Bilbao
Desde las 18.00 horas de ayer, Kobetamendi es territorio pop y rock gracias al BBK Live, que ofreció en su inicio una velada calurosa en lo meteorológico y en lo musical, a la vez que dispar, ya que ofreció soul, baile, rock indie, electrónica, folk, punk... En torno a 30.000 personas se sintieron en el cielo con Depeche Mode, que triunfaron alternando clásicos y temas recientes como Heaven. También destacó la presencia de Editors y los freakies Edward Sharpe & The Magnetic Zeros.
Le tocó abrir la persiana a Toy, un jovencísimo quinteto de Londres que con un único disco y el apoyo de The Horrors se ha convertido en una de las bandas indies emergentes en el último año. Ante un público todavía escaso y no demasiado participativo, mezclaron melodías coloristas, kraut rock y efluvios de psicodelia en canciones como Colours running out o Dead and gone. Poco conocidos aún, su repertorio inquieto, con gran protagonismo de teclados, distorsiones y largos desarrollos instrumentales, exige más atención de la que otorga un festival a media tarde.
Los británicos dieron el relevo en el escenario principal a sus compatriotas de Leeds alt-J, un cuarteto también en la onda, con un disco único y que logró hacer bailar y cantar al público -especialmente al anglosajón- con su mezcla de bases elegantes y rítmicas, y las melodías de canciones como Dissolve me y la más templada y folkie Matilda, dos de sus mejores bazas.
La velocidad, los botes y la agresividad se materializaron en la propuesta del cuarteto Billy Talent, que en el arranque de su bolo demostraron lo que da de sí -en repertorio, sonido y madurez- su primera década de filiación al punk rock melódico, a veces hard rock en su ritmo y algo justo de poderío vocal. Aunque los canadienses elevaron la temperatura en las primeras filas, pobladas por fans muy jóvenes, optamos por trasladarnos al escenario 3, que volvió a programar ayer varias propuestas poco conocidas pero más que atractivas para el público más inquieto.
La primera, en competencia horaria con Billy Talent, fue la del grupo Edward Sharpe & The Magnetic Zeros en su estreno estatal. No existe ningún Edward en la formación, que está liderada por Alex Ebert, un tipo aficionado a perderse entre los fans, pero esta banda multitudinaria que apenas cabía en el tablado, hippie y exótica, arrasó con su enérgica, honesta y feliz fusión de folk, swing, rock alternativo, gospel y psicodelia, especialmente en temas como Home, un himno saltarín, soleado y de esos que te reconcilian con el ser humano -y su obra, a pesar de los tiempos que vivimos- y piezas más introspectivas como Man on fire. La fiesta, con ecos de Arcade Fire, fue de órdago.
El mismo escenario elevó la categoría de la jornada con una oferta casi alienígena en el festival: la presencia del veterano soulman Charles Bradley, un currito de la música, de esos que sobreviven trabajando de cocinero o imitador de James Brown en clubes de mala muerte, pero que se transforman al enfrentarse al público. Secundado por una macrobanda con dos guitarras, un par de teclados y vientos, tiró de un sonido clásico y de canciones de su reciente Victim of love, reivindicando un espacio mayor más que merecido con su garganta privilegiada y una pasión arrebatadora, todo soul, desgarro, alma y corazón.
El festival creció (también en presencia de público frente al escenario principal) con Editors, grupo británico en pleno proceso de reconversión, tanto en su formación, en la que ya no está el guitarrista original responsable del sonido que convenció en Kobetamendi hace cuatro años, como en dirección musical. Tras zambullirse en terrenos electrónicos, ayer demostraron haber vuelto al sonido más guitarrero y oscuro que les convirtió en estrellas.
Siempre liderados por la voz sensible de su líder, Tom Smith, repartieron épica y oscuridad, alternando clásicos como Munich, And end has a start y Smokers outside the hospital doors con canciones recientes como Sugar y A ton of love, que en directo se desmarcaron algo de las claras similitudes con Echo & The Bunnymen, y piezas actuales más templadas y que parecen competir con Coldplay, caso de Honesty, educoradas pero bien resultas ante la ausencia de arreglos orquestales.
El público peleó duro por las primeras filas en los minutos previos a la aparición de Depeche Mode. Coincidiendo con la huida de la luz, el trío, ampliado dos con músicos adicionales (batería y teclados), salió a escena y propuso Welcome to my world, introducido por efectos electrónicos casi tétricos y amenazantes. La invitación fue inmediatamente seguida por los fans, que reaccionaron con el reconocimiento ante Angel, otro tema de su último CD, Delta machine, al que dedicaron un tercio del recital, con Should be higher -sintético, casi industrial-, Heaven y el coreable Soothe my soul a la cabeza.
David Gahan, participativo, sexy y elegante, con su habitual chaleco, lideró a la banda, que ofreció un recital al alcance de las grandes estrellas, reforzado con un juego de luces notable, un sonido inmaculado, dos pantallas de video laterales y una trasera listas para todo tipo de proyecciones (del propio grupo, figuras, animales, títulos de canciones.) y un repertorio sin mácula, perfecto en su planificación y ejecución, que alternó clásicos -Barrel of a gun, Enjoy the silence, Personal Jesus.- con temas recientes y rarezas como Judas, con una sabia mezcla de electrónica, guitarras ruidosas ejecutadas por Martin Gore (voz en Higher love), oscuridad y estribillos diáfanos. Los fans esperaban expectantes, a la hora de cerrar esta edición, el bis con éxitos como Just can´t get enough, la blues I feel you o Never let me down again.