PARÍS. La australiana Cate Blanchet en el papel de Jasmine se deja la piel y los nervios en una interpretación que le ha valido algunas de las mejores críticas de su carrera, y en la que humaniza a una mujer que ve cómo su vida se derrumba tras la muerte de su marido, un magnate millonario encarnado por Alec Baldwin.
Allen regresa con ellos a Nueva York y San Francisco, y a través de "flashbacks" retrata el antes y el después de alguien que pasa de la elite económica neoyorquina al otro extremo de la escala social, y que remite inevitablemente a Ruth Madoff, esposa del inversor, financiero y ladrón de guante blanco Bernard Madoff.
El director, no obstante, asegura en entrevista con Efe que la película nace no de ese fraude, sino de una historia real que le contó su mujer, Soon-Yi Previn, y que, con algún que otro adorno, reunía todos los ingredientes para hacer de ella "una buena historia dramática".
Su interés se centra en ese declive, y no en el resto de aspectos económicos, sociales y financieros que califica de "coincidencias", pero que dotan a la cinta de una dosis de realidad y dramatismo más elevada que en sus anteriores filmes.
No faltan las situaciones absurdas y las neurosis propias de los personajes encarnados o ideados por el director, y que aligeran una trama que, según Allen y sus intérpretes, no pretende emitir ninguna crítica, implícita o explícita.
"Nunca hace películas con un mensaje. No intenta educar a su audiencia, pero se mantiene fiel a su línea de investigación sobre el porqué estamos aquí, de qué va la vida o lo absurda y trágica que es a la vez. Pero definitivamente, como a todos, le fascinó el detritos emocional de la manera en que la banca se colapsó", indica Blanchet a Efe.
Su personaje, en sus palabras, es "una princesa del Upper East Side", que acumula todo el odio y la traición fruto de las estafas de su marido, pero también todas las fantasías resultado de "ver las cosas como las quiere ver, en lugar de como realmente son".
Es la primera vez que Blanchet trabaja con Allen, y el pánico que refleja su "alter ego", junto a la responsabilidad de colaborar con alguien de su calibre, hicieron que el rodaje "no fuera particularmente relajante".
"Es aterrador trabajar con alguien al que veneras tanto como yo venero a Woody y a su obra. Estaba muy nerviosa, pero es un hombre tan práctico a la hora de hacer una película, que pensé que tenía que darlo todo. Si no funcionaba, me lo diría. Es algo que te puede romper el corazón, pero esa es la manera de avanzar".
Allen, según añade la británica Sally Hawkins, que interpreta a la hermana adoptiva de Blanchet, es alguien que "no está interesado en el proceso de actuación, sino que quiere que llegues al set siendo tu personaje".
Y no hacen falta muchas palabras para describir a quien atesora dos Óscar por "Annie Hall", siete nominaciones a esa estatuilla como mejor director, o quince en la categoría de mejor guión original.
"Woody Allen es Woody Allen. Es icónico por algo, aunque me odiaría por llamarle así. Es un cerebro increíble, que piensa como un dramaturgo, y del que aprendes un montón simplemente por estar con alguien como él", apunta Hawkins, que se puso por primera vez a sus órdenes en 2007, con "Cassandra's dream".
Con "Blue Jasmine", el director rompe el ciclo europeo que en los últimos años le ha llevado a rodar en Roma ("To Rome with love"), París ("Midnight in Paris"), Barcelona ("Vicky, Cristina, Barcelona") o Londres ("Match Point), y con ella recupera también el beneplácito general de la crítica.
Pero si algo le ha hecho poder firmar esa prolífica carrera, según concluye, es precisamente el hacer oídos sordos a las opiniones sobre él, sean o no positivas.
"En 50 años nunca he leído una crítica. En este tipo de trabajo es muy fácil volverte narcisista, preocupado por uno mismo. Cuanto más lo haces, menos trabajas. Olvídate de las críticas, del público, de la taquilla, no importa si es fantástica o terrible. Es muy importante no verte atrapado por ello. Te alejan de la única cosa importante: el trabajo".