pamplona. Manuel Rivas aprovecha cualquier momento para hacer poesía. Leyendo unos versos, fotografiando unas nubes que ve a través de una de las ventanas de la Biblioteca y Filmoteca de Mendebaldea y que le hacen detener su mirada, o esperando -como hizo ayer en ese momento de belleza- a que el cielo se ponga todavía más bonito para inmortalizarlo. Ese lenguaje poético que el escritor gallego capta de lo más sencillo de la vida es el que incendia también su espíritu revolucionario ante un tiempo, dice, "de dominación y control de cada una de las mentes" por parte del poder.

¿Qué ha descubierto de sí mismo en 'Las voces bajas', en ese reencuentro con el Manuel Rivas niño?

Sobre todo descubrí a los otros, y lo que había en mí de los otros. Esta novela tiene una condición de una especie de paseo por la vida y la muerte, pero es un paseo que traspasa las fronteras, porque permite reactivar el pasado y ver y recordar lo que estaba invisible, inaccesible. Lo más importante del libro es esa parte en la que el yo descubre a los otros. Es un puente. Está escrito como un nuevo pronombre que está entre lo singular y lo plural. Y cuando consigues situarte en ese pronombre, te libera, te despoja del ego, de que solo te veas a ti mismo, y la mirada se ensancha y empiezas a ver mucho mejor a los otros, y lo extraordinario que hay en la gente corriente. Porque cada persona es un universo, es una nación.

Qué necesario es un libro como este hoy, cuando solo tienen voz los poderosos y los ineptos, los que manejan. Las otras voces no se escuchan.

No se escuchan. Es verdad eso que se dice de que la historia la suelen escribir los vencedores. Y no digo solo los vencedores en el sentido político, sino de poder. El poder que se apropia del diccionario. Y están esas otras voces que, como dice Rulfo en Pedro Páramo, es donde se ventila el puro murmullo de la vida. Se habla de una guerra y se cuenta el número de víctimas, y se cuenta quién ganó, el ejército de tal, pero raramente escuchamos las voces de lo que pasó, de cómo vivía la gente de allí, de las familias... En la historia suele dominar el relato de Marte, que es el dios de la guerra, del poder. Suelen dominar las voces que quieren mandar, las voces altas, y ese ruido va apagando las voces más interesantes.

Si la literatura tiene esa capacidad de mostrar lo que no se vio en determinado momento, ¿qué debería mostrar en un futuro de este tiempo que vivimos, de esta crisis de valores?

Hablábamos de la palabra dominar, y algo que nos permite detectar lo que es literatura o no, y casi nunca falla, es tener en cuenta que la literatura es aquello que no pretende dominar. Es el espacio de las preguntas. Es un espacio en todo caso de lucha, donde pugnan el deseo y la muerte. En el fondo, las grandes obras literarias tienen esa condición, de lugares. Son aquello que siempre que lo abrimos está vivo, viene a decirnos algo que antes no nos habían contado, o que no veíamos. Y la literatura justamente tiene un carácter de anticipación. Tiene que ser un reloj con las horas adelantadas. Tiene que decir lo que no se puede decir, y ver lo que no se puede ver. Fíjate, sobre la crisis que vivimos hoy, a mí me parece que nos puede informar y decir más un libro como Las uvas de la ira que leer un tratado o muchos informes que son fotocopias de fotocopias de fotocopias. En la literatura no hay estadísticas, en la literatura hay personas, se cuentan de una en una. Y lo mejor que nos puede pasar hoy es darnos una buena sacudida, un buen puñetazo. La literatura hoy nos tendría que estar dando unos cuantos golpes, para sacarnos de la indiferencia. Porque la indiferencia mata. Pero fíjate que ahí tenemos desde el principio de la literatura La Ilíada, Antígona, La Odisea, que nos alertan de esa necesaria lucha contra el olvido, que hablan de la reconstrucción de la memoria, de la conciencia. Y eso que la literatura nos anticipó, todavía hoy no lo hemos leído en profundidad.

¿Qué papel debería tomar en esta reconstrucción el periodismo? Ahí también se han instaurado los intereses económicos, cuando debería ser un oficio de servicio social.

Vivimos en una época de tanto descreimiento del periodismo... Siempre se pensó que los cínicos no valían para este trabajo, pero es que parece que vivimos un cinismo ya institucional, es el medio ambiente en el que nos movemos. Parece que todas las crisis se concitan hoy sobre el periodismo. Esa sensación de preguntarse para qué servimos, yo creo que es el indicativo de que vivimos la peor de las crisis. Y hay que hacer frente a esa pregunta valientemente, con coraje. El futuro del periodismo no tiene que ver con lo digital o con los soportes, aunque es un tema importante y a mí me parece muy importante que no desaparezca el periodismo del papel frente a esa profecía aceptada que para mí es una superstición. En todo caso, el papel tendrá que cargarse de razón, de profundidad. Tenemos que recuperar la sonda. Lo que está fuera de cuestión es que la información es un bien necesario. Y es más necesario si cabe que nunca, porque el mundo es más complejo. Por lo tanto, el periodismo no tiene que tener esa absurda crisis existencial. Debería recuperar la profundidad y el erotismo. Hemos perdido el erotismo, hemos perdido el trabajo como goce. Me refiero al movernos por el deseo. Y hay una especie de clima de que el último que apague la luz.

¿Cómo combatir ese clima antes de que nos contamine del todo?

Está claro que cuanto más se retira el periodismo de calidad, el periodismo que ofrece reflexión, investigación, profundidad, España se llena de peores cosas. Y ese espacio que deja lo ocupa otro periodismo de mucha peor calidad. Es el momento de un activismo, de una revolución óptica en este país. Hacía tiempo que no estábamos en una situación de tanto cosmopaletismo, de pérdida de perspectiva. Es increíble, se está cumpliendo toda la profecía orwelliana de 1984, del Gran Hermano pero también del ojo que todo lo ve, tienes la sensación de que de cada ciudadano el poder sabe cuántas veces tira de la cisterna. Es una sensación... El poder cada vez se basa más en dominar, en control. Pero no un control militar, visible, sino un control que no se deja ver, el control de cada una de las mentes. Y hay que reaccionar. Estamos en el tiempo en que el periodismo tiene que practicar la disidencia.

En nuestra mano quizá no esté cambiar el poder de la noche a la mañana, pero sí nuestra actitud. Sin embargo, vamos a lo seguro, no nos movemos bien en la dificultad...

Claro. Y en nuestra mano está la capacidad de crear hábitats. No condicionarlo todo al poder o al gobierno. Crear espacios de autonomía. Ahora que se habla tanto de independencia, independencia tiene que haberla en todas partes, la sociedad sería mucho menos vulnerable.