Última noche de esta trigésimo quinta edición del Festival de Jazz en Mendizorroza. La jornada del sábado venía marcada por el homenaje a Miles Davis (en septiembre se cumplirán 20 años de su muerte) y el pabellón, por tercer día consecutivo, estaba hasta arriba de gente. Danilo Pérez, primero, y el grupo liderado por Marcus Miller, Herbie Hancock y Wayne Shorter, después, fueron los encargados de regalar una despedida de lujo que, aunque supo a poco, generó una atmósfera muy especial.
Eso sí, antes de meterse en harina y hablar de lo que pasó en lo musical, es necesario hacer un alto en el camino para describir una situación del todo censurable y criticable que se vivió al final de los conciertos. Si se hace con respeto y educación (como, por ejemplo, sucedió el miércoles en el caso de Nigel Kennedy y una espectadora), cualquier acercamiento a un músico puede ser posible e, incluso, entrañable. Es más, si hay algo que caracteriza al certamen de Gasteiz es esa posibilidad de contacto directo con los intérpretes, algo que no sucede en muchos sitios. Sin embargo, en la clausura, un hombre, por describirlo de alguna manera, decidió aparcar sus neuronas y el respeto que merece cualquier persona para saltarse la seguridad y subir al escenario para ¿abrazar? a Hancock, dando un susto a todos los presentes y al propio pianista. Aunque sólo sea de vez en cuando, es bueno utilizar eso que llaman cerebro.
Anécdotas a un lado (tampoco es que el representante de la gira de los tres músicos que actuaron en segundo lugar demostrara mucha materia gris a lo largo de toda la noche), hay que quedarse con lo que de verdad importa, la música.
Arrancó Pérez, que intentó mezclar varios temas de Miles con los suyos, sin olvidar pinceladas de otras composiciones. Su concierto quedó muy corto (sólo hora y diez minutos), a su formación en trío tal vez le faltó un saxo o una trompeta, y la conexión entre las canciones del norteamericano y las suyas no siempre funcionó, pero, con todo, el pianista panameño dejó en Mendizorroza, una vez más, unas buenas dosis de su calidad profesional y también humana.
El personal, aunque en el polideportivo hacía un calor horrible, estaba un poco frío y aunque despidió a Pérez puesto en pie, se notó algo de falta de unión con el escenario. Danilo, que reconoció estar nervioso por volver a Vitoria, bajó entonces de las tablas y en vez de irse al hotel, consiguió hueco en la zona de invitados para disfrutar hasta el final del segundo concierto de la noche.
Ahí que aparecieron Shorter, Miller y Hancock acompañados por un Sean Jones en el puesto de Miles (complicada papeleta) y un Sean Rickman casi perfecto como secundario (no destacó pero sin él se hubiera caído todo). Sí, faltaron cosas (es imposible resumir toda una vida en un hora y pico), Wayne ya no está para muchas historias, Herbie no pudo jugar como le gusta, Marcus no quiso destacar... y se pueden buscar y encontrar todas las pegas que se quieran, pero aquello fue un chute de jazz en toda regla. Duro y a la cabeza. Bueno, y al corazón.
Los cinco fueron creando una atmósfera sin espacios para la relajación encadenando trozos de temas que Miles elevó para situarlos entre los clásicos. Sin concesiones. Sin tonterías. Sin medias tintas. La banda abrió en canal el legado de su antiguo compañero y, sin dar un concierto redondo, dejó el polideportivo patas arriba con los novatos con cara de interrogación y disgusto, y los más talibanes del género disfrutando como locos. A unos se les hizo duro. Otros gozaron. Vamos, como cuando Miles estaba vivo.