La intrahistoria del Festival de Jazz de Gasteiz, ésa que se trufa de anécdotas, sucedidos y otros acontecimientos paralelos a la música, es larga y prolífica, así que asegurar que algo no ha sucedido antes, a veces es arriesgarse demasiado. Pero la memoria de propios y extraños no alcanza a adivinar si en las 36 ediciones del certamen se ha dado el caso de un músico que, en un único año, haya conseguido actuar en las cuatro secciones oficiales del evento, es decir, las dobles sesiones de Mendizorroza, el Jazz del Siglo XXI, el Jazz de Medianoche en el Canciller y el Jazz en la Calle. Pero en este 2012, Jonathan Batiste lo ha conseguido.

"Estamos teniendo una semana fantástica", decía ayer el joven pianista en su perfil de Facebook. Bueno, y prolífica. Batiste, junto a sus compañeros Philip Kuehn y Joe Saylor, ha vuelto por tercera vez a la capital alavesa y él mismo ha confesado que ha cambiado mucho desde que era un adolescente y se estrenó aquí. En esta ocasión, el retorno tenía un objetivo claro: estar desde el pasado martes hasta ayer en el hotel donde duermen la mayoría de los artistas para actuar durante las madrugadas. Y ha cumplido con creces, puesto que ha sido, además, anfitrión y propulsor de no pocas jam sessions por las que han pasado varios colegas y algún que otro jovencísimo guitarrista.

Hasta aquí, lo esperable. Pero es que Batiste no ha parado. El martes al mediodía (siempre con su fiel melódica en la mano esperando el momento de aportar) se sumó al recorrido por el centro de Gasteiz de la Shaking All Brass Band como si fuera un componente más. Justo al día siguiente, los Soul Rebels le invitaron a subir a tocar con ellos en el segundo concierto de Mendizorroza un tema y él ni se lo pensó un segundo. Ahí estuvo. Pero es que 24 horas después, su nuevo amigo Dominick Farinacci (qué buenas madrugadas han protagonizado los dos) hizo lo propio durante su actuación en el Principal y, claro, el de Louisiana no se pudo resistir.

Círculo completado. Cuatro de cuatro en cinco días. Más no se puede pedir. Y eso que a Batiste le ha dado tiempo a verse completos o casi los conciertos del polideportivo y de la calle San Prudencio, sin parar en ninguno. Bueno, en uno sí ya que para disfrutar a Gilberto Gil se buscó un lugar apartado donde permaneció quieto y absorto mirando a una de las pantallas del pabellón sin quitar ojo hasta que alguien vino a buscarle porque, aunque estaba en otro universo, le tocaba ir al hotel para comenzar su propio concierto. Donde ha podido, ha estado. Y si el festival llega a durar más, él ni se lo piensa.