Vitoria. En la primera mitad del siglo XX miles de vascos cruzaron el Océano Atlántico en pos de un futuro mejor. Antes de la Guerra Civil muchos emigraron tratando de mejorar su situación económica, y después de la contienda abandonaron su tierra huyendo de la represión franquista. Conocemos las peripecias de muchos de ellos, que se dedicaron sobre todo al pastoreo y a los negocios, pero hubo también quien se infiltró en el mundo del celuloide, y más concretamente en Hollywood, la gran industria del cine. Algunos, como el lapurtarra Henri D´Abaddie, lograron trabajar con verdaderos mitos como Charles Chaplin; otros se hicieron famosos tras su paso por la gran pantalla, como el mutrikuarra Juan de Landa, la donostiarra Conchita Montenegro o la bella Martine Carol, natural de Biarritz. Y no podían faltar los emprendedores, como el vizcaino Julián de Ajuria, que fue uno de los impulsores del cine mudo en Argentina. Un puñado de pioneros con biografías que permanecen ocultas a los ojos de la mayoría de los vascos. En este caso, como en tantos otros, la distancia del tiempo es el mejor aliado del olvido.
Juan de Landa (Mutriku, 1894-1968) fue un pionero. Espabiló pronto, salió de Mutriku y empezó a cantar, animado por el pintor Zuloaga. Consiguió hacerlo en el Metropolitan de Nueva York, pero abandonó esa disciplina tras descubrir que lo suyo era actuar. Se empecinó y al final consiguió que los estudios Metro le dieran una oportunidad en De frente, marchen (1931). Hollywood había abierto una nueva veta, haciendo versiones de películas exitosas en castellano, con las miras puestas en el público latino. Tras su etapa americana, Landa regresó a casa y participó en varias películas, entre ellas Ossesione, de Luchino Visconti. También le reclamó John Houston para su trabajo Beat the devil (1953). Su imponente presencia era un reclamo importante para los espectadores, que disfrutaron de sus actuaciones en varias películas (Una mujer cualquiera, Su última noche...).
Bellas y trabajadoras Landa abrió el camino que siguieron poco después otras dos estrellas del cine de principios del siglo XX: la donostiarra Concepción Andrés Picado (Conchita Montenegro) y la lapurtarra Martine Carol.
Conchita Montenegro se topó con Juan de Landa en Hollywood, y también participó en una versión de Lola Montes, la película que lanzó a la fama a Martine Carol. Montenegro asomó a través del ballet, disciplina que abandonó para dedicarse al cine. Su belleza le abrió las puertas de un mundo en el que se sintió como pez en el agua. En 1928, tras participar en una película francesa, le ofrecieron mudarse a los Estados Unidos y la donostiarra no lo dudó. En cinco años participó en veinte filmes, y su anecdotario incluye un rechazo histórico: la bella guipuzcoana se negó a besar al mítico Clark Gable en una prueba.
Tras concluir su contrato con los estudios Fox, Montenegro regresó y protagonizó en 1942 Rojo y negro, una película falangista que la convirtió en ídolo del régimen. Tras rodar la versión de Lola Montes (1944), se casó con el diplomático Ricardo Giménez-Arnau y abandonó para siempre el mundo del espectáculo.
Otra vasca que triunfó en el séptimo arte fue Martine Carol (Biarritz, 1922-Monte-Carlo, 1967). Tras rodar una de las películas más curiosas de la época (Lola Montes, 1955), Carol se convirtió en ídolo de masas, en la femme fatal del Estado francés. Martine Carol empezó en el mundo del teatro para auparse en poco tiempo hasta la gran pantalla; lo curioso es que lo hizo a través de un anuncio publicitario, que la convirtió en la sex symbol del momento. En su vida personal, sin embargo, no tuvo tanta suerte: se casó cuatro veces y murió de un ataque al corazón. Las crónicas de la época hablaron de consumo de drogas y de alcoholismo.