Las aguas del Cantábrico guardan secretos desde hace miles de años en los barcos naufragados a lo largo de los siglos en sus cambiantes aguas, capaces de engullir una nave en pocos segundos. El tráfico marítimo en paralelo a la costa guipuzcoana nunca se caracterizó por ser la vía de espectaculares cargas de monedas de oro y plata provenientes de América. Es el caso de la recuperada en el navío Nuestra Señora de Las Mercedes, frente a la costa portuguesa, por la polémica empresa estadounidense Odyssey.

No obstante, la autopista marinera cantábrica sí resultó clave durante décadas para un comercio muy lucrativo: la compraventa de esclavos. El fondo marino ha preservado en Getaria, en la zona de Iturritxiki, un testimonio de estas transacciones en las que los seres humanos eran mercancía. "Se trataba de una nave mercante que procedía de Flandes con un cargamento que, de alguna manera, era secreto y se mantenía con mucha confidencialidad por la importancia que tenía en ese momento. El hallazgo fue muy inesperado", describe Ana Benito, arqueóloga de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, codescubridora del pecio. Benito calcula, en función de la documentación conservada, que el hundimiento se pudo producir en 1524.

La arqueóloga de Aranzadi precisa que, "como era frecuente en la época, dados los peligros de la piratería, esta nave debió de ir armada, como lo indican las recámaras de bombarda y la abundante munición de piedra (bolaños) hallada junto a ellas". En la bahía getariarra naufragó la urca flamenca, que había zarpado del puerto de Amberes y que se dirigía hacia África con las bodegas repletas de mercaderías, calderos de cobre y manillas de latón que iban a ser intercambiadas por esclavos. "Probablemente, todo este cargamento procedía de una nave fletada por portugueses que se dirigía, tras una escala en el puerto de Lisboa, a las costas africanas para proceder al intercambio con los nativos de estas mercaderías por marfil, oro o esclavos y que naufragó en Getaria por causas naturales", señala Benito.

Sin embargo, la clave reside en las argollas, piezas enormemente cotizadas por nativos de África, que eran utilizadas para dotes cuando se casaba alguien. "Un esclavo se vendía por manillas, que eran utilizadas para dotes cuando se casaba alguien. El objetivo de la nave que salió de Amberes era ir a Guinea y, allí, cambiarlas por personas", desgrana la investigadora guipuzcoana, quien ha podido documentar este naufragio gracias a documentos datados en 1587, que hacen referencia a que alrededor de 60 años antes de esa fecha ya se había recuperado material.

Mercancía humana El viaje entre Europa y el continente africano, donde numerosos reyes y comerciantes tomaron parte en el intercambio de utensilios por esclavos, constituía el primer capítulo de una historia a tres bandas. La segunda parte significaba que el barco zarpaba de África rumbo a América cargado con seres humanos. Al otro lado del charco, culminaba la última parte de esta mercadería, cuando los esclavos eran vendidos o cambiados por algodón, azúcar, tabaco y ron. Mientras, en tierras americanas, los africanos eran obligados a trabajar en las plantaciones de arroz, café, coco, algodón, en minas de oro y plata, en la industria de la construcción, en firmas madereras, en la construcción de barcos o en hogares como sirvientes.

La arqueóloga explica que a lo largo de cuatro siglos, aproximadamente 14 millones de personas fueron transportadas como esclavos desde África hasta América. Muchas de ellas fueron vendidas a cambio de manillas como las encontradas en Getaria, de apenas 300 gramos de latón.

En 1505, el precio de un esclavo era de entre doce y quince ejemplares de estas piezas, dependiendo de la calidad de la manilla (pulido, sonoridad...) y de la "madera de ébano" como eufemísticamente se denominaba a la mercancía humana.