"Pese a todos los prejuicios, la serie atrapa. Los actores son tan limitados que cuando aparece Donald Sutherland se produce un agravio comparativo, como ver a Zidane jugando en Tercera. La necesidad de meter espadazos se refrena pasado un rato y terminas interesado en las obras de la catedral, en el destino del bebé abandonado, en la previsible soflama antiintegrista y en los vaivenes existenciales a que todo buen culebrón somete a sus protagonistas".
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