BANGKOK. Esta pasión por los talismanes antiguos o realizados por aquellos monjes budistas destacados por sus predicciones o conocimiento hace que algunos coleccionistas o devotos lleguen a pagar hasta 100.000 dólares (unos 70.000 euros) por uno.
Los amuletos más normales, que son la mayoría, se pueden adquirir por una suma de dinero relativamente baja en los puestos callejeros, comercios especializados o los recibe la gente al hacer un donativo a un monasterio.
Los apasionados por estos talismanes consagrados aseguran que al portarlos colgados alrededor del cuello tienen la suerte de su lado, llaman al dinero y el amor y se protegen de cualquier ataque por parte de un enemigo.
Decenas de miles de medallones de diferentes formas, antiguos y recién hechos a mano, así como decenas de revistas dedicadas a este mundo esotérico, abarrotan las mesas y estantes de los puestos del mercado de Tha Pra Chan, situado junto a la prestigiosa Universidad de Thammasat, a orillas del río Chao Phraya, en Bangkok.
"Hace 30 años no había tiendas de amuletos porque sólo se podían conseguir en el templo o intercambiándolos con alguien, pero en los últimos años se ha convertido en un negocio", explica a Efe Worarat Thanompanyarak, un vendedor del bazar.
"El precio varía dependiendo de la fecha y el monje que hizo el medallón, aunque también influye el material y el acabado", matiza Thanompanyarak, quien antes de meterse en el negocio ejerció su profesión de ingeniero.
El mundillo de los amuletos budistas y animistas o una mezcla de las dos doctrinas, no ha capturado únicamente a decenas de miles de personas de a pie, pues también los compran y usan conocidos actores de cine como el estadounidense Steven Seagal o el chino Jackie Chan, ambos expertos en artes marciales y budistas devotos.
Seagal, que saltó a la fama por sus películas de acción en las década de los 80 y 90, se gastó 3.000 dólares (unos 2.000 euros) en medallones de Buda y el dios hindú Ganesha en una de sus frecuentes visitas a Tailanda.
"Steven Seagal y Jackie Chan no tienen que preocuparse, ahora estarán protegidos cuando participen en escenas peligrosas o si les ataca algún enemigo", asegura Thanompanyarak, quien nunca se separa de su colección de talismanes, que en su caso lleva atados en torno a su cintura como si se tratara de un cinturón.
"El poder de los talismanes depende de la fe de quien los lleva", asevera el tendero.
Las piezas, que pueden medir lo mismo que un guisante o tener el tamaño de un huevo de gallina, se confeccionan con metales, maderas, hueso o plástico y la montura de algunos encierran cenizas, incienso o polvo del recinto de aquellos templos budistas de mayor renombre.
Uno de los amuletos más siniestros y poderosos es el "Khu Mon Tong", el feto de un bebé bicéfalo al que según la creencia popular, hay que alimentar con ofrendas, obsequiar con juguetes y hasta se debe llamarle "hijo" para evitar que se enfade y conseguir su favor protector.
Otros talismanes populares es el "Phra Phid Ta", que representa un monje con las manos cubriéndose el rostro, penes protectores, piedras mágicas, el dios-elefante hindú Ganesha y todo tipo de Budas sonrientes, barrigones, en posición de meditación o en pie.
La tradición de los amuletos no proviene de Buda, quien predicaba contra la magia esotérica, sino de las influencias previas animista e hindú que se mezclaron con el budismo en Tailandia.
Es raro aquel tailandés sin una pulsera o un collar bendecido por un monje o un asceta, y abundan cada vez más aquellos que se cuelgan alrededor del cuello hasta seis o siete medallones con escrituras esotéricas en pali o jemer, con el consiguiente peso que conlleva.
Por pudor religioso, los tailandeses no utilizan la palabra "comprar" cuando pagan por un colgante de Buda, sino que a esa transacción la denominan "alquilar" para evitar vincular al "Iluminado" con operaciones comerciales.
Pero a pesar de esa cautela lingüística, la comercialización de amuletos religiosos a los que atribuyen propiedades sobrenaturales, no está bien vista por parte de la sociedad que considera es una irreverencia hacia Buda y un mal propio de la avidez mercantilista.