Hay muchas leyendas sobre el nacimiento del jazz. Y muchas historias humanas y profesionales que han construido el camino a veces genial y otras terrible del género. Para muestra, un botón: es más que recomendable echarle un vistazo a la autobiografía que Miles Davis escribió a través de las manos de Quincy Troupe. Pura delicia sobre lo más alto y lo más bajo. Pero, ¿en qué momento la música improvisada dejó de ser percibida por la sociedad como algo cercano y accesible en cualquier club para pasar a ser algo destinado a las elites, para ser considerada como algo que sólo los que saben pueden entender? Es difícil contestar a eso, aunque es una sensación muy generalizada que hace que muchos miren para otro lado cuando de esta forma de entender la composición se habla.

Pero los tópicos están para ser desmontados. No siempre es fácil y las dificultades se pueden presentar de mil maneras. Eso sí, alguien tiene que hacerlo. Y lo mejor para desmitificar esa presunta inaccesibilidad al género, o así por lo menos lo pensó Joseba Cabezas en su momento, es explicar desde el principio y desde distintas perspectivas qué es el jazz. No se trataba de dar clases a nadie. Ni de hacer conciertos, por así decirlo, ligeros. La idea era presentar al público una propuesta divertida, didáctica y de calidad, todo ello al mismo tiempo. Y eso, sobre todo, contando con músicos de aquí, tantas veces olvidados, y con colaboraciones de algunos de los mejores intérpretes del Estado, incluso de alguno llegado de más lejos.

En esencia, eso es Onda de Jazz, una iniciativa pionera en el Viejo Continente que acaba de poner en marcha su quinta edición de la mano de la asociación cultural Jazzargia y el área de Educación del Ayuntamiento de Vitoria. Desde el principio, la casa de esta propuesta ha sido el Conservatorio Jesús Guridi. Allí, un martes al mes entre diciembre y mayo, se dan cita los músicos, los espectadores y los expertos invitados. Tres patas fundamentales entre las que se establece una relación diferente. Unos tocan. Otros explican. Los terceros aprenden pero también aportan.

Un claro ejemplo, el concierto de esta semana que ahora termina, el primero de la nueva temporada. Lleno hasta la bandera para disfrutar con el gospel y el jazz. Los intérpretes (con Rebeca Rods al frente de uno de los mejores grupos de espirituales del Estado) sorprendidos y encantados, porque tampoco sabían muy bien cómo iba a transcurrir todo, cómo se traducía ese componente didáctico de la iniciativa vitoriana.

Tampoco lo tenía muy claro cuando estuvo el gran Antonio Serrano. Pero fue tomar parte en estos encuentros y el músico le dijo a la organización: "¿y no me podríais invitar todos los años?".

Al principio del camino "La sensación después de cinco años es la de una satisfacción tremenda, entre otras cosas porque la respuesta del público está demostrando a cada paso que tanto la idea como el formato eran los adecuados", describe Cabezas, que recuerda que en la temporada pasada, entre espectadores físicos y aquellos que a través de Internet visionaron, como mínimo, más del 50% de alguna de las sesiones, más de 4.800 personas se acercaron a su propuesta.

El punto de partida fue, en realidad sin quererlo, el Festival de Jazz de la capital alavesa. O, mejor dicho, esos comentarios que muchas veces eran fáciles de escuchar en Gasteiz asegurando que "esa música" era sólo para unos pocos o para los que sabían descifrarla.

El empeño fue demostrar que no, que sólo era necesario, como todo en la vida, conocer un poco al jazz para perderle miedos infundados. Hubo que buscar la complicidad de los músicos y ahí apareció José Agustín Guereñu, bajista de reconocida trayectoria que, como muchos otros colegas, se reencuentra con el jazz cuando puede porque el dinero viene de acompañar en giras a nombres bien conocidos del pop y el rock como Alejandro Sanz.

Gere se hizo cargo de la coordinación musical, aunque había otro punto importante en esta cuestión, buscar la complicidad de críticos, profesores, programadores y demás expertos en la materia para que accedieran a participar y compartir con los espectadores de una manera amena sus conocimientos.

Y faltaba otra pata importante, el apoyo institucional. La por entonces concejal de Cultura, Encina Serrano, aceptó el reto y "de hecho, luego ha venido a unas cuantas audiciones", rememora Joseba Cabezas.

Sin embargo, en este sentido, el responsable del programa nota comportamientos muy distintos. "Ni el alcalde ni la actual edil de Cultura, Maite Berrocal, han venido nunca a ver uno evento que no se hace en otro lugar y que, por lo menos para mí, es referente. Eso sí, con el área de Educación del Ayuntamiento, tanto con Isabel Martínez como con toda la gente del departamento, estamos encantados. Es un auténtico placer", dice, al tiempo que explica que "sería necesario contar con alguna implicación de otras administraciones, sobre todo del Gobierno Vasco, entre otras cosas porque me gustaría que cada vez que traemos a uno de los grandes músicos que colaboran con nosotros podamos hacer una master class con los alumnos del conservatorio y de otros centros".

En estos cinco años se ha hablado casi de todo. El camino empezó discurriendo por las diferentes épocas del jazz, sus distintas corrientes, sus evoluciones. Después llegó el momento de hablar de los grandes nombres, de sus aportaciones, de qué les hacía únicos. También los instrumentos fueron protagonistas. Y no se podía olvidar en esa senda de la fusión del jazz con otras corrientes, con el rock, la bossa, el latin... Este año, los oídos se centran en la música negra, en la impronta del soul, el blues, el funk... El universo de la música improvisada es muy amplio.

Iñaki Salvador, Gonzalo Tejada, Hasier Oleaga, Noah Shaye, Ángela Cervantes, Andrzej Olejniczak, Paco Rivas, Iñaki Arakistain, Koldo Uriarte, Alfredo Montesinos y Jon Robles son sólo algunos nombres que componen la larga lista de músicos que han puesto su granito de arena en esta aventura. Igual que expertos en la materia como el desaparecido Pablo Zúñiga.

Labor constante Problemas hay unos cuantos. Entre otras cosas porque los músicos no vienen, tocan su música y se van. Están sujetos al programa fijado en cada momento y deben adaptarse. Pero ellos mismos reconocen que encuentran una gran satisfacción en lo que hacen, sobre todo, porque es una oportunidad de tener la palabra para explicar qué es la música para ellos.

Cada temporada empieza a gestarse justo después de que termine la anterior. Con las ideas de dentro y fuera de Jazzargia se van componiendo las propuestas. Luego, claro, hay que llevarlo a la práctica. Y para cada sesión unas 16 personas se involucran de lleno. Entre medio hay muchos correos electrónicos, llamadas, alguna que otra discusión... Además, desde el año pasado, no sólo para hacer el concierto de forma física, sino también para que se retransmita en directo por Internet (de hecho, en la anterior edición se registró un número importante de visitas desde Argentina, Alemania, Francia, Inglaterra y Estados Unidos, entre otros).

"Al principio, si soy sincero, no pensaba que Ondas de Jazz fuera a durar más allá de un año", reconoce sonriente Cabezas. Pero el tiempo no le ha dado la razón, por fortuna. El programa tiene futuro y puede crecer más si el apoyo público lo quiere, así lo afirma él.

Además, seguro que todavía hoy existen muchos que siguen mirando con recelo al jazz. Y para ellos Joseba sólo tiene un consejo: "que vengan un día al conservatorio; estoy convencido de que van a salir encantados".