en los años sesenta y setenta recorrían nuestros pueblos unos tipos que habían hecho del dominio de la palabra el mecanismo de venta para los productos que iban ofreciendo en las fiestas patronales. Eran los charlatanes que recorrían miles de kilómetros haciendo la felicidad de los vecinos que asistían ensimismados a una actuación en la que la palabra dicha era pura delicia y eficaz instrumento para vender hojas de afeitar, carteras de cuero o juego de cuchillos. Aparecían y desaparecían como por encanto y su buen decir, psicología para manejar al personal y dominio de la cuidada puesta en escena les convertían en personajes atracción festiva y beneficiosa venta. En la historia de la televisión hay ejemplos preclaros de mercachifles que hicieron del dominio de la palabra, instrumento para la agitación, manipulación y manejo de millonarias audiencias. En la última ola reaccionaria que recorre EEUU emergen dos personajes que hacen de charlatanes mediáticos con una eficacia asombrosa y preocupante, articulando un movimiento que puede alterar los tradicionales mecanismos políticos norteamericanos. Rush Limbaugh en la radio y Glenn Beck en la televisión siguen la trayectoria de los más afamados telepredicadores pero en el campo político con ideas conservadoras rozando el extremismo del Tea Party en una violenta reacción contra la política del presidente Obama, al que tachan de extremista, extranjero y destructor de las esencias patrióticas. Por nuestros lares proliferan especímenes como Carlos Dávila, Jiménez Losantos, Antonio Jiménez que hacen de la iluminada palabra una palanca para descalificación, ataque y cuchillada ideológica barriobajera y cochambrosa. Si León Salvador, el más afamado de los charlatanes de feria, levantase la cabeza se convertiría en mudo monacal ante tanta insensatez.