madrid. Se amaron hasta desgastarse, porque se amaron todo el rato... hasta cuando se odiaban. Elizabeth Taylor y Richard Burton lo tenían todo, pero de su sinergia surgió algo que iba todavía más allá y que ahora recoge el libro El amor y la furia, de Sam Kashner y Nancy Schoenberger.

"Si te excitas jugando al Scrabble, es que es amor", dijo Elizabeth Taylor cuando comenzó sus escarceos con Burton. Y el tiempo le dio la razón. Desde aquel momento, durante el rodaje de Cleopatra, en 1961, sus vidas estaban condenadas a confluir en una obscena tendencia al exceso, una desenfrenada entrega al imperativo pasional y un seguimiento mediático de la intimidad sin precedentes. Ellos despedazaron el aura de ingenuidad del estrellato hollywoodiense. Pero con sus broncas, sus borracheras y sus debilidades humanas se hicieron todavía más dioses a los ojos del público.

¿Qué tenían Elizabeth Taylor y Richard Burton que sobrecogió al mundo? "Los Burton -escriben Kashner y Schoenberger- lograron conquistar el cariño del público norteamericano a base de talento, trabajo, descaro y glamour". Y eran como animales con mucha sed: "Elizabeth disfrutaba con los desahogos alcohólicos de Richard. Le encantaban la pasión y el dramatismo, como persona que había crecido entre la adulación y los cumplidos, necesitaba la tonificante realidad de una buena pelea", se puede leer en El amor y la furia.

Sus películas juntos estaban siempre relacionadas con el momento sentimental que atravesaban. "Sabían que estaban mal desde el principio. Nada podía separarlos", rezaba la publicidad de Castillos de arena, de Vincente Minnelli. Su cinta más vitoreada, ¿Quién teme a Virgina Woolf?, su dicotomía entre la agresividad y el cariño quedó perfectamente plasmada.