CUENTAN las crónicas recientes que el máximo capo de la tele de la italiana Mediaset, honorable don Paolo Vasile, ha rechazado recibir un premio de la Academia de Televisión, con el estúpido argumento de que los premiadores no han reconocido en el pasado como perlas televisivas algunas de las producciones de Tele 5 y Cía y que por ello desiste de sumarse a los actuantes de la gala de entrega de los anuales premios de televisión y que con él no cuenten y que adiós Ben-Hur y que aprovecho la ocasión y os meto un viaje, que estoy harto de que critiquéis mis series pasionales, mis de luxes trituradores de humanas almas y mis caducas reinonas de tarde en fin de semana, que ya está bien, que yo hago una televisión popular que no os enteráis en vuestros despachos de moqueta barata y montables muebles de Ikea.
Este Vasile es uno de esos tipos que te pisan los callos en el tranvía y encima quiere que le pidas perdón y te disculpes, faltaría más. Un rencoroso ejecutivo que ha hecho del amarillo, el color preferido de sus productos y que comanda un grupo de comunicación donde ética y estética se mezclan en un jumelage de difícil digestión.
Resulta cómica la actitud herida de un ejecutivo capaz de saltarse a la torera todas las normas de dignidad programadora en un medio de comunicación de masas, a las que ofrece potajes indigestos y amodorrantes minutos de tele cutre y que ahora venga con ataques de dignidad, exigiendo respeto a sus productos cuando él les tiene poco, no deja de ser fariséica postura que el transalpino maneja con extrema habilidad y pega un portazo a los responsables de la Academia y se planta brazos en jarras como arriero caminero. Que no suba al escenario, que ningún aplauso reconozca su trayectoria, que se quede solo con monumental cabreo que caracteriza a maleducados de semejante calaña.