Vitoria. Dice Juan Tamariz que al jugar a la magia quiere volver a la infancia precognitiva. Y el túnel de ilusión, el espejo de Alicia al que cita varias veces, muestra sus espirales en las pupilas reunidas. Todo el mundo quiere descubrir el truco. Y, a la vez, no encontrarlo jamás.
El violinista de Hamelin -arrastró a todos- se pone reflexivo justo antes de ejecutar la última mano, su famosa pirueta de tres coincidencias. Pero antes han sucedido muchas cosas. Bola de cristal mediante, el presidente de Magialdia, José Ángel Suárez, ha visto el futuro, que se conjuga en un 23 primo y atractivo. En un Magialdia que apostará -más si cabe- por extender el tapete en la acera, porque "lo que pasa en la calle es lo que realmente vale". Mejor un espectáculo que llegue a 15.000 que a 900. Si el año pasado se potenció la plaza de Artium, el próximo septiembre se añadirá "una ruta de magia de cerca por el Casco Viejo".
Y, cómo no, el paladar jugará otro naipe, convertido en imprescindible acompañamiento de cualquier evento local. Los restaurantes Clarete y BAKH, y La Peña Dulce prometen sabores no encurtidos, sino encartados. Y ABRA diseñará etiquetas especiales para la gran cita de la magia. Da tiempo a más. A descubrir la carta que diseñó Mikel Valverde. A avanzar a su próximo diseñador 3D, Zigor Samaniego. A premiar a la niña Nerea Herrán, autora de un inspirador cinco de diamantes que, cómo no, recuerda inevitablemente a Alicia. Al espejo.
Como en uno de sus reversos, Juan Tamariz, sin saber que es ella, la hace partícipe de un juego. No será la única. Una decena de espectadores participan. Hasta un fotógrafo: "Quédate ahí, haz lo que quieras... ¡pero vete!". Tamariz se concentra en el humor. Para él lo difícil es no hacerlo, no dejarse llevar por su torrente y convertir, poco a poco, todos los ojos en ojos de niño.
Juega con Maite, "igual que mi hija Mónica". Con Juan, "¡qué nombre más raro!". Con Patxi, "¿eres de Sevilla?". Juega con todos. Barajar es sinónimo de tambienar y salir a las tablas exige un duro curriculum: aguantar una carta "en la mente durante quince meses". Tamariz enseña las virtudes mágicas de el golpecillo, sabe que hay que barajar lento y despacioso y que "hay gente de oficio muy dispar".
El suyo, dice, huye del ego. Aunque adivine naipes por teléfono, poniendo conexión telepática con un bar de Lakua sin llevar "a un amigo en la uña". Tras quitarse los guantes rojos, muestra también muy claras las muñecas, mangas subidas. Cientos de ojos se concentran en ese punto. Quieren verlo todo. Y, a la vez, nada de nada.
Tamariz se pone en primerísimo plano, en slow motion. Y da igual. Porque ya sólo quedan niños en las butacas de Dendaraba. Niños rendidos. Dispuestos a creer. Sedientos. Quieren mover las cartas con la sombra del dedo. Firmar la carta que siempre aparece. Que al conejo de Alicia se le pare el reloj de bolsillo. Que se evapore el tiempo. La magia sólo quiere una cosa. Más magia. Los niños aplauden al final. Totalmente precognitivos. Lo olvidan todo. Todo se sumerge en el naipe de Nerea. Todos son naipes de una baraja que ha tambienado Juan Tamariz. Lento y despacioso.