducciones, en una pasión y un oficio que ayer fueron distinguidos con el Premio Nacional que concede el Ministerio de Cultura.

Recién jubilado, el traductor guipuzcoano se ha tomado "un año sabático" para aprender ruso y fue precisamente durante la clase de ayer cuando recibió la noticia. Sabía desde la semana pasada que podía ganarlo pero había olvidado cuándo se hacía público el fallo. Según declaró ayer a este periódico, ser el primer vasco en recibir una distinción que ya poseen admirados traductores como Paco Úriz, Agustín García Calvo o Esther Benítez "equivale a hacer un cursillo de autoestima".

Trayectoria Zabaleta es licenciado en Filosofía por la Universidad de Santo Tomasso de Roma. Nunca supo bien por qué cursó esa carrera, pero al menos su experiencia italiana le sirvió para sumergirse de lleno en la literatura del país. El joven aprendiz de filósofo frecuentaba el local de un librero izquierdista al que quemaron el local y que regaló al guipuzcoano cerca de 500 libros "medio chamuscados". "Leí un montón y me gustó", recuerda.

A los 26 años comenzó a traducir "de manera sistemática", una labor que desarrolló principalmente como responsable del área de publicaciones en euskera de la editorial Hordago, en la que creó una colección de literatura juvenil y otra de literatura vasca. El objetivo era "tener recursos para estudiar mejor la literatura clásica". Al especializarse, le llamaron de la Escuela de Traductores de Martutene, en cuyas estanterías "apenas había cinco libros de teoría de traducción".

"Hace 40 años prácticamente no había nada", asegura un traductor que, sin embargo, considera "exagerado" que el jurado le ensalce como "uno de los pioneros de la traducción literaria a la lengua vasca". A su juicio, el del traductor "no es un trabajo estrictamente solitario". "El premio me lo dan a mí, pero es bastante colectivo. Parece que el traductor tiene que ser un monje, alguien que realiza un trabajo monástico, pero el traductor que trabaja solo, trabaja cada vez peor", asevera. En ese sentido, Zabaleta añade que alguien que se dedica a su oficio "debe estar con otros traductores que le corrijan sin piedad" y le ayuden en caso de "bloqueo". "Yo he tenido la suerte de trabajar en equipos en los que nos dábamos los buenos días y luego íbamos directamente a la yugular: a corregirnos sin piedad. Pero éramos amigos y después nos íbamos a tomar café. Pertenezco a una generación que no tuvo más remedio que unirse para sacar proyectos adelante, a la brava", apunta.

Ha llevado al euskera obras escritas en francés, italiano, español, portugués, inglés y latín. Entre los autores que ha traducido destacan Petrarca, Pirandello, Saint-Exupéry, Balzac, Baroja y Twain. Con Fantasiazko ipuinak y Gaueko gezurrak, traducciones de Maupassant y Bufalino respectivamente, ganó el Premio Euskadi en 2001 y en 2008.

También ha realizado traducciones de textos divulgativos, técnicos y documentales televisivos, además de haber sido responsable de Senez -"una revista de traducción que se convirtió en la más importante del Estado"- y director del diccionario Lur Hiztegi Entziklopedikoa. Es miembro de Euskaltzaindia y fundador de Eizie, Asociación de Traductores, Correctores e Intérpretes de Lengua Vasca fundada en 1987.

"minoritario y universal" Durante sus doce años en la Federación Internacional de Traductores comprobó que las soluciones que plantea una lengua como el euskera pueden ser una "gran aportación" a los problemas de traducción de otras lenguas minoritarias: "Una solución que tú ves aquí, puede servir en el Tíbet y en Sudáfrica". De hecho, sostiene, tras la llegada del fallecido Nelson Mandela al poder, un sistema de fabricación de diccionarios creado en Euskadi fue utilizado para desarrollar los diccionarios de las lenguas sudafricanas que el apartheid no aceptaba. Es decir: "Se puede ser una lengua muy pequeña y estar en la mitad de los problemas del mundo. Ser minoritario te ayuda a ser universal".

El galardonado aprovecha la ocasión para referirse a todas las lenguas que se hablan en Euskal Herria, que no son solo el euskera, el castellano y el francés. Ni siquiera el inglés. "¿Qué ocurre con el mongol, el quechua, el árabe, el rumano o el ruso que hablan los inmigrantes? También son nuestras lenguas, un capital que nos ha llegado gratis. Los hijos de quienes las hablan hoy serán en el futuro los mejores traductores de euskera y castellano", vaticina.

En el futuro, Zabaleta no descarta traducir a autores rusos, y por ello sigue aprendiendo, sabedor de que "la situación normal de un traductor es pasar su vida estudiando o aprendiendo lenguas": solo así se puede "problematizar la relación" entre las distintas lenguas. También quiere dedicar más tiempo a la lectura, un placer del que no podía disfrutar mucho tiempo cuando trabajaba como autónomo. "Y el traductor es, sobre todo un lector, alguien a quien le gusta sacar todo el jugo que pueda a los textos", concluye.