La música se interpreta y se escucha. Pero, no lo olvidemos, la música también se estudia. Centenares de gasteiztarras pulen cada año sus fraseos y entonaciones en busca de eso que la burocracia ha dado en llamar excelencia. Quieren tocar mejor, sentir que alcanzan esas notas que intuyen en su cabeza pero no se ejecutan igual al acometer el instrumento. Y, aunque un poso de autodidactismo parece impregnar todas y cada una de las notas que imagina e improvisa un jazzman, embebido de una suerte de posesión diabólica en pactada comunión con el diablo y su instrumento, buena parte de ellos -y, con el tiempo, la tendencia de músicos previamente formados es ascendente- han gestado su estilo en escuelas del ramo, han cincelado sus conceptos desde la batuta didáctica.
No es habitual que un niño o adolescente apueste de entrada por el jazz. Para empezar, porque otras son las músicas populares que alcanzan -y a veces atosigan- mucho antes sus oídos, clonadas en radiofórmulas y comerciales. No es habitual, quizás también, porque no hay llaves para esa puerta que da acceso, con los años, a los estudios superiores, que ofrece desde hace tiempo la vecina Musikene, y los chavales continúan fluyendo en el pentagrama habitual que ofrecen los sonidos clásicos. "Tienen que buscarse la vida o acudir a escuelas privadas", explica Iñigo Ibaibarriaga. "Pero ese mismo desarrollo se puede abrir también en enseñanza elemental, tiene su lógica que exista", añade Josetxo Silguero. Estamos en el Aula 23 del conservatorio de música Jesús Guridi. Aquí empezó todo.
Porque tenía su lógica. Tenía toda la lógica poner cimientos reglados al jazz en una ciudad que lo pronuncia siempre con letras mayúsculas. Tocaba abrir paso al manantial. Tenía su lógica. Y su necesidad. Lo habían palpado tanto Iñigo como Josetxo. Los dos profesores de saxofón de Jesús Guridi observaban como los alumnos de su instrumento, por las propias exigencias de una orquesta, no tenían demasiado sitio en ellas, mientras que "el ensemble de saxo tampoco llegaba a cuajar". Quedaba una vía, un fraseo que nadie había tocado aún. "Porque la otra gran salida de este instrumento es el jazz", recuerda Ibaibarriaga.
Tras seis años de diseños, esbozos y reuniones, en este curso ha echado a andar al fin -con visos de año de prototipo- el proyecto de música moderna del conservatorio, un eje que se añade al camino musical clásico que hasta ahora, como el resto de sus homólogos, dibujaba el centro. "Es la primera vez que se hace esto en un conservatorio", asegura Silguero, que guía la batuta de la Guridi Txiki Big Band, junto a la Guridi Big Band -a cargo de Iñigo Ibaibarriaga- los gérmenes inaugurales de esta vertiente.
Pero no serán las dos formaciones las únicas claves de este proyecto didáctico, ya que, gracias a la implicación del equipo del centro musical, los profesores están empezando a trabajar en un programa lectivo troncal y "la idea es que de aquí a dos años esté completo", confían Silguero e Ibaibarriaga.
Pero, en los primeros peldaños del proyecto, para hacer confluir mejor las energías de los estudiantes, la formación de referencia -y el mejor trampolín- era sin duda la big band. Dos mejor que una, divididas por grados, para que, "a medida que los alumnos vayan acabando, haya relevo generacional". La primera en ponerse en marcha fue la Guridi Big Band, que en abril del año pasado arrancaba de manera no oficial, guiada por Ibaibarriaga, y a la que este año se unía la formación txiki. Los jazzboys. Las jazzgirls. No todo va a ser jazzman. Nunca se habla de las jazzwomen, por cierto.
Ambas formaciones se nutrieron pronto del boca a boca y, a través de dos horas semanales, van puliendo desde hace meses sus recién nacidos repertorios. En el caso de los más pequeños, blues, latino y funk alimentan principalmente el set list. En el de la segunda formación, se cuelan compositores como Lennie Niehaus -habitual de las bandas sonoras de Clint Eastwood- y Sammy Nestico. ¿Aparecerá en algún momento el referencial músico de big bands Charlie Mingus? "Eso ya un poco más tarde", auguran Josetxo e Iñigo. Y es que son palabras mayores.
Palabras que empiezan a pronunciarse en Jesús Guridi, donde, como sucede en todo nuevo camino, nada surge de la nada. A favor juegan el entusiasmo de los alumnos, la certeza de que el método del conservatorio consigue que en general "se lea muy bien" la partitura, y el hecho de la novedad, ese soplo de aire fresco de las nuevas propuestas, al que en este caso acompaña la libertad intrínseca del género. En contra -o, mejor dicho, como reto-, se presenta el salto cualitativo a este nuevo lenguaje, un desafío para un alumno acostumbrado a la línea clásica que contará con nuevas formas, con otras articulaciones de los fraseos...
Se trata de, poco a poco, "poner en orden ese otro lenguaje, porque sólo es cuestión de que, lo que ellos saben, lo vean con otros ojos". Esos mismos que miran como algunos de los alumnos del centro ya están apostando firmemente por esta nueva vía, uno con billete a Berklee, el otro estudiando con Mikel Andueza, del Conservatorio Superior de Navarra. "Es un acicate para el resto de los músicos ver que ya están entrando y estudiando con gente muy seria", asegura Ibaibarriaga.
Las dos big bands están abriendo puertas. Y también subiendo telones. La de los mayores actuó en el Principal. La de los peques, en su primera velada pública, se llevó el premio en la sexta edición del Concurso de Jóvenes Músicos de Euskadi. Y las dos juntas tocaron hace unas semanas en el aula magna del centro en el homenaje al especialista de jazz Juan Claudio Cifuentes Cifu.
Los estudiantes están acostumbrados a las -a menudo- endogámicas audiciones, rodeados de familiares, amigos y compañeros, y el hecho de tocar en público, de sentir el tratamiento profesional, les aporta además experiencia. Les volatiliza muchos miedos y les da la posibilidad de pensar en sí mismos como músicos. El reenfoque de la relación entre cultura y educación pasa por apuestas como éstas, en opinión de los dos impulsores iniciales del proyecto.
Una bocanada de aire fresco ha entrado por las puertas de Jesús Guridi y, aunque los nombres de los nuevos músicos y compositores se les puedan hacer aún raros, ya empiezan a sonar nuevas notas por el conservatorio. Notas que hacen juego con las que ya existían, que se emparentan con facilidad, admiradoras las unas de las otras en su mutua vigencia y convivencia. "Esto encaja con la filosofía de este centro, Bernaola siempre huyo del término conservatorio", recuerdan Silguero e Ibaibarriaga, convencidos de que "tenemos que ser capaces de ir adaptándonos". Como los alumnos se adaptan ya a las nuevas partituras, descubriendo que "la cabeza puede ir más rápido que los dedos". Nuevos tiempos, en la música y en el proyecto. Nuevos tiempos con sabor a muchas posibilidades nuevas. A misterios que se resuelven. ¿Cómo es el jazz en Jesús Guridi, mister Holmes? Ya es elemental, querido Watson.