Dirección: Atiq Rahimi Guión: Atiq Rahimi y Jean-Claude Carrière según la novela de Rahimi. Intérpretes: Golshifteh Farahani, Hamid Djavdan, Hassina Burgan, Massi Mrowat Nacionalidad: Afganistán, Francia, Alemania y Gran Bretaña. Año: 2012. Duración: 103 minutos
EL título que da noticia del contenido de este filme, La piedra de la paciencia, surge de una antigua tradición persa. Lo cuenta en la película una mujer a su sobrina en medio de la locura talibán, en pleno reino de tinieblas de burka y fundamentalismo. Estamos, tal vez, en el corazón de la noche de la guerra civil de Afganistán, aunque ciertamente el tiempo histórico carece de precisión en este relato. Por lo demás, La piedra de la paciencia es lo que su nombre sugiere, una roca devenida en terapéutico demiurgo. Un icono que acoge las confesiones de quienes no tienen interlocutor, los lamentos de quienes no saben en quién confiar. La piedra absorbe los temores de quienes han perdido la libertad y viven bajo la suela del miedo y la soledad. Llegará, dice la leyenda, un día en que esa piedra estalle, se deshaga, y entre sus restos desmigados se perderán esos secretos que, si se conservan en el interior del alma, acaban envenenando a quien los guarde. De este modo, entre lo alegórico y lo real, entre la recreación de las huellas del ayer y el escudo de la sublimación poética, avanza un filme seco y emocional, fascinante por lo que cuenta, desajustado por el cómo lo hace.
En este caso la piedra es un hombre herido, un cadáver sin fecha de defunción, un marido que tiene una bala en la nuca y que, inmóvil, ¿escucha? las confesiones de su mujer. Ella, mucho más joven, se encuentra anclada entre dos deudas. A un lado, su marido inerte; al otro, sus hijas que no entienden nada de lo que está ocurriendo. Fuera, en la calle, esa calle en la que las mujeres no pueden salir con la cara descubierta, hay una batalla; la muerte y la violencia, el Corán y la esperanza entretejen una cartografía indescifrable y con ella, la reivindicación de la mujer en el mundo islámico.
Concebida como novela antes que como cine, su autor Atiq Rahimi (Kabul, 1962) recibió el premio Goncourt de 2008, un premio de escasa cuantía económica pero que garantiza gloria a quien lo recibe. Rahimi escribe con la autoridad de quien conoce el terreno que describe. Víctima de la locura belicista y religiosa, emigrado a París, la novela se convirtió en libro de referencia.
Que sea el propio novelista quien dirija la película establece un debate interesante y elimina de raíz el tema de la relectura de una mirada diferente. Rahimi se da réplica a sí mismo y lo que se escribió con prosa de ecos precisos y entrelazados fonéticos da lugar a una puesta en escena que busca en el equilibrio de la composición, en la geometría del encuadre y en la belleza actoral, el eco de lo que descansaba en la palabra escrita y en su poder evocador.
En ese trasvase, el filme, un monólogo ante un cuerpo presente a cargo de una joven madre que poco a poco va repasando lo que hasta ese momento ha sido su vida, oscila entre el oficio de Cinco horas con Mario y el impulso poético de las tragedias de Lorca. Preside una actriz notable, una mujer excepcional: Golshifteh Farahani (A propósito de Elly, Red de mentiras). Estamos ante una presencia emblemática. Su desnudo provocó la ira de los ayatolás iraníes; fue desterrada de su país de origen. Ella respondió con un lacónico: "Mi cuerpo es mi armadura". Aquí su explícita belleza corporal rompe las cadenas de lo real para devenir en una propuesta idealizada. Aporta más lirismo, obtiene menos conmoción.
El fundamento es la mujer y su situación en un régimen que la cosifica. Rahimi sabe que aporta una historia poderosa y un crescendo argumental donde el sexo y la jerarquía establecen un compás preciso. Vista desde nuestra cultura, cuando evoca a Delibes, se hace cartón piedra; cuando vuela con el arrebato del desgarro trágico y mediterráneo, la película se sabe grande.