lo que parecía pasajero fenómeno de radio y tele, se ha convertido en elemento definidor de narrativa que no deja de crecer y asentarse como formato básico del contar periodístico, obligando a profesionales de la información a fabricarse un bagaje de opiniones que no tienen nada que ver con su quehacer esencial, cual es contar historias con cifras y datos contrastados. Resulta irrisorio el panorama de conocidas caras de la información, travestidos en muñecos tertulianos con lenguaraz presencia que los convierte en guiñoles del espectáculo. Alfonso Rojo es un personaje indispensable del periodismo de los últimos treinta años, siendo la corresponsalía de guerra el campo profesional que ha batido con acierto e intensidad. Colega de aventuras empresariales con Pedro Jota, sus andanzas por los escenarios de guerra que le tocaron vivir, se traducen en excelentes crónicas bélicas con intención denunciante y ánimo periodístico fresco y vital que duermen en archivos y hemerotecas. Hoy en día el otrora intrépido corresponsal de guerra, se ha convertido en petimetre opinador que se pasea por estudios y platós donde está dando la auténtica medida de su nuevo quehacer periodístico, lleno de sorna y escéptica mirada sobre lo divino y lo humano con desparpajo, ironía y conocimiento de la cocina periodística. El actual chiringuito opinante está montado para beneficio de un puñado de individuos/as que se pasean por los distintos medios, convirtiéndose en elenco de un circo mediático que a buen seguro proporciona ricos beneficios económicos, al tiempo que difunde modelos, criterios y filosofías de variado cuño ideológico. El ínclito cronista de guerra se ha metamorfoseado en divino gañán donde interpreta a un personaje de vuelta de todo, lleno de escepticismo, sarcasmos y soterrada mala leche. Un aparente profesional del acontecer, que se dedica a descabezar a todo hijo de vecino, sacudiendo a diestro y siniestro, defendiendo una postura y la contraria en un ejercicio de cínico análisis que vacía de valor al intruso de la opinión.