San Sebastián. Dos cuentos. Uno blanco como la Navidad. Y otro oscuro y terrible como lo es toda violación infantil. El primero desde su mismo título, Home for Christmas, deja claras sus intenciones. Firmado por el cineasta escandinavo Bent Hamer, la película está llena de buenos sentimientos capaces de reconducir los erráticos pasos de los seres humanos hacia la concordia, el perdón y la salvación. Elisa K, un filme dirigido a cuatro manos por Judith Colell y Jordi Cadena, arranca como su título manda, con Beethoven, y culmina con un gesto de reconciliación y descubrimiento. Esa era la propuesta de la jornada del martes. Con ella, el festival donostiarra enciende enérgicamente los motores ante una recta final en la que nos aguardan algunos de sus mejores hallazgos.

Desgranemos el cuento negro. Elisa K posee un metraje escaso, apenas 72 minutos. Setenta y dos minutos divididos por una estructura partida. Se trata de un díptico en apariencia. En el fondo, parece más un relato y su posterior epílogo. Si se prefiere, estamos ante una pesadilla y su atormentado y explosivo despertar. En síntesis lo que Elisa K nos cuenta es el proceso amargo y traumático de una violación infantil en medio de una total impunidad. La víctima todavía no ha cumplido los 11 años y el salvaje forzamiento es relegado al silencio durante años de negación. La anécdota es mínima. El hecho, demasiado común. Los crímenes, pese a lo que el cine nos hace creer, son aburridos, torpes, de una extrema fealdad. Todos se parecen como las historias de los asesinatos en las dictaduras, los muertos en la guerra civil y las víctimas de la ambición y el fanatismo. De no ser por la capacidad de simbolizar a través del relato ese caos tan gris, no existiría la posibilidad de diferenciar unos hechos de los otros. No habría modo alguno de soportarlos, salvo enloquecer. Y eso, la necesidad de proponer una forma propia es lo que mueve a Elisa K. Un filme rodado en blanco y negro durante su mayor parte para explotar al color cuando, en el tiempo presente, muestra la recuperación de la memoria de su principal personaje.

Antes de ser cine, Elisa K fue literatura y los directores, lejos de ocultar su origen, refuerzan su linaje al optar por un relato narrado. Una voz en off, semejante a la que utilizó Haneke para La cinta blanca, resuena como un cantar de ciego terrible y funesto. Con planos de belleza controlada, sin movimientos gratuitos, con ecos de evidente poder sugeridor, el filme describe, como un cuento de ogros y hadas, el forzamiento y violación de Elisa K, a la que le prometen, para contener sus lágrimas, una pulsera de plata.

En Elisa K se evita cualquier gesto de sensacionalismo y no hay pacto alguno con aquello que signifique masaje emocional. Descripción y lirismo, composición y orden; ritmo y dolor. El desenlace, en color frío y en tono crispado, opta por despedir al narrador y su voz en off, para mostrar el súbito golpe que Elisa K recibe al enfrentarse al pasado. Se trata de un quiebro osado que podrá gustar o disgustar, pero que ha sido asumido desde una actitud de absoluta coherencia. En ese corte profundo que lleva de lo rememorado como en un sueño a su despertar, el filme se resiente. Siempre incomoda un mal despertar y de golpe. Y de golpe rabioso, Elisa K inicia su desenlace.

Su necesidad de verbalizar en imágenes el dolor de lo vivido lleva a una cierta afectación que resta poder a la fascinante fuerza lírica de sus primeros cincuenta minutos. A la elipsis de la violación se le responde con la representación de la recuperación del dolor y la rabia. Un desajuste chirriante pero honesto que trajo a Donostia un inteligente y sobrecogedor alegato sobre los abusos infantiles. Sin concesiones, sin costumbrismo de boina y caspa, sin realismos falsos y donde el tópico y el lugar común brillan por su ausencia.

El espíritu de papa Noel Quienes disfrutaron con Kitchen Stories (2003), un filme de resonancias y deudas al hacer de Kaurismaki; y quienes recuerden Factotum (2005), incursión ácida en la biografía y autobiografía literaria de Charles Bukowski, pueden sentir cierta confusión ante la visión de Home for Christmas. Parece imposible encontrar aquí rastros de ese cordón umbilical que une aquellas películas llenas de cierta acidez, evidentemente rugosas y abiertamente mordaces, con este cuento de pinos navideños, belenes ortodoxos y regalos por desenvolver.

El mazapán que Hamer nos propone aquí lo es, pero con almendras sin deshacer. En esos cuadros irreales, iluminados como escenarios teatrales en los que se representa el tiempo de la navidad, este noruego, de cine sólido y mirada cómplice, se aventura a seguir los pasos de esas obras corales entretejidas con historias engarzadas entre sí. La pereza y la desmemoria hacen que siempre se acuda a Robert Altman a la hora de señalar la influencia de quienes hacen películas con historias entrecruzadas. Ese cine no lo inventó Altman ni lo culminará Hamer. Pero ese tipo de relatos siempre encuentran su principal handicap en la competencia de sus propias historias. Indudablemente, en este compendio de personajes y encuentros, Home for Christmas regala un juego de cuentos en donde los hay regulares, los hay buenos y los hay mejores.

Respetuoso con su título, la mezcla de dos términos que evocan el arquetipo del tiempo de la familia: hogar y navidad; Hamer sublima con el artificio de una ironía contenida, un villancico envenenado que canta al buen rollo y a los mejores sentimientos. El inicio y el desenlace del filme contienen lo menos interesante de la película; especialmente porque teje un encadenamiento que se percibe tramposo y fácil. Entre ambos instantes, Hamer describe y dibuja a un grupo de personajes desesperados. ¿Un Capra del siglo XXI? Decididamente no. Se trata de un cineasta que gusta perderse por lo periférico a favor de los perdedores, esos perdedores a los que sólo se les permite aparecer en casa por Navidad.