Adentrarse en esta propuesta fílmica exige del espectador una actitud que nada tiene que ver con la que adopta ante el cine comercial al uso. No hay relato sino contemplación. No hay intriga sino perplejidad. No hay representación ficcionada sino ficción representada consistente en los diálogos entre un guardia y un párroco, y la escritura fílmica de un director-cineasta que recorre la piel de su vieja casa, la casa del padre, como si en sus arrugas pudiera hallar el secreto de su origen, como si del choque entre la luz y la sombra pudiera surgir la clave del ser a través de los siglos.
Ante Aita no hay muchas posibilidades de engaño. Orbe ha pasado años esperando ese momento especial, filmando sin guión preconcebido, esculpiendo en el tiempo al decir de Tarkovski, para jugar con lo inaprensible. Y en la naturaleza de lo fantasmático y evanescente reside el tema más tortuoso de Aita, porque aúna referencias demasiado explícitas. Referencias que, por análogas, parecen haber sido robadas de otros. El peso de Guerin, de Rosales y de Zulueta se muestra específico, o sea reconocible en lo anecdótico. Se dirá que hay muchos referentes y que, al fin y a la postre, Aita se pregunta por lo heredado. Se dirá bien, porque esos contagios tan evidentes restan credibilidad a un filme que muestra una belleza ejemplar y una desnudez desarmante. También se (aña)dirá que es cine desesperado porque da la espalda al mercado en un tiempo en el que el mercado ha dejado sin atender al cine español, y no faltará razón. Son las circunstancias y éstas en Aita imponen el signo de su tiempo. Signo que no obstruye la porosidad de una película capaz de empaparse de emoción y montada sobre un esqueleto de sólida lógica y firme intención.
Aunque para algunos el nombre de José María de Orbe aparezca en el horizonte cuando dirigió su primer largometraje, La línea recta (2007), texto de un minimalismo cotidiano, convendrá recordar que ya en 1982, Orbe produjo Héctor con Ovidi Montllor. Tres décadas después, de la mano de Luis Miñarro, Orbe escribe este filme ambicioso y solemne dedicado a la pintura y el cine, tan excesivo en sus virtudes como humilde en sus defectos.
Dirección: José María de Orbe. Guión: José María de Orbe y Daniel V. Villamediana. Fotografía: Jimmy Gimferrer. Intérpretes: Luis Pescador, Mikel Goenaga. Nacionalidad: España. 2010. Duración: 85 minutos.