"era mucho más que un artista". Fue "una inspiración", "un pensador", "un genio", "un discutidor nato", una persona "tremendamente generosa", "un pícaro", "un poeta". Son varias las definiciones que surgen durante una conversación sobre Jorge Oteiza. Lo que está claro es que no dejó indiferente a ninguna de las muchas personas que conoció y en las que, de un modo más o menos sutil, grabó un surco, una suerte de cicatriz ontológica. Tres de ellas, Jaione Apalategi, Xabier Morras y Juan Antonio Urbeltz, fueron elegidas directamente por el de Orio para representarle en la fundación que impulsó para que su legado quedara en Navarra, la tierra en la vivió sus últimos años y en la que reposa junto a Itziar Carreño, su mujer y su faro durante tanto tiempo. Los tres hablan en estas páginas de su relación con Oteiza y de la huella que imprimió en sus vidas.
juan antonio urbeltz
"Fue una espoleta, un mentor para todos nosotros"
Reunidos en torno a un café, los tres miembros de la Fundación Museo Jorge Oteiza de Alzuza recuerdan su primer encuentro con el autor del Quousque Tandem y la impresión que les causó muchos años antes de saber siquiera que iban a convertirse en guardianes de su memoria. El folclorista Juan Antonio Urbeltz (Pamplona, 1940) le conoció en 1965 en la plaza de Armas de Hondarribia. Participaba con una soka-dantza en el rodaje de Ama Lur, de Néstor Basterretxea y Fernando Larruquert, "en un descanso me lo presentaron y estuvimos charlando hora y media". "Yo estaba atravesando una crisis personal, y tropezar en ese momento con Jorge y con otra gente del mundo de la política supuso una convergencia muy interesante para mí", cuenta Urbeltz, que desde entonces mantuvo una larga amistad que cultivó con mucho respeto, "guardando las formas y sin visitas banales", ya que Oteiza "era muy trabajador y le daba a todo, por eso descolocaba tanto a los especialistas, que no sabían dónde encajarle", recuerda. "Fue un adelantado a su época, ahora te sorprendes leyendo cosas que hace mucho que él formuló", añade el antropólogo, que le recuerda como "un mentor, casi como un padre", o, aun más, como "una espoleta que te impulsaba a buscar conocimiento".
xabier morras
"Me pareció un hombre peligroso"
El artista y profesor de la UPV Xabier Morras (Pamplona, 1943) le conoció en 1960. Tenía 17 años y organizó una excursión con amigos para visitarle en su casa de Irun. "Nos abrió la puerta bruscamente y nos preguntó qué queríamos", comenta. "Un poco asustados, le dijimos que queríamos conocerle y nos invitó a tomar café", añade el pintor. Aquella cita fue determinante para Morras. "Salí asustado, me pareció un hombre peligroso, avasallador; lo que sentí allí no lo había sentido nunca y pensé que tenía que frecuentarle porque era energía para la mente". Pero también iba a verle respetando su espacio y su tiempo, "porque trabajaba muchísimo y no sé cómo lo hacía, durmiendo dos horas o poco más", añade Morras, que en este punto menciona a Itziar, el contrapeso del genio. Fue el gran amor de su vida, se casó con ella en Santiago de Chile en 1938 y vivieron en distintas ciudades hasta que en 1975 se instalaron en Alzuza. En este punto interviene Urbeltz para apuntar, entre carcajadas, algunas anécdotas. "Ella solía leerle tebeos de Mortadelo y Filemón en la cama para que pudiera dormir", lo que da cuenta del papel que Itziar jugaba en la vida de Jorge; "era su mujer, su amante, su secretaria, su madre...".
jaione apalategi
"Hablaba de cosas de las que nadie hablaba"
La más joven del grupo es Jaione Apalategi (Ataun, Gipuzkoa, 1958), profesora titular en el área de Didáctica y Organización Escolar del departamento de Psicología y Pedagogía de la Universidad Pública de Navarra. Con 18 años, y "en busca de alimento cultural y espiritual", la hoy doctora en Pedagogía acudió a un charla del artista en los Salesianos de Pamplona. "Fue atronadora, me impresionó todo lo que dijo en poco tiempo", palabras que, a juicio de Apalategi, "no tenían más pretensión que despertar el talento de la especie", dice. Y sigue: "Era un hombre sin prejuicios y eso en aquellos años 70 y todavía hoy es revolucionario; se había ido liberando de los pensamientos heredados y deseaba que la gente hiciera lo mismo, que sacara lo mejor de sí misma". Cuando pasaron los años y pudo conocerle más en la intimidad, la profesora comprendió que en Oteiza nada era pose, que su compromiso con el conocimiento y con una buena educación desde la infancia era auténtico y "muy profundo". Y coincide con Urbeltz en que tuvo ideas que están surgiendo en investigaciones recientes. Como sus Nociones para una filología vasca de nuestro preindoeuropeo, "que no se ha tomado lo suficientemente en serio" y cuyas teorías sobre el origen y la influencia del euskera están apareciendo ahora en diversos estudios científicos.
Pero estar junto a Jorge Oteiza nunca fue fácil. "Había muchos desencuentros y llegabas a discutir y a enfadarte mucho con él", señala Apalategi. "No era nada complaciente, pero, a la vez, era altruista y dadivoso, no le importaba compartir sus ideas con todo el que le escuchara".
la fundación
Del Acta de Manifestaciones a la discordia
Hablar de Oteiza implica mencionar la fundación que lleva su nombre. Una institución con un patronato mal avenido. Las polémicas han sido muchas en los últimos años y cuatro de los patronos nombrados por el artista han estado en el centro de la controversia muy a su pesar por su oposición constante a decisiones que "ni están en los estatutos ni representan los deseos del fundador". Pero los inicios de la entidad fueron bien distintos. El 31 de diciembre de 1991 murió Itziar Carreño y el 4 de febrero de 1992 Jorge Oteiza formalizó el Acta de Manifestaciones, en la que establece que su obra se cederá al pueblo navarro y que dicha cesión se instrumentará a través de una fundación cuya sede será el museo que construirá Francisco Javier Sáenz de Oiza. De ahí surgió el primer patronato, que estuvo formado por el presidente del Gobierno de Navarra, Juan Cruz Alli; el expresidente Gabriel Urralburu; los artistas Xabier Morras y Pedro Manterola; el editor Txema Aranaz como albacea de Oteiza, y Begoña Errazti y Jaione Apalategi como representantes de la Federación de Ikastolas de Navarra. "El principal encargo de este patronato era redactar una propuesta de estatutos y gestionar la construcción del Museo", apunta la pedagoga, a quien la encomienda le pareció "muy interesante" desde el punto de vista social y cultural, así como desde el intelectual y profesional, sobre todo porque, entre los años 1964 y 1972, "Oteiza colaboró intensamente en proyectos educativos, entre ellos en el impulso de la enseñanza en euskera, y formuló una propuesta sobre como debía ser la educación del niño/a y la formación de sus educadores". Sin embargo, el tiempo pasaba y el patronato no conseguía redactar el documento fundacional. En 1992, cuando el creador recibió la Medalla de Oro de Navarra, apareció en escena Juan Huarte, "con el que Jorge volvió a relacionarse después de años de desencuentros". A este acontecimiento le sucedieron una serie de hechos significativos para el patronato: en 1994 Alli entró en conflicto con su partido, UPN, que abandonó en 1995 para liderar uno nuevo (CDN). También en 1994 saltaron las noticias sobre la presunta corrupción de Gabriel Urralburu, quien renunció a su reelección como Secretario General del PSN. Aquel primer patronato no volvió a reunirse.
En 1995, cuando la UPNA instaló en su campus el Homenaje a Sáenz de Oiza, "Jorge me llamó a casa invitándome al acto porque quería conocerme en persona". Esa misma tarde, Apalategi tuvo una conversación de más de cuatro horas con el artista y "desde entonces mantuvimos una relación intensa", hasta que el 21 de octubre de 1996, "después de muchos entuertos", le acompañó "a firmar la escritura de constitución de la fundación ante notario, el mismo día en que cumplía 88 años y tras celebrarlo en el Hirurena de Tajonar en compañía de varios amigos", explica la profesora. Ahí nació el segundo patronato, formado por ocho patronos; seis nombrados directamente por el artista: Juan Huarte, Francisco Javier Sáenz de Oiza, Jaione Apalategi, Jose Angel Irigaray, Xabier Morras, Juan Antonio Urbeltz, y los dos restantes en representación del Gobierno foral, concretamente el consejero de Educación y Cultura y el director general de Cultura, que entonces eran Javier Marcotegui y Tomás Yerro, respectivamente.
Hasta que se habilitó la casa-taller, las reuniones se celebraban en la sede del departamento, y hasta 2005 el patronato funcionó con ocho miembros, aunque por supuesto hubo idas y venidas. De hecho, en 2001 se incorporó Marisa Sáenz Guerra en lugar de su padre, que falleció ese año, y "a partir de ese momento comenzaron a vislumbrarse algunos problemas", reconoce Juan Antonio Urbeltz, ya que el patronato debía regirse por sus estatutos en lo relativo a la sustitución de las personas designadas por Jorge Oteiza. Entre 1999 y 2003, Jesús Laguna y Juan Ramón Corpas representaron al Gobierno foral. El 9 de abril de 2003 Oteiza murió y al mes siguiente se inauguró el museo.
Tras las elecciones de ese año, Corpas es nombrado consejero de Cultura y Turismo y Camino Paredes, directora general de Cultura. Según Apalategi, Morras y Urbeltz, "el consejero empezó el acoso y derribo contra el patronato originario y contra los estatutos; le molestaba que en muchos de los temas del orden del día hubiera un empate de cuatro contra cuatro, imponiéndose el resultado esperado por él con el voto de calidad del presidente; polémicas que trascendían a los medios?" Así es como "impuso a tres nuevos patronos": Fernando Redón, como representante del Consejo Navarro de Cultura; Concepción Aranguren, directora de Política Económica del Ejecutivo foral, luego fue sustituida por Juan Franco Pueyo, y un tercero a propuesta del Parlamento, que declinó dar ese paso. "A cambio, Corpas se desmarcó y optó por designar a una personalidad de renombre internacional". Así llegó Rafael Moneo en 2005. Como indican Morras, Urbeltz y Apalategi, conforme se han sumado nuevos miembros, "les presentábamos el escrito del voto particular que adjuntaríamos a las actas, contrario a dichas incorporaciones porque los procedimientos seguidos podían ser contrarios a los estatutos". De este modo -obviando en estas líneas las polémicas elecciones de los distintos directores del museo- ha ido discurriendo la corta historia de esta fundación. Y a Apalategi, Urbeltz, y Morras les entristece que este órgano no haya logrado aún articular los deseos de Oteiza, pero están convencidos de que aún es posible cumplirlos.
la huella
"Nos hizo sentirnos orgullosos de nuestra cultura"
Al margen de los sinsabores obtenidos en la fundación, Juan Antonio Urbeltz reconoce que el rastro de Oteiza en su vida es hondo e indeleble. "Tenía un mundo metafórico increíble", comenta. En su caso, como investigador autodidacta, toparse con un personaje al que le interesaban tanto los símbolos de las distintas culturas fue una oportunidad para profundizar en sus estudios sobre el origen y significados de las danzas populares de todo el mundo. "Hablábamos mucho de esos temas, era un gran creador de metáforas y en eso he seguido su estela", dice, y lamenta que hubiera gente que no le comprendiera. "Algunos le criticaron porque decían que distraía a la juventud con esas historias del alma vasca". Pero a Oteiza la cultura de esta tierra le importaba mucho, "quizá porque fue el primer niño nacido en Orio que no hablaba euskera y eso le marcó toda la vida", de ahí su interés por todas las manifestaciones populares, apunta Urbeltz, seguro de que al escultor le habrían encantado libros que ha publicado tras su muerte como Kromlech vasco y zorro japonés. De Jorge Oteiza a Akira Kurosawa, entre otros.
Para Xabier Morras, hablar de Oteiza como artista "es del todo insuficiente". "Estaba muy alejado de lo que entendemos como prototipo de artista. Fue un agitador de mentes y de la sociedad" y conectó muy bien con los creadores abiertos a otras disciplinas. "¿A ver quién hablaba entonces de arte popular, aborigen, infantil?". Ese carácter polifacético influyó decididamente en el modo en que Morras enfocó su trayectoria. "De joven la concebía como la típica carrera artística, pero tratando a Jorge me di cuenta de que no te puedes limitar a eso", de ahí que también haya dirigido un centro cultural, haya hecho una tesis doctoral y dé clases en la universidad. Al margen de la huella que ha dejado en su vida, Morras subraya el lugar central del pensador en el impulso de la cultura vasca en la segunda mitad del siglo XX. "Irrumpió en una Euskal Herria arrasada y dijo '¡despierta!' a los artistas, a los bertsolaris, a los txalapartaris, a los etnógrafos... Hizo que nos sintiéramos orgullosos de nuestra cultura, y que pensáramos que, aunque pequeños, no éramos menos que nadie", afirma. "Ha inspirado a poetas, antropólogos, pedagogos, artistas... Nos ha espoleado. Para mí era un Miguel Ángel; yo no creo mucho en los genios, pero él era un sabio". Eso sí, quien se imagine a Jorge Oteiza como un hombre serio, todo el día reconcentrado, se equivoca, porque "era profundo, pero también alegre; buscaba la soledad, pero a la vez necesitaba estar con gente. Y era la generosidad en persona".