pamplona. Paradoja número uno: fue la escasez de libros en su casa lo que le hizo a Anjel Lertxundi (Orio, 1948) querer ser escritor. Tal vez, si los hubiera tenido a mano y en abundancia, no habría sentido por ellos una fascinación que ha ido creciendo con los años y de la que hizo su oficio. ¿Su oficio? Ahí viene la paradoja número dos: uno de los autores más reconocidos de nuestra literatura vive, en realidad, de su trabajo para la televisión. Un dato para la reflexión, que anotamos junto a la paradoja número tres: la solidez de su escritura se apoya en un terreno sembrado de dudas y preguntas por él mismo. Muchos de esos interrogantes están recogidos en el trabajo de orfebrería que le ha supuesto su último premio importante, el Nacional de ensayo, y que ha servido como punto de partida para una conversación que hasta el punto final no sabremos a dónde ni por dónde nos llevará.
'Eskarmentuaren paperak' se convirtió en su versión en castellano en 'Vidas y otras dudas'. Se ha movido más por los caminos que le llevaban a dudar que por los que le conducían a tener certidumbres.
Sí, me ha atraído lo indefinido. Cuando estaba en el seminario, con 16 o 17 años, había una asignatura que a mi me entusiasmaba, que se llamaba una cosa tan extraña como "Cuestiones fronterizas". Ahí lo que se planteaban eran aquellos territorios fronterizos entre filosofía y teología, razón y fe, lo espiritual y lo material... Ya andaba yo entonces en esos territorios un poco difusos.
A la hora de crear, esas dudas le hacen dar miles de vueltas antes de aceptar como bueno algo que ha escrito. Usted lo hace hasta lo obsesivo. El riesgo es pasarse la vida enrocado en una misma obra.
Sí, hay que poner un límite, y en eso, yo casi prefiero jugar con plazos, que el editor me ponga unas fechas, aunque después no las respetes, pero necesito que haya algo que te esté obligando a terminar el trabajo, porque si no, es algo que nunca acabas. Ahora estoy con una novela y cosa que voy escribiendo, cosa que imprimo, corrijo, la vuelvo a escribir, vuelvo a corregirla... y son miles y miles de folios. Desperdicio un montón de papel y un montón de tinta, pero es que necesito hacerlo.
¿Después de más de cuarenta años en el oficio sigue siendo así?
¡Uf! ¡Peor que cuando era joven! Cuando tienes 25 años, crees que lo dominas todo y no tienes esa obsesión por la corrección. Es verdad que también lo que ganas en ese trabajo arduo de corrección, pierdes en frescura.
Ese autor de 25 años que no corregía tanto, y el de 30, y el de 35, era también usted. ¿Se reconoce cuando se lee?
En algunas de las cosas me encuentro ya muy distante de aquello y me planteo también que las cosas no las hubiera hecho así, pero claro, estoy hablando desde hoy, desde el escarmiento, desde la experiencia que tengo hoy. Aquellos tiempos eran muy distintos. Hace treinta o cuarenta años, cuando yo empiezo a escribir en euskera, en aquello que decía Xabier Lete de Zerbitzuko lanean, donde tienes que estar abarcando un poco las áreas en que había necesidad. Trabajas en una ikastola, eres profesor, haces tus pinitos en el cine... Y es estar rellenando huecos. Es una época que te ha tocado vivir y que tú, en la medida de tus fuerzas, has estado haciendo aquello. Lo ves desde hoy y te dices "cuánta dispersión, cuánta cosa distinta, no se podía llegar a todo", pero eran esos tiempos. Si volvieran, no tendría, seguramente, otro remedio que hacer lo mismo.
¿Ha terminado ya esa época?
No, creo que del todo, no. En un tema como el euskera eso no va a terminar tan fácilmente. Hoy quien quiera seguir manteniendo el uso del euskera de una forma digna, de modo que le sirva para comunicarse con los suyos y para tener un discurso cultural mínimamente coherente, necesita permanecer alerta. Si deja de estar alerta, la lengua hegemónica le va a ir subsumiendo, le va a ir atrapando. Alguien monolingüe en castellano no necesita esa conciencia y ese estar permanentemente alerta.
Pero no es igual, ni de lejos, que cuando usted empezó a escribir.
Afortunadamente, las nuevas generaciones, las que han pasado por las ikastolas o centros en los que han podido estudiar en euskera, no se plantean las cuestiones como yo me las planteaba cuando era joven. Eso es saludable, porque cuanto menos agónicamente vivas respecto a la lengua, tu relación con ella será más sana. Dudo, de todas formas, que el euskera se desprenda algún día de eso que yo llamo agónico, pero que sea más fácil de sobrellevar, creo que sí.
Para usted esa relación con la lengua ha sido más que agónica. Por lo menos, es lo que se percibe en las decenas de reflexiones que le dedica en Eskarmentuaren paperak.
Ya no tanto como cuando era joven. Claro, como es algo que has practicado toda la vida, ya no te abandona. Cuando planteamos la unificación del euskera en los 60, disciplinadamente, como si fuéramos unos soldados espartanos, aceptamos que todo lo que dijera Euskaltzaindia iba a misa. Nosotros, que hemos sido tan indisciplinados en tantos ámbitos, en ese hemos sido absolutamente disciplinados. Tú imagínate un escritor disciplinado en cuestiones idiomáticas, es un poco contradictorio. Sin embargo, teníamos que dar ejemplo, cuando en realidad el escritor tiene que estar luchando con la lengua y tratando de renovarla y rompiendo moldes. Y claro, estás por una parte con esa responsabilidad de que tienes que contribuir a forjar el batua y, por otra parte, el cuerpo te está pidiendo guerra. No es fácil acallar la voz que te dice "sublévate, hombre".
Y de vez en cuando se sublevaba. Así se pusieron las bases de la literatura euskaldun actual.
Suelo decir de mi generación que el lector, en cuanto coge un libro mío, de Bernardo Atxaga o de Ramon Saizarbitoria, se da cuenta de quién lo ha escrito. En los jóvenes, y eso pasa tanto en la literatura vasca como en la española, es más difícil encontrar esa voz que vaya identificando el autor o autora.
Los lectores le identifican. ¿Y usted a ellos? ¿Sabe cómo son, qué buscan, las personas que leen sus obras?
No se puede hacer un retrato robot. Hay algunos que son fieles siempre, pero muchos otros te son fieles en la medida en que en un momento determinado han coincidido su trayectoria como lector y la mía como escritor y después me abandonan o yo les he abandonado a ellos. Sí aventuraría que en mi caso concreto, me leen mujeres y gente de una cierta edad.
¿Piensa en esas personas que lo leerán mientras escribe?
Cuando estás escribiendo afloran fantasmas, piensas "esto no va a gustar", pero tienes que ahuyentar ese fantasma porque si no, te irá mal. Tienes que tirar por tu propio camino.
Pero, ¿y si resulta que eso que se está escribiendo no les va a interesar o les va a parecer que eso ya está contado?
A veces te preguntas si no hay ya una saturación del tipo de historias que quieres contar, te preguntas, en efecto, si a alguien le va a interesar. Pero si te haces esa pregunta, ya sólo con hacértela es que detrás de ella hay algo de verdad. Eso te va a hacer mejorar la novela.
Ahí se nota el oficio. El de escritor, me refiero, que es lo que desde que tiene uso de memoria quiso ser Anjel Lertxundi.
Sí, lo he contado varias veces. Tal vez por la escasez de libros en mi casa de Orio, sentía una gran fascinación por aquellos extraordinarios objetos. Por leerlos, primero, y por escribirlos después.
Y eso se convirtió en su modo de vida.
Bueno, eso exactamente no. Yo continúo viviendo de la televisión. De la literatura, difícilmente podría hacerlo. Siempre he tenido la tensión entre el ganapán y lo que verdaderamente quisieras hacer, que en mi caso es la literatura. Y suerte, que el ganapán es algo que está cerca de la literatura, de la creación. También es verdad que, con el tiempo, puedes ir dedicándole más tiempo a lo que te gusta, que es la creación literaria.
Aunque sea así, lo cierto es que, por muy modesto que sea, no puede negar que se ha convertido en un personaje de referencia en la sociedad vasca. Y no sólo en el ámbito literario.
Eso te hace que sientas una responsabilidad añadida, porque tú eres sólo un escritor, y lo que haces es publicar tus textos, y luego la gente te lee, pero llega un momento en que eso se va convirtiendo en algo que tú no has buscado, que te ha sobrevenido. Y lo llevas pensando que ojalá eso sirva como contribución a aquello que tú buscas, que es hacer país. Pero te piden tu opinión o tu participación, y hay compromisos, que son los importantes, en los que cuesta tanto decir que sí como que no.
En su caso hubo uno que dio mucho que hablar: su participación en el primer acto institucional de desagravio a las víctimas del terrorismo.
Sí, es una de las decisiones más importantes que he tenido que tomar. Lo podía haber evitado, porque tenía previsto un viaje a Italia en esa fecha y era muy difícil cambiarlo. Pero cuando llegué a casa, empecé a pensarlo, lo comenté con la familia, me animaron (era un momento mucho más duro que este) y finalmente dije que sí. Aunque en la prensa lo presentaron como que hablaba en nombre de la sociedad, pero yo siempre insistí en que sólo me representaba a mi mismo.
Y está satisfecho de haber dado el paso.
Era un contexto muy complicado, pues hasta entre los organizadores había diferencias por los rifirrafes políticos, y todo se iba complicando. Yo sabía perfectamente que lo que fuera a decir no iba a contentar a muchísima gente, pero era un riesgo que tenía asumido. Afortunadamente, al año siguiente se celebró otro acto de las mismas características, y al siguiente, otro, ya con absoluta normalidad. La satisfacción es ver que, aunque fuera duro, has contribuido en algo en que hablar a las víctimas se vaya convirtiendo en algo normal. Pronto vamos a tener que empezar a hablar de otro tipo de cuestiones, como el asunto de los presos. Al igual que el asunto de las víctimas, el de los presos atañe a toda la sociedad. No estoy diciendo qué soluciones son las que hay que dar, porque no soy quién para marcar las soluciones, pero sí que es un asunto que hay que debatirlo en plena libertad.
Tenemos unas cuantas asignaturas pendientes.
Me da la impresión de que hay cosas de las que aquí no hemos hablado lo suficientemente porque teníamos el problema de la violencia, que nos hurtaba el debate democrático. Hemos focalizado en él -me es igual quién y cómo- todas las energías. Es verdad, de todas formas, que en toda Europa, sin tener este problema, se ha hecho dejación de los valores democráticos. Creo que ahora podremos cambiar, y empezar a tener el sentido autocrítico sobre la sociedad que queremos.
¿Ahora? Hemos tenido esa esperanza tantas veces...
Desde que muere Franco, han sido años que por unos motivos o por otros, se han ido alimentando esperanzas que después se han ido frustrando. Y no me estoy refiriendo sólo al asunto de la violencia. Planteamos envites a corto plazo que sabemos perfectamente que son irrealizables y así alimentamos falsas expectativas. Hacer eso una y otra vez va dejando un poso de escepticismo en la sociedad que no trae nada bueno.
Una sociedad que dividimos en "los míos" y "los otros", además.
Lo de "los míos" y los "no míos" lo tenemos muy metido, y creo que es algo que nos ha traído la política, que son cosas que en la sociedad civil no se perciben. La bronca política constante va poco a poco afectando de muy mala manera a la sociedad. Se produce la paradoja de que necesitamos país, necesitamos construir país, pero en vez de hacerlo con la contribución de todos, lo hacemos desde la división, desde la defensa de la parcela de cada uno.
Ante un paisaje así, el riesgo para un escritor, sobre todo cuando habla de actualidad, es resultar incómodo para unos y para otros.
Yo creo que los lectores saben perfectamente dónde me sitúo. Lo que sí trato es de que mi verdad solamente sea mi verdad, mi particular verdad y nada más que mi particular verdad. Tal vez, muchas veces no lo logre, pero procuro no dogmatizar, no marcar doctrina. No creo que sea algo que yo deba hacer, pero por lo demás, sí me empeño en hablar de lo que pienso. Y seguiré haciéndolo.