EXISTE un vicio tan deplorable como extendido entre algunos periodistas musicales que acostumbran a dejar escritas y firmadas sus crónicas antes incluso de que empiece el concierto. Hoy en día, el maremágnum informativo de Internet permite conocer al dedillo cómo ha sido la gira de muchos artistas o el orden exacto del repertorio. Es en el caso de grupos como AC/DC, Coldplay o Madonna, que llevan montajes mastodónticos y repletos de efectos extra-musicales que dificultan o impiden modificar la actuación de una ciudad a otra.
Con Bruce Springsteen, sin embargo, no hay fuegos de artificio que valgan, y si los hay, van implícitos en el propio ADN de su música. Sin tramoya, con un show prácticamente desnudo en lo escenográfico, el rockero de New Jersey fía toda la fuerza de su espectáculo al grandioso sonido de la E Street Band y a un cancionero amplísimo plagado de éxitos que varían noche tras noche en un porcentaje importante. Conclusión: habría sido imposible escribir las siguientes líneas de antemano sin ser vidente o similar.
45.000 almas
Un directo demoledor
Y el principal imponderable de ayer era la climatología. Poco antes del inicio del concierto cayeron varios aguaceros que no arredraron al público, que recibió la lluvia purificadora a grito limpio y cantando a coro un sonoro "Oe-oe-oe". Otros hacían tiempo soplando con la armónica la melodía de The River, quizá para espantar la lluvia. Cayeron rayos, truenos y centellas poco antes de las 21.35 horas cuando -con un retraso bastante considerable-, Bruce saludó con un "Gabon Donostia" y sonaron las primeras notas de Who'll Stop The rain, una más que apropiada versión de la Creedence. Los 45.000 espectadores que colapsaban el estadio de Anoeta paladearon entonces las primeras dosis de uno de los directos más contundentes de los últimos 40 años: tan aplastante como esa bola de demolición que presta título al decimoséptimo álbum de estudio de Springsteen, Wrecking Ball (2012).
En mitad de un implacable chubasco, a ambos lados del escenario, en lo más alto, ondeaban dos banderas, a la izquierda la ikurriña y a la derecha la estadounidense. Barras y estrellas para una noche fresca y prolija en proclamas sociales y ataques contra los responsables de una crisis devastadora. Entre los primeros temas abundaron los recientes como We take care of our own, Wrecking Ball y Dead to my hometown, donde brilló con fuerza una potente sección de viento.
Lo que vino después fue "una canción de holas y adioses, de lo que un día perdemos y de lo que queda para siempre", es decir, una de sus canciones sobre los atentados del 11 de septiembre: My city of ruins. Había parado de llover cuando al presentar a la banda excusó la ausencia de su mujer -"Patty está en casa con los niños"- y recordó a los ausentes David Federici y Clarence Clemons, cuyo sobrino y sustituto Jake hizo un gran papel al saxo.
'Jack of all trades'
Recuerdo para los que están peor
La función siguió a todo trapo con Spirit in the night, en la que se dio un auténtico baño de masas y sé dejó sobar literalmente por el público de las primeras filas. Tras algunos éxitos, dedicó Jack of all trades a la gente que lo está pasando mal por la crisis, que ha perdido su casa y su trabajo. "En España estáis aún peor que en EEUU", dijo en castellano gracias a una chuleta pegada en el escenario.
Un tremendo relámpago hizo presagiar lo peor en mitad del virtuoso solo de guitarra que Steve van Zandt ofreció al final de Prove it all night, pero la cosa no pasó a mayores. Springsteen remató con la armónica She's the one y cambió la eléctrica por la acústica para acometer la animada Working in the highway. Casi cuatro años después de su primera visita a Donostia, Bruce demostró seguir pletórico a sus 62 años, con un estupendo manejo de todos los palos de la música popular americana: rock, algo de blues, soul y el gospel de temas como Shackled and drawn, que sonó celestial. En Waiting on a sunny day cumplió con el ritual de invitar a cantar con él a un niño pequeño, que al principio salió huyendo del escenario, pero que luego pareció más que a gusto en brazos del Jefe, cantando y mostrando el puño en alto.
Cuando anoche este periódico era engullido por la rotativa -cuando sonaba The River, el clásico entre los clásicos-, el Boss no había cantado aún su última palabra y quedaban por delante unas cuantas canciones. Por ello, la presente crónica de urgencia tendrá su necesaria continuación mañana en estas mismas páginas, aunque si se cumplieron las pocas predicciones que pueden realizarse en su actual gira, Springsteen terminó empapado en sudor tras cantar una treintena de temas y despedirse con el imprescindible Tenth Avenue Freeze-Out, que incluye el emotivo homenaje a Clarence Clemons.