Dirección: Zhang Yimou. Guión: Xu Zhengchao y Shi Jianquan, según Sangre fácil de Joel y Ethan Coen. Intérpretes: Sun Honglei, Xiao Shenyang, Yan Ni, Cheng Ye, Ni Dahong, y Mao Mao. Nacionalidad: China. 2009. Duración: 90 minutos.
Entre las declaraciones, pocas y escuetas, que Zhang Yimou suele hacer sobre su trabajo se adivina una actitud. Una firme disposición con síntomas de obsesión que desvela un arrebatado compromiso. A la luz de esas confesiones se diría que Yimou lleva todas las películas del mundo sobre sus espaldas. No hay género, ni tiempo ni referencia que no le atraiga, que no le importe y que no desee (re)contar a través de su propia óptica. De ese modo Yimou ha surcado las aguas negras del fresco histórico desde una mirada de género, La joya de Shanghai; para pasar al triple salto mortal de una suerte de crónica política en un país que no permite testigos de cargo; ¡Vivir!. Ha hablado del pasado remoto; la trilogía de espadas y armaduras y del presente posmoderno, Keep cool. Y su cine ha recogido el aislamiento de lo rural, Qiu Ju, una mujer china; y ha acogido el caos de lo urbano, Ni uno menos. Es más, hubo un tiempo en el que el gobierno chino lo tenía maniatado y otro en el que le nombró su supremo maestro de ceremonias durante las pasadas Olimpiadas.
Una mujer, una pistola y una tienda de fideos chinos corrobora algo que ya es notorio, entre Yimou y el cine no hay nada que se interponga. De hecho, ni siquiera el tiempo. El origen de este filme, según el propio Yimou, se remonta a cuando vio Sangre fácil, en un festival, hace mas de veinte años. Ahora, tras un puñado de magníficas películas y un par de obras maestras, surge esta versión de Sangre fácil en clave china cuyo deseo de hacerse nació incluso antes de que Zhang Yimou supiese que iba a convertirse en el más reconocido cineasta chino de su generación.
Lo primero que llama la atención sobre este excesivo plato de fideos chinos es que certifica la impresión de que Yimou no se ha molestado en descifrar/traducir la letra de Sangre fácil sino que sigue fascinado por su agitado baile interior de idas y venidas, de muertes, celos y venganzas. Eso es lo que perdura aquí del inaugural filme de los hermanos Coen. Una estructura argumental redondeada con algunos personajes suplementarios en esencia iguales, muy diferentes en el tono.
Yimou sirve el esqueleto narrativo del thriller de los Coen para laquearlo con la salsa agridulce de la comedia. Todo en esta adaptación del universo Coen deviene en grotesca farsa medieval acicala con la distorsión de la picaresca. Todo sabe a vaudeville oriental donde la anacronía es la clave y una mujer china, como suele ser consustancial con el cine de Zhang Yimou, se levanta como la protagonista absoluta.
El mayor problema con el que el espectador avisado puede tropezar ante esta propuesta es el de no reconocer lo que conocía. O sea, cabe el riesgo de que algunas miradas por más que escruten, nada o casi nada encuentren ni de los hermanos Coen ni de Zhang Yimou. En todo caso, percibirán los rasgos gruesos de una caricatura bufa, grotesca, total.
Aquí Yimou guiña un ojo a los autores de Fargo al mismo tiempo que retuerce su cine reciente, el de la trilogía épica de Héroes, Dagas voladoras y Flores doradas hasta reirse de sí mismo. Yimou, virtuoso de la composición y el color, maestro de la contención y el escalofrío emocional, penetra en el terreno del guiñol para hablar del engaño, el miedo, los celos, la ambición y el asesinato. Cosas graves que conviene afrontar en broma. Y esa opción, la del disparate y la risa, la emoción más cultural, o sea la más sujeta a la autorreferencia y el sobreentendido, eleva la apuesta a su grado máximo. Si se acepta, propicia un divertimiento inteligente, Si no se penetra en ella, no hay manera de encontrar algo.