Vitoria. Por lo que cuentan sobre él, ayer hubiera apoyado la lucha en las calles, aunque la mani clave, la interior, la diaria, la ejercitó siempre con su espíritu y sus decisiones. Algunas de ellas le llevaron hasta la música, hasta el saxo y la dulzaina, o hasta la interpretación escénica en el papel de payaso, y fueron las que le colocaron en el foco público, más allá de su militancia personal. Tito Aldama, el que fuera -entre otras cosas- saxofonista de Hertzainak, nos dejaba el martes por la noche a los 66 años, con su música y su arrolladora personalidad como regalos imperecederos.
Aldama ofreció muchos a lo largo de su carrera. Y también los recibió, por ejemplo en las miles de sonrisas que acumuló su zurrón desde que en 1968 fundara junto a Txema Blasco la pareja de payasos Los Hermanos Chetti -Txema+Tito-, premiado tándem que hizo de la carretera su hogar con más de tres mil actuaciones. La dulzaina fue otra de sus compañeras de viaje, acompañando a los Hermanos Copi o -junto a Josu Zabala- al bertsolari Xabier Amuriza, pero fue el saxo el que amplificó su talento. Empezó de kalejira con la cuadrilla Los Silenciosos y tocando en una banda profesional al servicio de muchos cantantes famosos que se acercaban a Gasteiz, hasta que se cruzó con el mágico proyecto de Hertzainak. La primera época del grupo tiene su sello irrepetible, que se cuela por todos los rincones del homónimo disco Hertzainak. Otro trabajo que le dio de comer a lo largo de toda su vida fue el de colocar moquetas y tarimas con Suelos Goiaran, labor que incluso nutrió esporádicamente la cartera de otros Hertzainak y les llevó con su furgoneta -La Goiaran-, hasta sus primeros bolos.
Pakean utzi arte, Si vis pacem, Ta ezer ez da berdin, Eh txo!... Su fraseo -un año fue considerado mejor instrumentista vasco según Egin- es seña de identidad de la fresca esencia de la banda gasteiztarra, fusión que se cortó -aunque colaboró de nuevo con ella en varias ocasiones- a raíz de un accidente sufrido en el verano de 1985, a la vuelta de uno de los directos con los que Hertzainak ponía banda sonora a una época, a una forma de entender la música y la vida.
Una perspectiva auténtica y directa que Aldama vinculó con fuerza al folklore euskaldun, y que quienes le conocieron observan en todos y cada uno de sus pasos, clásico en el paisaje del Casco Viejo y vital nota de color en el gris que conectaba los 70 y los 80 en Gasteiz, siempre aferrado a su carácter inconformista y contestatario, instintivo e intrépido animal de escenario -y fuera de él- que no se casaba con nadie. Para algunos, el primer punk de Gasteiz, o al menos en esa primera línea que abrió una nueva forma de pensar, la que le llevó, tras Hertzainak, a animar las residencias de ancianos con Los hombres de buena voluntad. Una forma de vivir que le llevó de nuevo a las sonrisas de los niños, muchos de ellos, hoy en día, seguidores de su música. Un buen tributo sería pincharse hoy el primero de Hertzainak. Dejarse llevar por la fuerza de Tito Aldama. No le hizo falta poner suelos para pisar fuerte. Goian bego.