¿Qué tal en el Museo Balenciaga?
Muy contento. Es una experiencia distinta, pero al mismo tiempo es igual, quiero decir que es un museo y trata del arte, o sea, que estoy en línea con mi trayectoria, pero la colección es diferente a la de otros museos. Tiene la peculiaridad de lo único. Mi aportación se basa en una dilatada experiencia museística y en una visión transversal de las artes.
¿Cómo fue en el TEA de Tenerife?
Agridulce. Muy bien en lo humano, fui acogido con afecto y me integré plenamente en las estructuras artísticas y sociales de la isla. El equipo laboral que tuve era muy joven y bien preparado, con ganas de aprender y comerse el mundo. Esa fue la parte dulce; muy cariñosa y emotiva. La parte agria se refiere a algunos dirigentes políticos con los que tuve que lidiar, caciquiles, entrometidos, autoritarios y manipuladores. Me resultaba muy difícil trabajar así. Se pierde mucho tiempo y energía… hasta que terminan por conducirte a la inacción y la parálisis. Antes de que eso me sucediera, decidí marchar con harto dolor de corazón. El edificio, de Herzog & DeMeuron, es maravilloso, arquitectura con mayúsculas. Económicamente, sobrevivimos empobrecidos de la noche a la mañana. TEA se inauguró en octubre 2008, al mismo tiempo que quebraba Lehman Brothers y la economía de las instituciones se iba al garete. No se cumplieron las promesas económicas que me hicieron, pero de esto no le hecho la culpa a nadie. Mala suerte, pero tampoco me importó demasiado, pudimos hacer una programación interesante; hay que saber ser buen profesional a las duras y a las maduras.
En algún momento pensó en que debía haberse quedado en Artium.
Hubiera continuado muy contento en Artium, sin problemas, pero al sexto año de estar trabajando en Vitoria empecé a sentir que el ciclo de tiempo durante el cual podía aportar valores se acababa. El trabajo de organización, lanzamiento y desarrollo ya estaba hecho; el museo había tomado altura y cogido velocidad de crucero. Se me hizo íntimamente evidente que llegaba otra época y que se me presentaban dos opciones: continuar al frente, relajándome de la tensión de esa primera etapa y disfrutar o buscar otros horizontes. Opté por esta última y no me arrepiento. También he disfrutado, de otra manera.
¿Qué sintió cuando se enteró de que su sustituto era Daniel Castillejo?
Me alegré. Fue un leal colaborador y es un director que conoce la escena artística contemporánea a la perfección. Siendo un hombre algo más joven que yo, me pregunto si deseará continuar de director durante muchos años o si llegará el momento en que, como me sucedió a mí, sienta que debe dejar el paso a otra dirección y afrontar un nuevo reto.
¿Qué pensó en el momento en el que le comunicaron que era usted el director de Artium?
Me sorprendí mucho, porque la Diputación de Álava había hecho público pocos días antes que elegían a otra persona. Como no tenía expectativas al respecto -me llamaron a casa, no me presentaba voluntario a un concurso, pues no lo había-, me dejó indiferente la decisión. Cuando ya tenía cerrado este capítulo, la persona elegida renunció al puesto y fue entonces cuando me llamaron. Primero me sorprendió, después me alegré: era un reto magnífico.
Había mucho que hacer, sabiendo que tal vez al museo se le pedía que supusiese muchas cosas. Es más, había rechazo político al edificio, su ubicación... ¿Cómo lo recuerda?
La sociedad alavesa quería su propio efecto Guggenheim pero, claro, los medios puestos a disposición eran infinitamente menores y, aunque el museo funcionó perfectamente en todo momento, al no lograrse unos resultados económicos y turísticos iguales a los de Bilbao se produjo cierta sensación de decepción. Sin embargo, la culpa no era del museo, una institución bien engrasada y que lograba resultados culturales muy superiores a los de otros museos del Estado con mayores medios, sino de quienes pusieron en circulación la idea de que tales metas eran alcanzables sin necesidad de equiparar el esfuerzo económico concentrado en torno al Guggenheim. Ahora bien, creo que si los políticos alaveses no hubieran utilizado el argumento del museo de Bilbao, con todas las promesas imposibles de cumplir que ello conllevaba, quizás el museo no hubiera salido financieramente adelante entonces y aun hoy lo estaríamos esperando. Todo aquel entorno socio-político alrededor de Artium nos dio mucho dolor de cabeza. Era como participar en una pelea que sabes tienes perdida de antemano.
¿Cuáles fueron sus preocupaciones principales antes del 26 de abril?
La mayor fue saber si dispondría de libertad de actuación para todo lo que había que hacer: la contratación de la plantilla, la política de adquisiciones, la programación de actividades, el establecimiento de alianzas estratégicas… Debo decir que las instituciones del Patronato de la Fundación, empezando por la Diputación que en aquellos momentos estaba gobernada por el Partido Popular y presidida por Ramón Rabanera, me dieron toda la libertad que necesité en todos los terrenos, sin interferencias, sin presiones, sin molestias… Perfecto. Suelo poner este ejemplo: en cierta ocasión expuse a Juantxo Zárate, diputado de Hacienda y presidente del Comité Ejecutivo de la Fundación, un proyecto expositivo en torno a la violencia política; me escuchó con atención y al cabo de varios días me dijo: "mira, Javier, creemos que esta exposición no nos va a gustar, pero si tú crees que la tienes que hacer, adelante". Maravilloso.
No sólo ese día, esa semana fue una pequeña locura de recepciones, actos, presentaciones, reuniones... ¿Se acuerda de algo?
Lo recuerdo todo minuto a minuto. Presentábamos el edificio del museo con una enorme escultura de cristal de Javier Pérez colgada del vestíbulo, más una selección de piezas de la colección y tres exposiciones temporales (Melodrama, La imagen del otro y Jesús Palomino), pero es que además en el exterior presentamos una complejísima y sofisticada instalación móvil de luz de Rafael Lozano-Hemmer y en emplazamientos insólitos de diferentes edificios del Casco Viejo otra exposición más, Gótico, pero exótico. Lo lógico es que algo hubiera fallado, pero no fue así. En las reacciones de los visitantes hubo diversidad, como es natural, tanto felicitaciones como críticas. Es imposible contentar a todo el mundo desde un museo; toda decisión que tomas te acerca a unos y te separa de otros. Luego están los que vienen con el hacha levantada para darte en la cabeza hagas lo que hagas.
Hasta mayo de 2008, ¿en qué cree que acertó especialmente?
En primer lugar, en la selección de la plantilla. La captación de patrocinadores resultó exitosa y nos ayudó a llegar más lejos en nuestros objetivos. En cuanto al contenido cultural creo que la programación de exposiciones mantuvo un nivel muy elevado en todo momento y se establecieron relaciones con museos de otros países que ensancharon nuestro campo de colaboraciones. Logramos muchas alianzas con otros museos, pero sin ser dependientes de sus iniciativas. La diversificación de las actividades, dando mucho protagonismo al departamento de Educación y a la Biblioteca, posibilitó llegar a públicos muy diversos. Todo eso estuvo muy bien, pero no fue mérito mío, sino de todo el equipo.
¿Y en qué cree que no supo acertar?
Llegaba todos los días al museo a las nueve de la mañana y salía a las siete de la tarde como muy pronto. No hice mucha vida social, pasaba las horas trabajando en el museo, y para ciertos ambientes artísticos y culturales de la ciudad andar tomando copas hasta las tantas de la madrugada es un valor positivo que yo no cultivé. Esto me hizo no lograr establecer vínculos con algunos grupos locales que -decían- hubieran sido beneficiosos para el museo. No lo sé, preferí no ligarme a ninguna fracción, sino pertenecer sólo a Artium.
¿Cómo ve aquellas tiranteces con el paso del tiempo?
Toda dirección es elitista por su propia naturaleza. No conozco direcciones asamblearias y si las hubiera no estaría de acuerdo con ellas, además de que no durarían mucho tiempo. Esas tiranteces pueden referirse a minucias intrascendentes como las provocadas por las ambiciones personales del entonces presidente de AMBA o al hecho de que algunos sectores artísticos locales hubiesen preferido que el director de Artium fuese alguien cercano a ellos. El cierre de la sala Amárica, en el que ni Artium ni yo tuvimos nada que ver, fue otro motivo de tensión. Tuve que soportar cosas así, pero no eran comparables con el privilegio que suponía hacer el museo.
Es difícil porque además usted comisarió algunas de ellas, pero me gustaría que destacase algunas de las exposiciones de las que tenga un recuerdo especial.
Pienso que las dos exposiciones más importantes que comisarié fueron Laocoonte devorado. Arte y violencia política, sobre terrorismo en un momento en que mentarlo suponía el riesgo de salir escaldado, y La obra maestra desconocida, basada en un relato seminal de Honoré de Balzac. Guardo un recuerdo especial de Mensajes cruzados, la entrañable Los Gamarra van al cine y Joan Fontcuberta, la isla de los vascos. Para el catálogo de este último escribí un texto que es, entre todos los que he redactado en mi vida y han sido unos cuantos, del que más orgulloso me siento. Me parecieron soberbias las cuatro exposiciones que comisarió Laura Fernández Orgaz, mi subdirectora entonces del área museística, en torno a cuatro mujeres: Orlan, Hannah Wilke, Patricia Picinini y Patti Smith. Animarle a que las hiciera es para mí un motivo de orgullo. El primer año hicimos una exposición maravillosa sobre Charles y Ray Eames, pero pasó casi desapercibida; aun no había llegado el momento en que los periódicos y las revistas dominicales se ocuparan asiduamente de arquitectura y diseño. Ahora sería portada.
¿Cómo cree que está evolucionando el museo?
Evoluciona bien, como una criatura bien educada y alimentada. Castillejo ha aportado su acento propio, como debe hacer todo director con una personalidad. En todo caso, diría que Artium está haciendo la tarea museística en un 95 % igual a como se hacía en mi época. Un director incide, claro, pero no tanto como imagina mucha gente, la cual se suele fijar sólo en las exposiciones temporales para valorar la trayectoria de un museo, pero las funciones son bastantes más que esas, si bien resultan invisibles para el público.
¿Mantiene contacto personal con gente de dentro y fuera del museo?
Naturalmente, aunque no los veo tanto como quisiera, me escribo regularmente con varios de mis colaboradores de entonces, pero también con algunas personas que fueron "amigos" del museo. Sin ir más lejos, el 27 y como celebración de los 10 años de vida de Artium, un grupo de unos cuarenta actuales Amigos de Artium vienen a Getaria para conocer el Museo Balenciaga y para pasar el día completo en el pueblo.
¿Cree que Artium tiene un peso dentro y fuera de Álava y el País Vasco?
Tener peso, estar entre los primeros, ser reconocido como influyente…, eso es muy relativo, depende de quién opine. Las clasificaciones y los rankings, en general, tienen poco que ver con la calidad artística y el servicio público y mucho que ver con el dinero que gastas en publicidad. Por supuesto, Artium tiene peso y lo tiene por encima de lo que su presupuesto permitiría conjeturar.
¿Qué cree que aporta o ha aportado, si es que lo ha hecho, claro?
Un singular punto de vista de la escena artística contemporánea contemplada desde el País Vasco. Una opinión sobre la realidad que nos rodea desde la lateralidad que ocupa el arte.
¿Cree que los propios alaveses saben valorar, cuando menos, la colección que les pertenece?
El tópico exige decir que sí pero a veces me entraron serias dudas. Ese valor es reconocido por algunas pocas personas. No nos engañemos, el arte contemporáneo discurre entre minorías que, sólo con el tiempo, se convierten en mayorías. En el momento que el arte nace y la colección se hace sólo unos pocos individuos vislumbran motivos y estos a veces ni siquiera son los que perduran en el tiempo, sino otros diferentes que van apareciendo después; nuestras razones raramente suelen ser las de nuestros nietos.
En estos diez años han cambiado mucho las cosas. En lo económico, a peor. ¿Cómo ve un panorama en el que hay espacios culturales públicos que no se abren, otros que no se definen, otros cuyos presupuestos se reducen al mínimo, otros que...?
Eso tiene que ver con la falta de previsión y planificación, por un lado, y con la excesiva dependencia de lo público, por otro. No es el caso de Artium, que fue previsto desde 25 años antes de su inauguración y que logra de fuentes privadas casi una cuarta parte de sus recursos. Algunos nuevos museos o centros de arte se cebaron de dinero en exceso, fueron concebidos megalomaniacamente, tirando la casa por la ventana, y ahora que tienen que funcionar con unos presupuestos normales parecen empobrecidos e incluso se cierran, como si no fuera posible y necesario su funcionamiento en época de vacas flacas. Con poco dinero también se pueden hacer programas culturales magníficos; no saldrán reseñados en The New York Times, pero a la ciudadanía del entorno eso no le importa.
¿A los responsables políticos les cuesta a veces valorar demasiado el verdadero valor de un museo?
No podemos meter a todos los políticos en un mismo saco; los hay que saben valorar la importancia de un museo y hay quienes no lo saben. Los políticos tienen que saber de política, y no necesariamente de construir carreteras, dirigir hospitales o conocer la trascendencia del arte. Lo malo es que, además de no que sepan eso, en ocasiones tampoco tengan ni idea de política. Entonces es cuando mandan hacer aeropuertos sin viajeros, ciudades en secarrales o centros de arte donde no se necesitan. Pero hasta al político más inculto le disgusta cerrar museos o cortar presupuestos, aunque sólo sea por la mala imagen que eso le proyecta. Si estas cosas suceden, a veces, no es por la crisis del momento, sino por las inadecuadas previsiones anteriores o por las fantasiosas e impropias esperanzas, al margen de que, puestos a recortar, cada uno tenga sus propias prioridades. De los presupuestos públicos existentes yo quitaría dinero de 20 o 30 partidas consolidadas antes de llegar a la de los museos.